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Columna
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Referentes histéricos

El Partido Andalucista ha ganado ni más ni menos que otro referente histórico: Julián Álvarez. Este dirigente se levantó un domingo como secretario general, echó el día en un congreso de su partido y, mientras la militancia le buscaba un sustituto, él decidió incorporarse al club de referentes históricos del PA. Lo hizo con el mismo desparpajo que aquel peculiar operario que vio pasar un avión y le comentó a sus compañeros del taller: "Lo que somos capaces de hacer los mecánicos". Uno se imagina a Julián Álvarez mirando a la ex portavoz Pilar González estrecharle la mano al alcalde de Utrera, Francisco Jiménez, para cerrar una dirección de consenso, y diciendo para sí mismo: "Lo que somos capaces de conseguir los referentes históricos. Hace tres días íbamos a desaparecer y ya tenemos un nuevo líder..."

Desde ese día, Julián Álvarez se vio como un jarrón chino de la política y se ha instalado en la misma vitrina que Alejandro Rojas Marcos, Pedro Pacheco o Antonio Ortega, entre otros. Pero su caso es especial. Se trata del primer referente histórico de un partido que ha estado a punto de mandar a su partido a ser historia. Ni siquiera llegó a obtener su acta de diputado ni la obtuvo nadie de los que se presentaron con él. De hecho, con él de secretario general ha sido cuando por primera vez, desde el inicio de la autonomía andaluza, los andalucistas no tienen representación en la Cámara autonómica. Su trayectoria ha sido meteórica. En poco más de dos meses ha pasado de autoproclamarse un referente de la renovación a un líder histórico, de Obama blanco andaluz a Abraham Lincoln.

El problema es que en el PA hay muchos históricos. De seguir así, cualquier día habrá más referentes históricos que militantes. Y es que ser militante del PA es una de las cosas que más mérito tienen en política. Se milita en el andalucismo a pesar de sus dirigentes. Es como ser socio del Betis, que te tienes que aguantar con los directivos que te van tocando. Hoy es Lopera y mañana el que venga, y uno es del PA manque pierda. Es una militancia de corazón. La que no han demostrado la mayoría de sus dirigentes. Hay partidos a los que votan algunos ciudadanos a pesar de su líder. Y luego está el PA, donde todos sus votos -los muchos o los pocos- han sido casi siempre a pesar de los líderes. Cómo va a ser lo mismo sacarse el carné del PA, que refugiarse entre la militancia del PSOE o del PP, que gobiernan y siempre hay cargos para repartir. Cuando en el PA los ha habido, siempre han sido para los mismos. Por eso, se pasa del cargo directamente a referente histórico.

No me muevo en los parámetros del nacionalismo. Es más, no creo en él, pero reconozco que el grado de concienciación andaluza que han demostrado durante años los militantes del PA ha sido meritorio. En su etapa inicial, quizás hasta necesario. Hay personas que militan en el andalucismo y que no entendieron la estrategia de este partido desde su fundación. El ejemplo histórico más notorio fue el intentar desatascar el entuerto del 28-F con la escena de sofá entre Alejandro Rojas-Marcos y Rodolfo Martín Villa.

Desde entonces hasta hoy, el partido no ha hecho otra cosa que empeorar, a pesar de que sus votantes lo llegaron a encumbrar al parlamento nacional, donde obtuvo representación hasta por Cataluña.

Sus líderes han gestionado el PA como una sociedad anónima, primando los intereses sobre los valores. Han lapidado el único capital que sostiene a una formación política: las ideas, sus militantes y sus votantes. A pesar de este último congreso, cada vez parece más clara su irrelevancia. Lo peor que le puede pasar a un partido político es que desaparezca y que no le extrañe a nadie. Algunos dirigentes del PA no son históricos, pero han vuelto a la militancia histérica.

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