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Crónica:OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Una estrategia común europea

Necesitamos una hidra benigna que impulse la causa de la democracia moderna y liberal en el exterior de las fronteras del Viejo Continente

Timothy Garton Ash

Berlusconi vuelve a ganar. Zapatero barre a los conservadores. ¿Quién será alcalde de Londres, Boris o Ken? Europa, donde se inventó la democracia hace 25 siglos, es en la actualidad un auténtico hervidero. Una democracia confusa, a menudo corrupta, distorsionada por la propiedad de los medios, a veces desconcertante en sus resultados -¡Berlusconi!-, pero decididamente democracia; un sistema en el que la gente puede cambiar el Gobierno. No pasa un mes sin que haya unas elecciones en algún lugar de Europa. Y nunca se sabe quién va a ganar.

Puede que el concepto de lo que los antiguos atenienses llamaban demokratia sea viejo, pero para la mayoría de los europeos la realidad es nueva: la mitad de los Estados europeos actuales disfrutan de una democracia liberal consolidada desde hace menos de una generación. Y desde Portugal hasta Croacia, la perspectiva y el proceso de entrar en la UE han reforzado la democracia en todos los países. Ése ha sido -y, para algunos países candidatos, sigue siendo- el poder transformador de Europa, más eficaz que ningún ejército para lograr un cambio de régimen.

No se trata de imponer por medios militares un modelo de democracia, sino de apoyarla por medios pacíficos
Todo el mundo habla de democracia: los chinos, Putin, Mugabe. Cada uno quiere decir una cosa diferente

Ahora empieza a recorrer los pasillos de Europa una gran idea. Se trata de que los europeos nos decidamos a promover una versión moderna y liberal de la demokratia en países de fuera de nuestras fronteras; por nuestro propio interés y por el suyo. Y ése debería ser un objetivo fundamental del proyecto europeo durante los próximos 50 años. No imponer un modelo único de democracia por medios militares ni exportar democracia, sino apoyarla mediante medios pacíficos. "Mostrar el camino no quiere decir imponer el camino", como dijo esta semana el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, con ocasión del lanzamiento de una nueva institución no gubernamental, la Fundación Europea para la Democracia Mediante la Asociación.

Para que ello sea posible, antes tenemos que ponernos de acuerdo en que eso es lo que queremos. Puede parecer una cosa obvia, pero no lo es. Mucha gente, sobre todo en la izquierda europea, tiene cierta sensación de que la idea de "promover la democracia" está contaminada por su asociación con George W. Bush y la visión neoconservadora de la transformación de Oriente Próximo, empezando por Irak. Hasta hace poco, los socialistas franceses, españoles y alemanes hablaban muy poco de promover la democracia. Las cosas están cambiando, sobre todo en la medida en que el debate sobre el desarrollo se centra cada vez más en el buen gobierno, pero todavía hace falta que asumamos un compromiso explícito por parte de todos.

Después tendremos que explicar qué queremos decir con el término. Al fin y al cabo, todo el mundo habla de democracia: los egipcios, los chinos, Vladímir Putin, Robert Mugabe. Pero cada uno de ellos quiere decir una cosa diferente. Esto no significa que debamos tener un modelo único y rígido. Europa está inmunizada contra lo que podríamos llamar la tentación estadounidense por el mero hecho de que las democracias europeas son muy distintas entre sí: monarquías constitucionales y repúblicas, unicamerales y bicamerales, centralizadas y descentralizadas, con un gobierno más fuerte y una legislatura más débil, o viceversa. No vamos a propagar un modelo único cuando nosotros no disponemos de él. Ahora bien, ése es aún más motivo para especificar los principios esenciales comunes sin los que no puede haber democracia digna de tal nombre. No me refiero sólo a unas elecciones periódicas, libres y limpias. La nueva definición europea de democracia será multidimensional, e incluirá el imperio de la ley, unos medios de comunicación independientes, el respeto a los derechos humanos individuales y los derechos de las minorías, una Administración pública sólida, el control civil sobre el ejército y una sociedad civil fuerte (sí, ya sé que no todos los países miembros de la UE salen muy bien parados en estos aspectos, un tema sobre el que volveré después).

Dentro de la Unión Europea, la mejor forma de hacer estas dos cosas -decir lo que queremos, y qué queremos decir con ello- es promulgar un Consenso Europeo sobre la Democracia, como el Consenso Europeo sobre el Desarrollo que se aprobó hace unos años. En aquel documento pionero, los Estados miembros, el Parlamento Europeo, la Comisión Europea y el Consejo de Ministros acordaron, con cierto detalle, a qué nos referíamos al hablar de desarrollo y cuál era la mejor forma de trabajar para fomentarlo.

Ahora se ha presentado al Parlamento Europeo una propuesta que sugiere que hagamos lo mismo con la democracia. Varios Gobiernos apoyan la idea, y las tres próximas presidencias semestrales deberían estar interesadas: los franceses, sobre todo con el veterano activista de derechos humanos Bernard Kouchner como ministro de Exteriores; los suecos, que trabajan mucho en este campo, y los checos, que tienen un recuerdo vivo y reciente de cuánto influye el hecho de recibir ayuda en la lucha por la democracia. Y la propuesta encontrará amigos incondicionales en Javier Solana y José Manuel Durão Barroso, dos políticos que participaron activamente en la transición de sus respectivos países a la democracia.

Los problemas surgirán, como siempre, en los detalles. El texto tiene que evitar a toda costa los característicos males de la UE: la palabrería y los rodeos. Pero ya hay algún lenguaje curiosamente claro y enérgico en documentos europeos existentes, incluidos los relacionados con la ayuda al desarrollo, en la que Europa gasta más dinero que nadie. De lo que se trata ahora es de llevar a la práctica lo que predicamos. ¿Quién va a hacerlo y cómo? Sabemos la respuesta para los países que han sido aceptados como candidatos a la integración. Estamos empezando a desentrañar cómo podemos ayudar eficazmente a los que no lo son.

Hay una cosa clara: habrá muchos actores, y cada uno de ellos exige un escrutinio minucioso. Una operación de la Comisión Europea llamada (con aire algo misterioso) Instrumento Europeo para la Democracia y los Derechos Humanos cuenta con 1.100 millones de euros asignados para los siete años entre 2007 y 2013. Ahora bien, ¿son sus procedimientos burocráticos, lentos, reglamentados y sobreprecavidos, la mejor forma de hacer llegar el dinero a quienes verdaderamente pueden influir sobre el terreno en países como Egipto o Pakistán? Las experiencias pasadas no son alentadoras. Las fundaciones de los partidos políticos alemanes son actores importantes con presupuestos totales que superan a los de organismos estadounidenses como el Instituto Nacional Republicano y el Instituto Nacional Demócrata. Las fundaciones alemanas hicieron una labor enorme en países como España y Chile hace 30 años, pero ¿es posible que se hayan vuelto desmesuradas y autocomplacientes?

Cada uno de los 27 Estados miembros hace las cosas a su manera. En Gran Bretaña, por ejemplo, existe la Fundación Westminster para la Democracia, pero también hay cosas que hacen directamente el Foreign Office (Ministerio de Exteriores) y el Departamento de Desarrollo Internacional. Y está esa nueva Fundación Europea para la Democracia Mediante la Asociación, que pretende ser un "centro de conocimiento" y grupo de presión, además de conceder ciertas subvenciones propias. En vez del superestado monolítico controlado por Bruselas que llena las pesadillas de los euroescépticos, lo que tenemos es más parecido a una colonia de gatos.

Lo máximo a lo que podemos aspirar es que haya una estrategia común, no una política única. Pero si podemos lograr esa estrategia común, nuestra diversidad será una ventaja. Imaginemos que, en un país como Egipto o Marruecos, todos los actores europeos se pusieran de acuerdo en una serie de prioridades para la promoción de la democracia en cada caso concreto. Tal vez en un país determinado, lo más prometedor son los derechos de la mujer y los medios independientes, y en otro son el sistema judicial y las ONG. Entonces, los cien actores europeos empiezan a trabajar discretamente, cada uno según sus métodos. Los gobernantes locales antidemocráticos lo odiarían, por supuesto, pero en sus acuerdos con la UE ya se habrían comprometido a cumplir los principios de derecho a la democracia, los derechos humanos y el imperio de la ley. ¿Y qué iban a hacer? Si cortaran tres cabezas, todavía quedarían 97. En otras palabras, necesitamos una hidra europea benigna que luche por la democracia, una versión actual del antiguo monstruo mitológico griego que promueva una versión actual de la mejor creación de Grecia. Ésa es una idea que debe ya convertirse en realidad.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, hablando en Bruselas.
El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, hablando en Bruselas.REUTERS

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