Un intruso entre las líneas germanas
Modric descubre las vergüenzas de Alemania, y Croacia lo celebra a lo grande
El estado anímico no basta. Alemania venía lanzada, segura de sí misma, pletórica. Convencida de su imparable camino hacia la final. Hasta que se le coló entre sus líneas un intruso inesperado. Un jugador de bolsillo, ligerísimo, de ésos que flotan más que corren en el terreno de la imaginación y la creatividad. A Modric, chico de rostro angulado y dientes desordenados, los periodistas le buscan ahora todo tipo de parecidos. Que si Cruyff, que si Pirlo, que si Kaká... Es un jugador diferente, en cualquier caso. De los que levantan expectación entre los aficionados. Y, a los 22 años, anuncia un futuro esplendoroso. Ayer, por ejemplo, caricaturizó al pesadote Ballack, un espantajo a su lado. Y permitió, a partir de su sutileza, que la sólida estructura croata derribara el andamiaje alemán. Erró Jansen en el primer gol y Lehmann en el segundo. Un sistema defensivo con demasiados incendios que sólo Mertesacker trataba de sofocar. Una bendición para una selección tan cuajada como la croata, a la que le van los rivales aristocráticos. Lo sabe Inglaterra, derrotada en Wembley en la fase clasificatoria. Y lo sabe desde ayer Alemania. Los croatas lo celebraron como una gran final: abrazos interminables, saltos, un estruendoso jolgorio.
El croata, de 22 años, es un jugador de bolsillo, ligerísimo. Flota más que corre
Lehmann está para el arrastre. Se estiró y la pelota le dobló las manoplas
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Tras vapulear a la tierna Polonia, el combinado de Löw se topó de pronto con otra realidad. Un rival muy pertrechado. En lo físico, en lo técnico y en lo táctico. Una superioridad que comenzó a marcarse en el centro del campo, donde Bilic ubicó a cinco hombres. Entre la defensa y la medular germana, hubo diez metros que Modric y Kranjcar convirtieron en oro. Frings, el hombre escoba de Alemania, no dio abasto. Podolski apenas se atrevió a soltarse por el extremo. Y Mario Gómez se pasó la tarde en fuera de juego.
El gol fue una consecuencia lógica. El centro enroscado del lateral izquierdo Pranjic lo remató al segundo palo Srna robándole la cartera a Jansen, que perdió la posición. Jansen se atusó los cabellos en señal de desesperación: sabía que le iban a llover millones de críticas. Y no sólo desde fuera. Löw le mandó a la ducha en el descanso.
El seleccionador entendió que la solución pasaba primero por abrir el campo y después por inyectarle velocidad. O sea, Odonkor. Y allí se fue el pequeño extremo del Betis, que recibió las reprimendas de Ballack por no cerrar cuando Alemania perdía el balón. Odonkor resultó insignificante, pero el capitán tampoco estaba para echar broncas a nadie: tardaba un mundo en recuperar la posición.
Croacia redobló su apuesta por el contraataque y Modric, con más espacio, ganó peso en el partido. Aun así, el nuevo fichaje del Tottenham está a medio cocer y su participación es mucho más escasa de lo que le convendría a su equipo. Le falta crecer y el pisotón que le dio Lehmann al final del encuentro le ayudará a hacerlo.
Mientras Alemania insinuaba una reacción, Lehmann descubrió lo que suponía: está para el arrastre. Se estiró hacia la izquierda para atajar un centro desviado por Podolski y la pelota le dobló las manoplas antes de pegar en el poste. El regalo lo agradeció Olic.
Entonces, Löw jugó su última carta: el agitador Schweinsteiger, que dio otro ritmo al lánguido centro del campo germano. A la vez que permitía que Podolski ocupara la delantera en vez del desacertado Gómez. Alemania recobró la medular y Podolski la opción del gol en un zurdazo a bote pronto. Por primera vez, la hinchada alemana, muy acogotada por la croata, se subió a los lomos de su equipo. Hasta recibir la puntilla que supuso la expulsión de Schweinsteiger tras la chiquillada de empujar a Leko.
Por el camino al vestuario, Schweinsteiger le dejó un recado a Bilic. "Estás loco", le dijo con el gesto del dedo índice en la sien. Atacado de los nervios, el entrenador croata se besaba repetidamente algún pequeño objeto que se sacaba del bolsillo de la chaqueta. Y las costuras de su traje gris las hizo trizas de tanto como se movió, alterado, de un lado para otro en esa jaula rectangular acotada para los entrenadores. Pero, al final, liberó toda la tensión acumulada. Saltó al campo para celebrarlo con sus jugadores. Y para agradecer al pequeño Modric que se colara entre las líneas alemanas.
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