Una araña en el avispero italiano
Contador sigue al frente del Giro y aumenta su ventaja sobre Riccò tras la cronoescalada de Plan de Corones
Después de Miguel Indurain, a un suizo llamado Tony Rominger se le ocurrió meter la mano en el avispero italiano. Consiguió su objetivo, ganar el Giro de 1995, pero murió en el intento. Desde aquella victoria, lograda a espada y fuego, sin cautivos, sin alianzas ni componendas, el que soñaba con derrotar a Indurain en el Tour nunca volvió a ser el mismo. No había aprendido la lección dictada por el navarro y su director, José Miguel Echávarri, en sus dos Giros victoriosos, 1992 y 1993, cuyo primer y casi único capítulo decía que en Italia, como los italianos, más maquiavélico aún, si cabe. "El Giro, cuando también se piensa en el Tour, cuando no se está al ciento por ciento de forma, se gana con paciencia, con regularidad", repite aún Echávarri; "con la paciencia de la araña, tejiendo día a día la tela, sin prisa". Después de Rominger, ningún hombre Tour, salvo Marco Pantani, se atrevió siquiera a acercarse a Italia.
"Lo peor ha pasado. Temía sobre todo la primera semana y el inicio de la montaña"
Hasta Alberto Contador, que alcanzó la maglia rosa el domingo sin haber sido el mejor en ningún terreno -le superaron Riccò, en las tres llegadas en alto, y Bruseghin, en la contrarreloj- y que ayer aumentó a 41 segundos su ventaja sobre Riccò, el segundo mejor escalador del Giro tras el increíble Sella, después de la no tan terrible cronoescalada de Plan de Corones. Moviendo sobre una calzada de tierra apelmazada empinada al 24% un desarrollo de bicicleta de montaña (un 34/30) a una velocidad endiablada, Contador, el culo justo en la punta del sillín, pedaleó como Lance Armstrong, con su molinillo increíble, con la cabeza de Indurain, sin arrogancia, pensando en el largo plazo.
Terminó la cronoescalada -12,9 kilómetros no tan duros como se temía, un recorrido en escalera al que a tremendos repechos seguían descansillos en los que tomar aire- y Contador, de habitual discreto, por primera vez habló claro. "Lo peor, lo que más temía, ha pasado", dijo el chico de Pinto, aliviado porque en sus cálculos, expresados por su director, Johan Bruyneel, entraba el perder el jersey rosa en beneficio de Riccò: "El problema para mí, que he llegado bajo de forma, era la primera semana y la primera etapa de montaña. Ahora mi forma ya está a buen nivel y no temo que baje".
Como a Pantani en el Tour de 1998, cuando Jan Ullrich le perdonó la vida en las etapas llanas, a Contador le han dejado llegar al momento decisivo no sólo vivo, sino aún más fuerte. "Ya lo vi bien por la mañana, cuando fui a reconocer el terreno", dice Contador; "hice en coche la primera parte y los últimos cinco kilómetros, los que estaban sin asfaltar, en bicicleta. Me gustó lo que vi. Me gustó mucho. Además, la visita me sirvió para decidirme por un desarrollo más ligero, lo que fue clave".
La clave en la primera semana, cuando las invectivas verbales de Riccò, Piepoli, Simoni y Di Luca, los senadores del ciclismo italiano, fue para Contador la sordera. Gritaba Riccò, agresivo, tras la primera subida, a Pescocostanzo, que Contador, que se pegó a su rueda y la de Di Luca hasta que no pudo más, era un jeta porque no había dado ni un relevo y Contador no dijo ni mu. Siguió Riccò diciendo que no creía que no se hubiera preparado para el Giro, que era mentira eso de que estaba en la playa cuando le dijeron que tendría que correr en Italia, y el de Pinto ni caso. Terminó Riccò, ya casi afónico, dejando caer que Contador, que se rompió el brazo, fingía la fractura y tampoco encontró respuesta.
"Pero es que yo no debo demostrar nada a nadie", dice Contador; "quien me conoce sabe que no miento. Y lo que dice Riccò no me interesa. Me interesa, en cambio, lo que hace sobre la bicicleta, y eso sí que lo hace bien".
Hoy descansa el Giro. El viernes y el sábado, más montaña.
La amenaza del 'fenómeno'
En Palermo, mientras los corredores hacían rodillo antes de la contrarreloj por equipos, Bruno Reverberi era un hombre abatido. El veterano director italiano ya daba por perdido el Giro antes de comenzarlo. Y todo, porque le habían borrado de la carrera a su sprinter argentino Ariel Richeze, positivo un par de meses antes. "Si me hubieran avisado antes, habría traído a otro sprinter. Ahora no sé con quién voy a ganar etapas", decía el director del Navigare. "Richeze dice que no ha tomado nada, que es un suplemento contaminado. Pero yo, a mis años y con lo que sé, ya no pongo la mano en el fuego por nadie".Apenas dos semanas después, llegada la montaña, los corredores de Reverberi se han convertido en los protagonistas del Giro. Como los del Kelme de hace unos años, o los del Festina, o los de la ONCE, hay hombrecillos verdes -el color del equipo: Cuapio, Pozzovivo, Baliani...- por todas partes, preferentemente atacando en todas las cuestas. Uno de ellos, el fenómeno musculoso Emanuel Sella, qué forma de machacar los pedales, de mover desarrollos imposibles, terminó ayer segundo después de haber ganado las dos primeras etapas dolomíticas con 330 kilómetros de fuga. Empezó la montaña a 17 minutos de Alberto Contador y ahora está a 4m 25s. "Hombre, seguro que, con el equipo que tiene, Contador podrá controlarle en el Mortirolo", dice Eusebio Unzue, el director del Caisse d'Épargne, que no quiere decir lo que piensan todos: que hay algo de misterioso en la forma en que domina el Navigare, un equipo de segunda que no sigue los mismos protocolos antidopaje que los de primera y por cuyo honor, ahora sí, Reverberi ya pone la mano en el fuego. "Demandaré a los que duden", avisa.
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