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La carrera hacia la Casa Blanca

Barack Obama baja el tono, pero mantiene su voz

El candidato muestra un nuevo perfil en su campaña tras el 'caso Wright'

Antonio Caño

El pasado martes 29 fue sin duda el peor día en la campaña de Barack Obama. El senador se levantó en Winston-Salem (Carolina del Norte) con todo en contra: las encuestas en caída, las televisiones repitiendo una y otra vez las últimas andanadas del reverendo Jeremiah Wright y los columnistas anticipando el declive de la estrella de estas elecciones.

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Peor que eso aún, su entorno vivía en un mar de dudas sobre cómo reaccionar. "No había una salida fácil", reconoce un miembro de su campaña. "No podía repetir otro discurso sobre el racismo pero tampoco era posible quedarse quietos ante semejante tormenta". Obama se resistía a hablar. Un mes antes, cuando Wright entró en escena con su mensaje provocador y racista, el senador de Illinois argumentó brillantemente que, pese a que rechazaba categóricamente ese mensaje, "no podría repudiar a Wright sin repudiar a toda la comunidad afroamericana o a mi abuela blanca".

Obama se resistía ahora a retractarse de esas palabras. Según fuentes de su campaña, estaba indignado con Wright, sorprendido y decepcionado por la jugada que el reverendo le había hecho con su estruendosa aparición en el Club Nacional de Prensa de Washington. Pero le dolía tener que descalificarle públicamente.

No había más remedio. Obama marchaba a paso firme hacia la nominación como candidato demócrata pero un escándalo así podía poner en peligro esa posibilidad. Poco después del mediodía, el senador recibió a los periodistas y, con el gesto más adusto y solemne que se le ha conocido hasta ahora, repudió a Wright: "Representa todo lo contrario de lo que yo soy y lo que he defendido toda mi vida". Horas más tarde, en el camino entre Wiston-Salem y Hickory, Obama admitiría que la ruptura pública con el pastor que había oficiado su matrimonio, bautizado a sus hijas e inspirado en gran medida su vocación social, había sido "una decisión muy difícil de tomar".

Afortunadamente para él, en Hickory encontró el perfecto bálsamo a su angustia. Largas filas de personas habían esperado más de tres horas a que abrieran las puertas del instituto de enseñanza media de la ciudad para entrar a escuchar a Obama. No cupieron todas. Varios centenares tuvieron que seguir su intervención en la calle por medio de los altavoces instalados en el edificio. Eran las mismas caras de fascinación, la misma pasión que se han visto en tantas otras ciudades por las que Obama ha pasado. ¡Todo es tan distinto en las calles de Hickory de los salones de Washington! Aquí da la impresión de que el caso Wright es insignificante y que las dudas sobre la candidatura de Obama crecen sólo en su espeso caldo de cultivo.

"Sería una vergüenza que la gente decidiera su voto por el asunto de Wright, pero es verdad que para algunos puede ser la excusa que buscaban para no votar por Obama", admite Marcie Ownbey, una joven universitaria que ha traído a su madre al mitin.

Carolina del Norte e Indiana, los dos Estados donde se celebran primarias el próximo martes, han experimentado el mismo aumento espectacular del número de electores registrados que se ha conocido antes en otros lugares. La marejada de nuevos votantes continúa. En Hickory es ostensible la presencia abundante de jóvenes, llegados hasta el gimnasio del instituto en grupos, como si fueran a un concierto. La movilización en la ciudad en los días previos al acto no ha tenido precedentes.

Algunas cosas han cambiado. Hay más negros en el acto. Obama ha introducido variaciones en su mensaje para dar respuestas a la preocupación por la economía. Pero el cambio más apreciable es que el candidato está cansado.

Lo reconoce en un momento en Hickory en el que pierde el hilo del discurso. "Son ya casi 15 meses de campaña", dice a modo de disculpa. Ha disminuido parte de su energía y hasta su voz se ha hecho algo más parsimoniosa. Su mensaje ha perdido fuerza retórica pero ha ganado concreción. Fuentes de su equipo dicen que, en cierta medida, esto es también una estrategia diseñada para responder a algunas de las carencias detectadas en las encuestas. "Por cada lugar por el que paso oigo historias de puestos de trabajo que desaparecen, de salarios que pierden valor, de pensiones que bajan", afirma.

Como ocurre con los cantantes famosos, la gente está en el mitin para escuchar las frases más conocidas y para repetir hasta la extenuación el célebre estribillo "¡Yes, we can!". "Estoy seguro de que a mucha gente le gusta este nuevo mensaje económico, pero a mí me encanta oírle cuando dice eso de 'la rabiosa urgencia de ahora", dice John Nail, un hombre de 55 años que se declara políticamente independiente.

La gente asiente sonoramente cuando Obama recuerda que "vivimos tiempos difíciles" o se solidariza con "el sufrimiento que tienen que soportar cada noche muchas familias norteamericanas al reunirse en la mesa de cocina a hacer cuentas". Pero el furor se produce cuando Obama recurre a su mantra sobre la unidad. Unidad, primero, de los demócratas y después, de todo el país.

Debilitada por el cansancio y las polémicas, sí; atemperada por una visión más fría y prudente de sus auténticas virtudes como político, también; pero la voz de Obama se sigue escuchando. Mucho está de nuevo en juego en Indiana y Carolina del Norte (una victoria de Hillary Clinton en ambos Estados podría tener un gran impacto), pero Obama no sólo mantiene a su favor un amplio margen de los delegados que tienen que elegir candidato en la convención demócrata, sino el criterio generalizado de que sólo una catástrofe puede apartarle de ese objetivo.

Incluso tras su derrota en Pensilvania, ha sumado a su cuenta más superdelegados -delegados designados por el partido- que Clinton. Incluso después del episodio de Wright, dos ex presidentes del partido le han dado su apoyo. Las últimas semanas han sacado a relucir algunas debilidades de Obama. Un candidato presidencial, en última instancia, es un balance de defectos y virtudes sobre el que deciden los electores. Nadie podía esperar que Obama pudiera llegar incólume a la Casa Blanca. Su figura ha perdido el halo de la divinidad, se ha humanizado. Pero está por ver si eso lo hace peor o mejor candidato. "A mí no me pregunte. Yo estoy enamorada de él y voy a estar con él hasta el final", sentencia una vistosa señora en Hickory.

Obama, acompañado de su mujer, Michelle, y sus hijas Malia (derecha) y Sacha, a su llegada ayer a Indianápolis.
Obama, acompañado de su mujer, Michelle, y sus hijas Malia (derecha) y Sacha, a su llegada ayer a Indianápolis.AFP

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