22 de junio de 2008
Yo estaba en Viena ese día. Miles de tifosi, la tricolor por todas partes, un ambientazo. No se me olvida la fecha: 22 de junio de 2008. Un gran partido. Un Italia-España era como un pequeño derbi, una rivalidad entre vecinos. Usted no se acordará, porque es muy joven, pero en aquella época les teníamos la moral comida. Los españoles nos ganaban los amistosos, pero nosotros siempre los machacábamos cuando contaba, en los partidos de verdad. Unos años antes Tassotti, que fue un gran terzino del Milan, había pegado un codazo a uno de los suyos en una eliminatoria decisiva, y, como perdieron también esa vez, nos la guardaban. Siempre les eliminaban en cuartos, ¿sabe? Estaban obsesionados.
Los españoles nos ganaban los amistosos y nosotros los machacábamos en los partidos de verdad
Ocurrió lo de siempre: que ellos llegaron muy bien al partido, y nosotros muy mal. España había pasado tranquilamente la primera fase, tenía a un tipo, un tal Villa, que marcaba goles a mansalva, y no le faltaban titulares. En España decían lo de siempre: esta vez es la buena, esta vez ganamos. Nosotros, pobrecitos azzurri, hicimos una primera fase penosa, para variar. Sólo marcamos tres goles, uno de penalti, los otros dos a balón parado y con rebote. Se lesionó Cannavaro, Materazzi estaba mal, perdimos a Pirlo y Gattuso por sanción... Le sonarán, ¿no? Da igual.
Estuve diciéndolo todo el día: a los españoles no podía ya irles mejor. Parecían en estado de gracia. Sobre todo el tal Villa. Y en esos casos no sólo quieres vencer, quieres también convencer. Te recreas en los remates, la tocas de tacón, te sientes elegante. A nosotros, en cambio, no podía irnos peor. Toni, un tío tan bueno, no daba una. Fallaba lo difícil, lo regular y lo fácil. Me entiende, ¿no? Quiero decir que, por puro cálculo de probabilidades, Villa no podía seguir metiendo goles en cada partido. Y Toni, por esa misma razón, tenía que acabar marcando alguna vez.
Luego estaba lo del chaval, De Rossi. No se imagina lo que debió ser para él, un tío nacido para mandar, crecer en la Roma de Totti. Porque Totti era Dios para los romanos. Pobrecito De Rossi, qué juventud. Vivir a la sombra de Totti era crudo, pero en la selección lo tuvo aún peor. En la nazionale tenía que soportar la autoridad de los mandones del norte, como Buffon. Y como Pirlo. No sabe lo que era Pirlo, el jefe del mediocampo: había que hacerlo todo como él quería, y había que adivinar cómo lo quería, porque no decía una palabra. Flaco, seco y mudo: un carácter.
Pues bien, resultó que ese día, 22 de junio de 2008, Totti ya no vestía de azul. Y Pirlo estaba sancionado. De Rossi se encontró de repente con toda la responsabilidad, y con dos de los suyos, dos chavales romanistas, como lugartenientes: Aquilani y Perrotta, se llamaban. Qué momento. Qué partidazo. Oiga, joven, ¿de verdad no sabe qué pasó?
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