Normalidad
Éste es el país de Siete vidas, Aquí no hay quien viva o Aída. Ninguna de estas series se ha empecinado en provocar como lo hizo la estadounidense South Park en uno de sus episodios más célebres, el de la menstruación de la Virgen María. No: en las series citadas se da todo por descontado, de una forma natural. La familia desestructurada, el fraude, el racismo, el machismo, la droga, la pluma del homosexual, el consumismo nihilista, se sirven revueltos, como menú del día, porque hacen gracia. O menos gracia, da igual. El caso es que no espantan.
Cuando este país se desparrama en el sofá, prescinde de la corrección política. España es así desde que la conozco. Hemos hecho, además, un trayecto muy largo en un tiempo muy corto. Quizá se nos nota en la cara: el sueño atrasado en los ojos, la mueca de velocidad en los labios. Dentro de la posmodernidad, encabezamos el sector brutalista. Para escandalizarnos, a estas alturas, hacen falta cosas muy gordas. La violencia, digamos, sea doméstica, política o de cualquier otra etiqueta: quiero suponer que eso sí nos subleva.
La novedad tiene el tirón de la novedad, y basta. Lo de "elevar a la categoría política de normal lo que en la calle es simplemente normal" empezamos a hacerlo hace ya 30 años. Ahora hemos hecho políticamente normal lo que no es aún normal en la calle. Bien, estupendo.
¿Vamos a estar hablando de eso mucho tiempo? Empieza a inquietarme la insistencia general en el asunto de las mujeres en el Gobierno. Si nos parece normal (a los muchos que lo vemos normal), ¿tenemos que darle más vueltas a la diferencia cromosómica? Recurramos al tópico: lo suyo es juzgar la tarea de ministros y ministras como ministros y ministras. No sé qué tal lo hará Carme Chacón, el caso más flagrante por razones obvias. Preferiría, en cualquier caso, que su embarazo no desembocara en un episodio de cursilería colectiva. Puestos a elegir, mejor lo chabacano: es más igualitario.
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