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Columna
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La trayectoria de la emoción

El balón que cabeceó Luca Toni a 36 segundos del final del partido hizo la trayectoria inversa al sentimiento de nueve millones de españoles: de abajo arriba. Mientras el esférico se elevaba tras botar al borde del área pequeña y buscaba su hueco en la escuadra del Pato, la emoción de todos los que estuvimos deseando el triunfo del Getafe cayó súbitamente como un gorrión muerto.

Luca Toni lo celebró por la banda con un correteo cómico porque el partido del pasado jueves fue toda una tragicomedia. El encuentro se desarrolló con un guión de ficción: inverosímilmente emocionante, impredecible, antológico. El Getafe luchaba por hacerse con un hueco en Europa y acabó hallándolo en el corazón de millones de hinchas improvisados. La tristeza es mucho más honda que la alegría. Mientras que la euforia es un fuego de artificio, el lamento es una carga de profundidad con un eco largo e imborrable.

Quizá el equipo blanco sea el gran abanderado, pero el Getafe es nuestro mejor embajador

La plantilla de Laudrup y su ciudad pretendían con la victoria ser reconocidos futbolísticamente, admirados por sus propios seguidores y por un Beckenbauer que confesó no saber dónde estaba Getafe. Pero quizá sin buscarlo, ya antes del partido, media España se había volcado de forma inusual con un equipo pequeño que tan sólo jugaba el cruce de vuelta de los cuartos de final de la Copa de la UEFA. Tras la eliminación es probable que al presidente del Bayern se le haya olvidado dónde está la población madrileña, pero quienes nos asomamos a la televisión el jueves aún pensamos en azul.

Durante estos días el entrenamiento del Geta se ha llenado de aficionados animando con especial efusión al Pato Abbondanzieri, cuyo error en el 3-2 contribuyó al empate fatal. Los héroes se barnizan de un halo de grandeza, de sublimación e infalibilidad que los distancia de quienes les rodean. A los ídolos se les adora, pero a los mártires se les quiere. La familia del Pato estampada en la camiseta interior asomó en el momento en que el portero se cubrió la cabeza con la zamarra para borrarse las lágrimas. No buscó ocultarle al mundo su dolor, sino perder de vista a ese nuevo planeta recién formado cuando el balón impactó en la red como un meteorito.

Su familia sonreía abrazada en un sofá mirando a la cámara que los había inmortalizado. El Pato fue entonces más humano que nunca, nos sentimos todos sentados en ese sofá. La derrota arrastra la empatía de la lástima, mucho más poderosa que la del orgullo. La victoria en el Coliseo habría sido la gran hazaña del Geta, pero su derrota fue la herida de todos.

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Es posible hacerse grande tanto vertical como horizontalmente. Los triunfadores, no importa si son personas, ciudades o equipos de fútbol, crecen hacia arriba, distanciándose de sus vecinos, alcanzando una dimensión propia desde la que bendicen su entorno. La fórmula horizontal, en cambio, integra a los demás en su expansión en lugar de avanzar en solitario, se basa en la conquista del vecindario en vez de en su contemplación desde lo alto. Hoy Getafe no se puede ver desde Múnich, pero se nos ha metido un poco más en casa, parece una estación cerca del centro de cualquier ciudad española y no una cuenta del collar del Metrosur.

Madrid, y especialmente los madrileños, tenemos fama de prepotentes en el resto de España y el fútbol, desde luego, no ha ayudado a mejorarla. El engreimiento galáctico de Florentino y la "facinerosidad" de Gil no hicieron precisamente amigos. Sin embargo con el Geta, por primera vez, muchos madrileños hemos sentido que el país estaba con Madrid. Quizá el equipo blanco sea el gran abanderado de la capital en el mundo, pero el Getafe es nuestro mejor embajador interior.

Mañana hay otro partido. Los azulones saltarán al campo en busca del primer título de su palmarés, a vengarse no sólo de la última derrota, sino de la final de la Copa del Rey perdida la temporada pasada. En cuanto comience el encuentro el tiempo de duelo acabará. Es posible que para los jugadores ya terminase hace unos días, pero para muchos aficionados la historia no se volverá a poner en marcha hasta que los madrileños corran de nuevo detrás de un balón. ¿Querremos aún más al Getafe si pierde otra vez heroicamente ante el Valencia? ¿O le adoraremos sin igual si por fin alza un trofeo merecido? Pase lo que pase mañana, sólo se disputa una copa, el corazón ya está ganado.

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