Estadio
A Marcello Lippi, el seleccionador que hace dos años ganó el Mundial con Italia, le gusta ver fútbol en televisión. Y le gusta verlo solo. Se encierra en su cuarto, se sirve una copa y enciende un purito. Le envidio. Lippi puede hacerlo.
En España, las retransmisiones futbolísticas han ido evolucionando hacia el modelo feriante: mucha gente, mucho jolgorio. José Ángel de la Casa fue el último locutor con quien se podía convivir. Desde que se fue, impera la verborrea.
La Sexta ofrece durante la temporada liguera unas locuciones que hacen añorar la verbena de los vecinos. ¿Por qué gritan? ¿Por qué dicen esas chorradas? Cuando quiero ruido y chascarrillos, voy a ver el partido en un bar. Si estoy en casa, me basto para decirme obviedades, y no necesito alzar la voz.
En este Mundial, Cuatro y Digital + han seguido la tendencia dominante. Tres personas, nada menos, nos cuentan cada jugada, aderezando el rebote más tonto con arrebatos de forofismo y el inevitable "podemos, podemos". Al menos no ululan como otros ni se explayan en la gansada. Pero son demasiados. Evidentemente, pueden tener su interés las anotaciones cultas de Maldini: conviene no ignorar que Suecia tiene en el banquillo a un lateral de mucho recorrido, o que Polonia podría sacar a un mediopunta con gol. A mí, la verdad, no me compensa.
Quitar el volumen y poner la radio me parece mucho peor. Se aguanta más griterío, y encima con publicidad. Poner música devalúa el fútbol y además es cursi. No escuchar ningún sonido resulta antinatural y deprimente.
Lippi puede ver partidos con tranquilidad porque Sky, la sociedad de Murdoch que posee la exclusiva del fútbol en Italia, ofrece una opción muy sencilla y gratificante: se puede quitar la locución y poner el sonido del estadio. Sólo eso. Los rugidos, los aplausos, los pitos, el silencio tenso: la banda sonora más natural para el fútbol. ¿No sería posible eso en España?
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