Chiringuitos
Es costumbre en toda playa que se precie que cuando llegan los calores de estío aparezca el chiringuito, singular local que lo mismo acoge al sediento bañista que al acalorado consumidor de sol, a los que por pocas monedas da bebida y refugio, y a los que provee a todas horas de la tapa o ración necesarios para completar la feliz jornada junto al mar.
En muchos casos, lo que empezó como local de pequeñas prestaciones ha ido adquiriendo fama y calidad, por lo que han pasado de lo mobiliario a lo consolidado en cuanto a su estructura y ubicación, y su cocina, de simple apoyo al hambriento a satisfacción para iniciados en los placeres gastronómicos, con especial incidencia en los que atañen a los productos marinos. Pero en la mayoría, si no en todos los casos, en dicho salto se han mantenido las características originales en cuanto a tipo de cocina -popular y no sofisticada- y precio ajustado.
Sin embargo, parece que en nuestras costas dichos criterios se tienen a menos, y los nuevos establecimientos de restauración de nuestras playas tienden a desdeñar los habituales criterios e intentan una cocina con mayores pretensiones, alejada de su inicial utilidad. Las cartas que exhiben se hacen complejas, los platos, impropios de la situación, y los resultados, nefastos.
Flojo servicio e imposible cocina en Brassa de Mar, en la playa de la Patacona, de reciente apertura, e iguales epítetos podríamos dedicar a la mayoría de los de reciente creación y que le acompañan en su singladura.
¿Será aquello de la difícil facilidad lo que les impide ofrecer en las más dignas condiciones algo tan simple, pero a la vez tan adecuado y sabroso, como una fritura de pescado o unas clótxines de las vecinas bateas?
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