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Reportaje:OPINIÓN

Prepárense para una gran decepción

El maratón demócrata protagonizado por Clinton y Obama ha ayudado al candidato republicano. Pero seguramente ninguno de los tres podrá ser todo lo que el mundo desea

Timothy Garton Ash

Esta es la conclusión que saco del último acto del espectáculo de títeres en Pensilvania: gane quien gane las elecciones presidenciales en noviembre, el mundo se sentirá decepcionado.

Una consecuencia evidente de la interminable contienda de los demócratas, sobre todo si se prolonga hasta la convención de Denver en agosto, es que mejorarán las posibilidades de victoria de John McCain. De hecho, el resultado de Pensilvania es el mejor resultado al que podían aspirar los republicanos. Hillary obtuvo una victoria suficiente para permanecer en la carrera, pero no lo suficientemente clara como para empezar a dar la vuelta a la situación. Los responsables de la campaña de McCain deben de estar frotándose las manos de satisfacción.

Una consecuencia de la interminable contienda de los demócratas es que mejoran las posibilidades de victoria de McCain
Supongamos que gana Obama. La gente de todo el mundo se sentiría encantada. Ése sería su primer problema

La elección de McCain como presidente sería en sí misma una decepción para un mundo fascinado con Barack Obama. Habría una sensación de que las cosas no cambian y un montón de bromas cansadas sobre McBush. McCain, a diferencia de George W. Bush, tiene una biografía que impone respeto. Desafío a cualquiera que lea sus memorias, Faith of my fathers, a no sentirse conmovido por los fragmentos que recuerdan su cautiverio y sus torturas en Vietnam. Cuando los republicanos dicen de él que es un auténtico héroe americano, por supuesto, están llevando a cabo una operación de marketing político; pero además es verdad.

Por desgracia, eso no quiere decir que pueda ser un buen presidente para esta era en la que vivimos. Si estuviéramos envueltos en una Tercera Guerra Mundial contra una nueva Alemania nazi, lo sería; pero no es el caso. Seguramente, los múltiples desafíos que afrontará el nuevo presidente son, en conjunto, no menos serios que la amenaza nazi, pero exigen otro tipo de líder. Me temo que McCain no posee el temperamento, la experiencia, la mentalidad ni el atractivo internacional que necesita este momento. Como personaje, es un volcán. Estalla y luego se apaga. Es una característica que está muy bien en muchas situaciones (en una redacción de periódico es casi un requisito), pero no precisamente en las relaciones internacionales. Tiene amplia experiencia como senador, pero no en instancias de gobierno. Su mentalidad se corresponde con su edad: en Irak está, en cierto modo, todavía combatiendo en Vietnam. Y es un héroe muy americano. Su atractivo para otros países es muy limitado.

Sigo pensando que Hillary Clinton está mejor preparada para ser una buena presidenta en estos tiempos. Pese a su reciente fanfarronería a propósito de Irán ("podríamos aniquilarlos por completo"), creo que tiene el temperamento, la experiencia y la mentalidad imprescindibles para ser lo que el mundo necesita en Washington en los próximos cuatro años: un timonel seguro. Sobre el papel, su experiencia es menor que la de McCain, pero eso es no tener en cuenta el carácter extraordinario de la Casa Blanca de Clinton, en la que, según recuerda todo el mundo, fue mucho más que una típica primera dama. Con cuidado de evitar toda referencia a Lord y Lady Macbeth, la sociedad formada por Hillary y Bill es una de las más formidables de la historia política. Pese al fracaso de sus reformas sanitarias, o en parte debido a esa amarga experiencia, sabe exactamente cómo trabaja la maquinaria -cada vez más disfuncional- del Gobierno en Washington, qué palancas conviene engrasar, a quién hay que adular y a quién gritar. Obama tiene razón: es un personaje de los de Washington de toda la vida. Y Obama se equivoca: ésa es una de sus grandes ventajas. Sobre prácticamente cualquier tema, siempre está muy bien informada y entiende las complejidades (incluidas las de Irán), pese a que las simplifique con fines electorales.

Hace un año habríamos dicho que además posee atractivo internacional. Nos preocupaba una alternancia aparentemente interminable entre los Bush y los Clinton, pero la mujer a la que el mundo conocía ya simplemente como "Hillary" era una marca de imagen asombrosa, y la estrella Bill iba camino de ser, para tomar prestado el chiste que él mismo atribuye a un amigo suyo escocés -y un chiste escocés no es cosa de risa-, "el primer laddie" (con un juego de palabras entre lad = chico y lady = dama). Pero eso fue antes de que Obama se convirtiera en Obama. Hoy, la Obamamanía es un fenómeno mundial, quizá mayor que la Dianamanía, porque los nuevos medios surgidos en los 10 años desde que murió Diana -los vídeos de YouTube, la blogosfera, etcétera- han multiplicado su alcance por 10. La suerte de Hillary es la del golfista brillante que tiene la desgracia de competir en los mismos años que Tiger Woods. Todo es relativo. De modo que ahora, aunque la superwoman Hillary destrozase el techo de cristal supremo, el mundo sentiría una punzada de desilusión.

¿Y si gana Obama? En primer lugar, cada vez parece menos probable. El otro día le dijo a Jon Stewart en el programa The daily show que "la senadora Clinton me ha hecho un favor". Dice que, tras sus ataques, está mejor preparado para soportar una ofensiva de la maquinaria de ataque republicana en unas elecciones generales. Clinton le ha puesto a prueba, "como en unos entrenamientos". Pero la verdad es que el espectáculo de títeres no ha favorecido la imagen de ninguno de los dos. Pensilvania ha puesto de relieve que Obama sigue sin poder conquistar a los trabajadores blancos ni a los llamados "demócratas de Reagan". Según John Dickerson, de la revista Slate, los comentarios que se filtraron de Obama sobre los habitantes de pueblos pequeños en situación de desventaja económica que "se aferran a las armas, o la religión, o la antipatía por quienes no son como ellos" le han perjudicado enormemente. Entre los votantes en la primaria de Pensilvania, dice Dickerson, Clinton obtuvo el apoyo del 60% de los dueños de armas, el 59% de los habitantes de pueblos pequeños y la mayoría de los que practican alguna religión.

No obstante, supongamos que gana Obama. La gente de todo el mundo se sentiría encantada, llena de esperanza. Ése sería su primer problema. Las expectativas mundiales son tan elevadas que son imposibles de cumplir, igual que Diana no pudo volver a ser una persona normal y corriente.

Si existen dudas sobre la experiencia de gobierno de McCain y Clinton, ambos parecen Washington y Lincoln en comparación con Obama. Su inexperiencia ha quedado patente en la campaña y se vería aún más en el Despacho Oval. Nunca ha dirigido ninguna gran organización; ahora tendría que dirigir la mayor de todas. A diferencia de Hillary, no sabe exactamente qué palancas conviene engrasar para salir adelante en las oscuras y sucias calderas de Washington, y, al menos al principio, quizá le diera asco tener que hacerlo. Los antecedentes de la política exterior practicada por presidentes demócratas inexpertos durante su primer mandato no son alentadores, desde Kennedy hasta Clinton, pasando por Carter (hay que dejar aparte a Truman: siempre hay una excepción a la regla).

Por último, pero igualmente importante, está la diferente situación que ocupa Estados Unidos en el mundo hoy con respecto a la época de Kennedy, para no hablar de la de Truman. Pese a todas las dificultades estructurales que afronta China, pese a las ventajas de la sociedad libre de Estados Unidos y su dominio militar, su poder relativo ha disminuido, sigue disminuyendo y disminuirá aún más. Ocurre, sobre todo, en el caso del poder económico, porque el país ha vivido por encima de sus medios, el gasto oficial se ha centrado en los usos militares y los grandes bancos de Nueva York acuden con la gorra en la mano en busca de los fondos soberanos de Arabia y Asia. Puede que Obama se parezca a John F. Kennedy cuando habla, pero su Estados Unidos no podrá "pagar cualquier precio, soportar cualquier carga, hacer frente a cualquier dificultad, apoyar a cualquier amigo" (como dijo Kennedy en su legendario discurso de toma de posesión). Ya no puede permitírselo.

Es decir, sea cual sea el resultado de las elecciones, prepárense para una gran decepción. Si lo hacen, es posible que la decepción no sea tan grande. -

www.timothygartonash.com. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

El candidato republicano a la presidencia de EE UU, John McCain, en una ceremonia  en febrero.
El candidato republicano a la presidencia de EE UU, John McCain, en una ceremonia en febrero.AP

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