¡Agua va!
Cayó por fin el agua a raudales y a comienzos de la semana pasada el consejero Baltasar, que es miembro de un autoproclamado partido "ecologista de izquierdas", dijo que las principales restricciones (usar agua de boca para llenar bañeras y piscinas, regar jardines y céspedes, y lavar el coche con la manguera) iban a terminar porque se había alcanzado la cota prescrita por el plan de prevención de sequías de la Generalitat. Al día siguiente fue desautorizado por José Montilla, en una actitud que honra al presidente. El plan de prevención de sequías está anticuado. Según su actual redacción, basta con que el agua acumulada en los pantanos alcance algo menos del 30% de su capacidad máxima (¡incluso en mayo, cuando empieza la temporada seca veraniega!) para que las medidas restrictivas más importantes puedan ser levantadas. Aunque hemos tenido un magnífico temporal de Levante, el volumen acumulado de agua sigue siendo ridículo para una sociedad no acostumbrada a ahorrarla. Y el abuso se produce tanto en el campo como en la ciudad.
Durante la peor parte de la sequía nos hemos enterado de que los sistemas de riego utilizados por la mayoría de nuestros agricultores son muy poco eficientes y de que el mayoritario consiste en inundar los campos. Claro que sistemas como el riego por aspersión y el gota a gota de superficie o de tubería microporosa enterrada requieren inversiones que nadie está dispuesto a realizar por las buenas. Ningún Gobierno lo ha impuesto, y tampoco lo ha subvencionado.
También hemos sabido que los barceloneses son muy austeros en sus consumos de agua y que Matadepera bate, en cambio, el récord de consumo de agua por habitante, seguida de cerca por numerosas poblaciones del Vallès Occidental, del Maresme, etcétera, aquellas donde han proliferado las casas unifamiliares con jardín a la inglesa. Paseen por Sant Cugat y las zonas residenciales de Terrassa, o por las urbanizaciones lujosas del Maresme, y verán hectáreas de verde césped. Es como plantar palmeras en Groenlandia.
Tuve durante algunos años cierta responsabilidad en la administración del agua en una urbanización situada en el Montseny. Pese a los 700 mililitros por metro cuadrado de lluvia anual y pese a los cinco pozos de una urbanización con menos de 90 casas, nos quedábamos sin agua cada verano en cuanto los vecinos pudientes y desaprensivos decidían conectar el riego automático de su césped. Debido a la enorme irradiación solar y al fuerte drenaje del terreno, cada metro cuadrado de césped en esa zona se bebe cinco metros cúbicos de agua diarios desde junio hasta septiembre. Algunos vecinos crearon sistemas de acumulación individual de agua (de lluvia o comprada en cubas sin preguntar de dónde venía), con capacidades de 100.000 y 120.000 litros, y acabaron teniendo que aceptar que ni así podían regar más de 20 días, al cabo de los cuales tenían que dejar que su césped se agostara como el de todos los demás. En urbanizaciones donde no existe la prohibición de hacer pozos individuales, como ocurre en algunas, los vecinos hacen carreras de profundidad, bajando la tubería del pozo 50 o 100 metros más que el vecino en un esfuerzo por tener su césped como si esto fuese Escocia o Suecia. En el Mediterráneo, el agua necesaria para mantener la hierba verde es infinita. Cosa que sabían muy bien las empresas de jardinería que durante años se han forrado instalando céspedes y riesgos automáticos carísimos e insostenibles. Hay que reformar el plan de sequía y regular, entre otras cosas, los sistemas de riego agrícola, pero también desautorizar ciertos tipos de jardinería, o nos vamos a quedar secos.
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