Una española en el corazón del punk
GRAN eslogan aquel No future. Las consignas situacionistas que decoraron paredes en el mayo parisiense del 68 ayudaron de lo lindo al impacto mercantilista del punk de 1977. El mercader y representante de los Sex Pistols Malcolm McLaren lo sabía e hizo caja. Otros no tanto. Aquel campo abonado a la provocación, la fealdad y la blasfemia no parecía territorio fértil para el cultivo de las inquietudes espirituales, pero hubo quien se revolvió en aquel caos buscando un renacimiento interno.
Y si ese alguien se llama Paloma Romero y es de Málaga, la historia tiene que ser contada. Desde su actual retiro en Cape Cod (Massachusetts) no atiende demasiadas peticiones de la prensa, pero ha descolgado el teléfono, entretenida quizá por el interés que su singularidad todavía despierta. Tenía por una parte un gran deseo de aventura, de ver mundo. Y por otra sentía que la cultura de la que yo era parte apenas tenía sentido para mí. La percibía restrictiva y materialista. Buscaba la libertad y satisfacer la inquietud que sentía interiormente, algo casi utópico en la Málaga franquista. El hecho de que fuera difícil conseguirlo no me paró los pies. Cuando se me mete algo en la cabeza me vuelco en ello de todo corazón. Así habla una joven que a principios de los setenta aterrizó en Londres junto a su hermana Esperanza huyendo de su ciudad natal. Apenas estrenada su mayoría de edad, encontró en las casas okupas londinenses la libertad que había imaginado. Siempre había una fiesta donde ir, un concierto que ver y muchas drogas que tomar.
Aquella malagueña rebelde vivió el punk en primera línea del frente. Todos la conocían como Palmolive; así pronunciaba su nombre Paul Simonon (entonces bajista de The Clash). Con tres chicas inquietas y salvajes formó The Slits, caligrafía femenina en un mundo masculino. Ni mucho menos eran el primer grupo de rock montado por mujeres, pero fueron de las primeras en no perpetuar tópicos de macho sobre el escenario.
Pero tanto carácter genera tensiones y, antes de publicar su estreno discográfico, Palmolive cogió su batería y se unió a las Raincoats, algo menos salvajes, pero igualmente nerviosas. ¿Se sentían respetadas? En el verdadero sentido de la palabra respetada, no. Conseguimos poner nuestro sello como grupo de chicas y funcionar al lado de grupos masculinos sin dejarnos intimidar, lo que no era poco. También explotábamos el hecho de ser chicas, qué duda cabe. Con el tiempo he madurado el papel de la mujer en el mundo. Luchando por la igualdad de sexos creo que nos estamos chantajeando a nosotros mismos y a los que vienen detrás. El hombre y la mujer son diferentes, y si reconocemos esa diferencia y somos capaces de funcionar desde esa base, seremos más felices y crearemos una sociedad mejor.
El toque andaluz de Palmolive fue recibido como algo exótico. Las mentes más claras del punk sabían que en la diversidad estaba la supervivencia. Mientras la uniformidad iba multiplicando la tribu, yo aparecí en el New Musical Express con mi vestido de lunares. Punk a la andaluza. La chica que años atrás había tenido una relación con Joe Strummer, cantante de The Clash, vivió aquel tiempo de un modo desafiante; por momentos me sentía segura de mí misma y al instante todo se volvía incierto. Como un inmenso y colectivo subidón. Los más torpes se quedaron colgados de él, los débiles no soportaron el bajón y los privilegiados lo tragaron como vitamina para el crecimiento. Buscábamos atención. También una identidad. El único problema es que el punk no aportaba ninguna solución; sólo te sacudía la conciencia para que la buscaras tú. Toda la energía estaba enfocada a vivir un presente. Me sentía vacía, pero siempre eché la culpa a los demás. Cuando vivía en Málaga responsabilizaba de mis frustraciones a mis padres y al régimen franquista. Cuando llegó el punk, a la sociedad inglesa.
Pagada de mí misma te abandoné / Poseída por el sueño de Don Quijote / me lancé a luchar con dragones / en el mundo real (Adventures close to home). Era otra manera de leer el espíritu del punk. Más responsable. Palmolive empezó a enfrentarse a su desazón existencial escribiendo letras para las Rain¬coats. Después de una actuación del grupo recuerdo que me quedé observando a los fans saliendo del recinto, hechos polvo, borrachos y con miradas vacías. De repente me di cuenta de que me sentía igual. O incluso peor. Porque de alguna manera les estaba ayudando a sentirse así. Era el momento de huir en busca del paraíso perdido. Primera parada: la India. Otra gran decepción. La meditación hinduista no me ofreció la paz que buscaba, sino que confirmó que lo que no me gustaba a mi alrededor también estaba dentro de mí. Su siguiente destino fueron las comunas new age que empezaban a aflorar en los ochenta. Tuvo una revelación: no eran más que una higiénica farsa. Quién iba a decir que la chica que llegó a compartir grupo con el diabólico Sid Vicious (Flowers of Romance se llamaron) encontraría su identidad entre las páginas de la Biblia. Tengo fe en Jesús, no en la Iglesia católica. La religión te da reglas morales por las que vivir, pero no te da el poder para cumplirlas. Quizá no lo tendría tan claro si no hubiera pasado por la experiencia del punk, lo cual es positivo. Sin embargo, si rebobináramos la película de mi vida, sabiendo lo que sé hoy, seguro que no escogería esa ruta.
Mientras el mito de The Raincoats crece alimentado por fans ilustres, Paloma, con 53 años, ajena a todo, es feliz en EE UU con sus hijos y nietos. Si no hubiera sido por el lujo que significaba poner aquella copia rayada del primer disco de The Raincoats, hubiera tenido muy pocos momentos de paz, dijo en 1993 un tal Kurt Cobain.
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