Filosofías sin drama

"En este paisaje no hay ficción, ni acción, ni drama. Dramas, los justos", dice desde la boca del escenario la directora de Matarile Teatro. "Soy de El Ferrol, tengo 49 años, y me llamo Ana. Estoy encantada de saludarles". Reproduzco el comienzo de Animales artificiales porque ejemplifica una manera de hacer teatro que se ha expandido en mancha de aceite por toda Europa. En espectáculos como éste, no hay texto dramático, ni personajes en conflicto y los actores se interpretan a sí mismos: en lugar de representar, se presentan.

Pina Bausch lleva tres décadas haciendo algo así con los bailarines de su Wuppertal Tanztheater, pero la cosa viene de mucho más atrás, de la revista, de las variedades y de la tonadilla dieciochesca, géneros dónde el intérprete es coautor de cuanto dice y hace, y el personaje es su doble. Por eso estoy con Jean-Pierre Sarrazac, que llama a este movimiento teatro paradramático, antes que con quienes, desde 1999, lo llaman posdramático, que lleva implícita la peregrina idea de que el drama está en vías de extinción. Siempre ha habido profetas del Apocalipsis.

En Animales artificiales, Ana Vallés alterna coreografías, recitados de textos de corte filosófico, diálogos de besugos y números para tuba y contratenor, una combinación musical rara pero efectiva. Sus intérpretes hablan de la vida y de la muerte, y de cómo diferenciar el melón macho del hembra, o cuentan anécdotas sobre Maia Plisetskaia. Salvo excepciones, son mejores bailarines que clowns. A veces hablan con frialdad ensayística, a veces con humor. También el tono levemente desencantado impuesto por la directora contrasta con la atmósfera solar que crea Baltasar Patiño, la otra mitad fundacional de Matarile: es uno de los mejores iluminadores de España.

Cada espectáculo pide un escenario a su medida. El del teatro Fernán-Gómez le viene grande a éste, tan intimista y melancólico: quedará mejor en lugares más recogidos. Después de Historia natural, una pastoral vibrante, y de Me acordaré de todos vosotros, lo más parecido a una comedia que haya hecho jamás, Vallés ha montado una sinfonía filosófica con allegros breves chispeantes y tiempos lentos estirados y dados de sí. Entre lo mejor, el solo desasosegador de Mónica García y la danza burlesca de Ricardo Santana con Helen Bertels.