Trabajos de la imaginación
Hablando de su libro Una historia de amor y oscuridad,
Amos Oz dijo que le había ayudado a percatarse de que en su país todos, tanto israelíes como palestinos, estaban heridos por los recuerdos: "Una sobredosis de historia nos ha envenenado". El diagnóstico no es de extrañar si tenemos en cuenta, por un lado, que en aquella obra el escritor saldaba cuentas con sus padres, un bibliotecario frustrado y una madre que se quitó la vida siendo él un niño, y por otro, que él mismo ha vivido todos los conflictos de Oriente Próximo desde la proclamación del Estado de Israel en 1948 hasta la última guerra del Líbano en el verano de 2006.
En su última novela, Versos de vida y muerte, no se ha ocupado de una experiencia traumática individual o de una dolorosa parcela de la historia colectiva, sino de la creación literaria tal y como la experimenta un escritor en la vida cotidiana. Si el tono para una novela que describe la locura humana de confundir ficciones con realidades lo sentó Cervantes en el Quijote, el modo de describir este mal tan contagioso lo sancionó Platón en el Ión, con el famoso símil del imán que transmite su fuerza de un anillo a otro hasta formar una cadena.
Versos de vida y muerte
Amos Oz
Traducción de Raquel García Lozano
Siruela. Madrid, 2008
127 páginas. 14,90 euros
Oz, tomando del uno y del otro, tampoco ha desdeñado las enseñanzas de un tercero, el Joyce de Ulises, y nos propone seguir durante varias horas a un novelista llamado "el autor". En un caluroso día de verano, acompañamos a este personaje desde poco antes de que asista a la presentación de su última obra en un centro social de Tel Aviv hasta que llegue a su casa de madrugada, después de un largo deambuleo febril y lascivo por las callejuelas húmedas de la ciudad.
Sin embargo, la anécdota no pasa de ser una excusa para sacar al "autor" de casa y mostrarnos cómo se las compone frente a la realidad que le rodea. La excusa de la presentación, con los discursos del anfitrión, las palabras del erudito y la lectura de una joven, sirve para mostrarnos cómo funciona la mente del escritor, sobreponiéndose a todo y a todos y construyendo un mundo nuevo. Ni siquiera las preguntas que le ha de formular el público cuando termine la presentación de su libro obtienen una respuesta directa: ¿por qué escribe?, ¿qué poder quiere ejercer sobre sus lectores?, ¿se inspira más en la realidad o en la imaginación?, ¿es un artista comprometido?, ¿con quién?, ¿qué quería decir con esta obra?
Lo cierto es que Versos de vida y muerte contiene, bajo la apariencia de una novela, la teoría literaria de Amos Oz, o al menos algunas ideas estéticas del escritor jerosolimitano. Por ejemplo, "el autor" reflexiona sobre un poemario del difunto Bet Halahmi que también lleva por título Versos de vida y muerte, y cuyas rimas se repiten a lo largo de la novela. Tal vez Oz nos está dando pistas sobre la opinión que le merece la retractatio, es decir, la imitación de otros escritores y, a juzgar por el modo en que fusila para su propia novela el título de Bet Halahmi y algunos de sus versos, parece que está de acuerdo con William Blake: "Los malos artistas parece que copian mucho / los buenos artistas copian a saco".
También aborda la espinosa cuestión de la finalidad de la literatura, que para los antiguos tratadistas del clasicismo debía encontrarse a mitad de camino entre el enseñar y el deleitar. Para él, "...una de las funciones de la literatura de ficción es extraer a veces de la desdicha y del sufrimiento al menos una pizca de consuelo o un pellizco de bondad. ¿Cómo lo diríamos? Si no vendar nuestras heridas, al menos lamerlas". Y también aprovecha para arremeter contra ciertas prácticas de la novela contemporánea: "... como mínimo la literatura de ficción no debe engalanarse para su provecho con sarcasmo ni hurgando en las heridas, tal y como hacen los nuevos escritores en nuestros días hasta la náusea".
Dicho esto, el asunto estelar de este libro es el de los trabajos de la imaginación. Por eso desde la primera escena, cuando el autor entra en una cafetería y observa a la camarera que le atiende y a los dos parroquianos que comparten mesa allí, asistimos al modo en que esta facultad -"la loca de la casa", como llamó santa Teresa a la imaginación- en manos de un "autor" puede liarse a dar vida (literaria) como sólo sería capaz de hacerlo el mismo Yavé. Tal vez Amos Oz nos recuerda con esta clásica novela moderna, casi una nivola unamuniana, que, puestos a estar envenenados, es preferible una sobredosis de fantasía a una de Historia. -
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.