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Análisis:Vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Más allá de un resultado

José Sámano

Vive el Barça un tiempo de zozobra, angustiado ante el vértigo que supone para una institución de tanto calado quedarse sin títulos por segundo año consecutivo. En el Barça, como en el Manchester United, el Milan y el Real Madrid, el único objetivo posible son los tronos, pero nada te los garantiza. Los rivales no son molinos. El deporte es competición y, por tanto, los grandes clubes más que nadie están obligados a ser competentes hasta el final. Ése es el gran pecado del Barça de este curso, su atonía, su dejadez en la Liga y su desfachatez en la Copa y la Supercopa. Despedirse de una Liga de Campeones en las semifinales y ante un contrario como el Manchester no supondría ninguna catarsis si no fuera por la irritante dimisión del Barça semana a semana, lastrado por la hoguera de vanidades que su presidente y coristas han atizado en el vestuario, con cierta complicidad del entrenador, un asalariado de lujo que no ha sabido cambiar el manual de sus primeras temporadas en el Camp Nou.

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El Barça, y no sólo en Riazor, ha destilado una inmensa pereza profesional, ajeno por completo a los deseos de su hinchada, que, como cualquier otra de una superpotencia, se siente estafada cuando jornada a jornada su ilusión supera con creces la que demuestran los jugadores. Unos futbolistas, la mayoría, más preocupados por el jolgorio nocturno, los viajes de farándula, los asuntos rosas de cada cual o los funerales de poetas comprometidos con no sé qué causa. Una cosa es tener un bache y otra muy distinta hacer novillos cada semana. De esa forma se pierden los buenos hábitos y en el examen final, cuando todo se juega a un solo bingo, el asunto resulta más complicado. El Barça del curso pasado perdió una Liga tras una gran remontada del Real Madrid, una situación decepcionante para los culés, pero posible. Lo de esta temporada ha resultado un fiasco monumental, con el equipo abanicándose de etapa en etapa, sin posibilidades matemáticas de pelear por el título a falta de cuatro jornadas, aunque moralmente capituló hace meses, por más que el futuro campeón le diera todas las oportunidades del mundo.

Hace casi 20 años que un equipo no gana dos Copas de Europa consecutivas (Milan 1989-1990), lo que subraya que en el fútbol de purpurina los ciclos se han acortado al máximo y la globalización de los pagarés audiovisuales multiplica la competencia y estrecha las distancias. Hoy, todo resulta tan efímero como Ronaldinho o la galaxia de Concha Espina. Por eso la autoridad debe prestar mayor atención, ser más intervencionista, no sentirse parte de la brillantina. En el Barça no se han tomado medidas pese a la referencia del espejo de Florentino Pérez. Éste dimitió al no poder dar carrete a su lunático y atractivo proyecto y el Real Madrid no se ha caído del pedestal. Ha recuperado buena parte de sus ancestrales valores y, aunque sea de forma más terrenal, va camino de dos títulos sucesivos para gozo de una hinchada que antes presumía de los zidanes y hoy hace la ola a un grupo con menos pasarela.

En el Barça se ha preferido ser más contemplativo y se ha maquillado su tránsito gracias a que rivales como el Celtic y el Schalke le han mantenido enchufado a la Liga de Campeones. Hoy tiene su primera gran oposición en el torneo. Si aprueba, esquivará una catarsis, pero ni sellando el título en Moscú podrá evitar una mutación tan urgente como imprescindible. El curso dura nueve meses y el Barça está obligado a ser constante. Hay valores que no puede perder de vista. Una derrota en Old Trafford no debería desencadenar un cataclismo, salvo que se contextualice con el resto de la temporada. Que sería el caso. Una victoria no supondría la redención total. Si no se metabolizan como tal, a veces los éxitos accidentales sólo prolongan la agonía. Por mucha complicidad directiva, médica y mediática que exista, ya deberían haberse superado aquellos tiempos presidenciales de Josep Lluís Núñez en los que una Copa camuflaba otras penurias.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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