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Juan Costa se lo piensa (mucho)

El ex ministro es requerido para oponerse a Rajoy. Pero cada vez está más remiso

Antonio Jiménez Barca

Un día, hace años, en el Congreso de los Diputados, el portavoz de Economía del PP, por entonces en la oposición, tuvo un contratiempo. Se necesitaba urgentemente un diputado que entendiera de legislación fiscal para intervenir casi urgentemente como sustituto. Alguien pensó en un parlamentario joven -el más joven de esa legislatura-, presumido, atildado y elegante, con fama de cerebro para las finanzas y los impuestos. Se llamaba Juan Costa, tenía 28 años y aceptó de inmediato porque guardaba un as en la manga.

Por de pronto, ha conseguido destacarse. Dejar que le quieran
Tras estrenarse en el Congreso, Rato le dijo: "Sube a mi despacho"
No sólo los suyos le animan; también los seguidores de Rajoy
El 23-F le pilló en la discoteca -estaba en 2º de BUP-, y no se enteró de nada
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Al día siguiente subió a la tribuna por primera vez en su vida. Lo primero que descubrió desde ahí arriba es que los diputados veteranos, de uno y otro partido, le miraban con ganas de merendárselo. Nada mejor que un novato al que examinar desde la barrera para alegrar un día aburrido. Al final de la disertación, consiguió que los suyos al menos le aplaudieran. No era poca hazaña para una primera vez, en un día corriente y con una materia tan poco animada como la legislación fiscal. Alguien con peso en el PP que se encontraba presente en la sesión también se fijó en él:

-Mañana sube a mi despacho.

La orden partía de Rodrigo Rato, todopoderoso en el PP, por entonces portavoz de su partido en el Congreso: el que iba a convertirse en el mentor y aval de Costa. Corría 1993 y la carrera política de este diputado, uno de los actuales líderes emergentes del nuevo PP y, para muchos, candidato ideal a suceder a Rajoy, había comenzado.

En estos días, Juan Costa se piensa si dar un paso definitivo sin vuelta atrás: presentarse como cabeza de lista alternativa a la de Mariano Rajoy en el próximo congreso del PP. Pero a diferencia de cuando tenía 28 años y vio claro que había que moverse, ahora no está nada convencido.

Costa nació en Castellón en 1965. Su madre fue concejal de Alianza Popular; su padre, interventor de Hacienda. Una compañera que estudió en su mismo instituto público le recuerda lleno de diminutivos: "Pijín, guapete, ligoncete". También como un alumno brillante y estudioso. De entonces es su afición a la ropa de marca y a andar impecable y a la última. La tarde del 23-F le pilló en segundo de BUP, en una discoteca, sin enterarse de nada. Eso no le impidió pedir al día siguiente a la profesora que atrasara un examen para el que no había estudiado nada, improvisando la excusa falsa de que a todos les había afectado mucho la noticia del golpe de Estado.

La convenció.

Estudió Derecho en Navarra y un máster internacional en Asesoría de Empresas. Trabajó unos años en la consultora Ernst&Young. Afiliado a Nuevas Generaciones, al término de una conferencia que dio a un grupo de militantes éstos le pidieron que entrara en las listas electorales. Acababa de descubrir que tenía capacidad de convicción: su as en la manga. Lo confirmó en su primer mitin, celebrado en la plaza de toros de Castellón, delante de José María Aznar.

Aprendió a fajarse en la oposición de la mano de Rato. Cuando el PP ganó las elecciones, en 1996, éste se convirtió en vicepresidente y ministro de Economía y nombró a Costa, uno de sus niños bonitos, en secretario de Estado de Hacienda.

Tenía 31 años. Casado, con un hijo. Brillante, exitoso, pertenecía a la élite de los que mandaban en el país y el futuro se presentaba inagotable. Un dirigente del PP que le conoció por esa época le recordaba como un jefe inteligente y rápido pero también algo caprichoso, tal vez demasiado joven para el cargo, un tanto déspota a la hora de organizar reuniones a las diez de la noche, que desquiciaban a sus colaboradores, e impuntual hasta el punto de llegar a veces dos horas tarde a reuniones importantes. Le propina un adjetivo poco apropiado para todo un número dos del Ministerio de Economía: "Un poco niñato".

Con todo, el niñato fue capaz de convertir la Agencia Tributaria, por entonces casi una tortura burocrática, en un organismo dinámico y moderno, de fácil acceso para el contribuyente. Todo en una legislatura complicada desde el punto de vista económico, con una reforma fiscal en marcha y la entrada en el euro como horizonte. También metió la pata, como a la hora de denunciar una supuesta amnistía fiscal efectuada por el Gobierno socialista que resultó ser falsa. Algunos creen que le tocó poner la cara para que no se la partieran a Rato y que éste le devolvió el favor más adelante.

En 2000, esperaba ser nombrado ministro. No lo fue. Lo logró en 2003 y por nueve meses: de Ciencia y Tecnología. Alguien que coincidió con él le recuerda como un dirigente "muy frío, con un descomunal olfato político, inmutable, ideológicamente poco definible, con ilimitada capacidad de trabajo y de gestión".

Poco después de que el PSOE ganara las elecciones de 2004, Costa se marchó al Fondo Monetario Internacional, dirigido entonces por Rato. En 2005 regresó a España, volvió, esta vez como presidente, a Ernst&Young con un sueldo de cerca de un millón de euros al año. Pero de nuevo renunció a la asesoría por la política: el candidato a presidente del Gobierno Mariano Rajoy le encargó que coordinara el programa electoral del PP para las elecciones de marzo pasado.

Costa había cambiado. La misma persona que le había conocido de secretario de Estado lo reconoce: "Seguía siendo brillante y con una gran habilidad para trabajar en equipo, pero ya no había nada del niñato de entonces: había madurado completamente".

Tras la derrota de Rajoy, fue relegado a una función oscura e inesperada de diputado raso. Es entonces cuando varios diputados y otros miembros del PP le animaron para que presentara una candidatura alternativa: ven en él una suerte de Zapatero de la derecha, un diputado joven, de 43 años, sin hipotecas ni lastres que le unan a la generación anterior. Desde entonces, él sopesa despacio la jugada para no patinar en este delicado ajedrez a varias bandas.

Se lo piensa con la frialdad calculada que es su marca de la casa. Conversa y juguetea con la otra cabeza visible del sector crítico, Esperanza Aguirre, que también amagó con presentarse y al final dio un paso atrás (o al lado). Fuentes cercanas a Costa aseguran que él no lo ve claro, que considera que acudir al congreso de junio como oponente de Rajoy es jugar una carta perdedora y que más vale esperar o apartarse: "Cree que el partido debería abrirse a los militantes, considera que el congreso ya está decidido, que hay 2.000 compromisarios que van a avalar a Rajoy y que en esas condiciones vale más quedarse como está".

Por lo pronto ha conseguido destacarse. Dejar que le quieran. Mientras, no sólo le animan sus seguidores. También Rajoy y los suyos lo hacen, tratando de que alguien mueva pieza para forzar por fin la partida, hartos de dar manotazos estériles contra extenuantes candidaturas sin cuerpo.

Juan Costa, en un banco del paseo de la Castellana de Madrid.
Juan Costa, en un banco del paseo de la Castellana de Madrid.GORKA LEJARCEGI

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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