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Columna
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El paño y el arca

El cogollo de la mercadería estaba en las inmediaciones del ombligo de la ciudad

Tras infinidad de cambios domiciliarios, unas veces por derivas económicas que mejoraban o envilecían el género de vida; alguna por alteración en el estado civil, necesidad o capricho, he vivido casi siempre en régimen de inquilinato. Las casas adquiridas acababan, irremediablemente, en manos de la parte contraria. Es decir, un incontable número de mudanzas. Dos matrimonios y rudos cambios de fortuna dejaron la huella de las cosas idas, aunque nunca se pierde todo, ni siquiera en un naufragio.

Secuela de ese nomadismo es la sorpresa de encontrar documentos, fotografías, objetos menudos que creímos extraviados para siempre. He pasado largo rato manoseando una publicación fechada el año 1931. De los datos de la portada se deduce su carácter mensual, que debió ser más dilatado, pues consta como décimo el año de su edición. Lo que más fijó la atención nostálgica fueron los anuncios que juntos o desperdigados daban una idea del entorno comercial de los españoles que vivíamos en aquel periodo, entre la dictadura del general Primo de Rivera y el advenimiento de la Segunda República.

Era lo que consumía, compraba y usaba la burguesía de la época, circunscrita al barrio de Salamanca. Los anunciantes, en su mayoría, proclamaban ser proveedores del colegio del Pilar, el editor de la publicación, un centro educativo ni tan bueno ni tan malo como de él se ha dicho. Tampoco estrictamente religioso, pues la mayoría del profesorado era seglar, y todos vestían levita, gastaban cuello y lazo de pajarita, con pantalones negros o rayados. Allí cursé los primeros cuatro años del Bachillerato, una de las causas de encontrarse el documento en mi poder. Corresponde al mes de febrero del curso 1931-1932. Razón determinante es que aparecía mi primera colaboración firmada. Catalogado como alumno del cuarto curso, estaba a punto de cumplir los 13 años. El artículo podía definirse como una cursi descripción del pueblo donde íbamos a veranear y es origen de mi familia.

Para satisfacer la presunta curiosidad de quienes sobreviven a tan lejanas fechas o habitan en las inmediaciones, transcribo, a vuelapluma, la nómina de anuncios. Creo que uno de los locales que aún perdura era la mantequería y comestibles finos Casa Dacio, en Goya, 19. No podía faltar la propuesta del popular café tostado El Cafeto, vendido en todos los ultramarinos y almacenado en Hernán Cortés, 7. Al lado, otra inserción recordaba: "El mejor chocolate del mundo, elaborado a la vista del público por su propietario, Isidro López Cobos", en la calle de Génova, 4. Es hoy una encopetada tienda el entonces Almacén de Mercería y Géneros de Punto de Eugenio Zornoza Prado, en Serrano, 38. La verdad es que el cogollo de la mercadería madrileña se encontraba en las inmediaciones del ombligo de la ciudad, la Puerta del Sol. No podía faltar el reclamo de una firma que revolucionó el concepto publicitario de su producto, inventando lo que luego se ha llamado publicidad exterior. El gran escritor y humorista Tono comentó con los amigos que acababa de sufrir una intervención quirúrgica, de cierta importancia. Decía: "Me han sacado una piedra del riñón donde se leía Ulloa Óptico, Carmen, 14", lo mismo que aparecía escrito sobre muchas de las piedras lisas de la sierra de Guadarrama. Le disputaba el favor de los miopes otro especialista, también notorio, el óptico L. Dubosc, que confeccionaba gafas y lentes de inmejorables resultados.

Cerca, presintiendo la inminente aparición de El Corte Inglés, una sastrería "para niños y jóvenes; trajes, uniformes, primera comunión", El Modus Vivendi, calle de Tetuán, 23, entresuelo. Los Almacenes de Lyon señoreaban las inmediaciones, ofertando "Confección a medida de trajes y gabanes para caballero y mocito; Carmen, 6 y 8, y en la de Tetuán, 25".

La nota más seria, siempre a tener en cuenta, incluso por los escolares, eran las Pompas Fúnebres que tuvieron, hasta no hace mucho, el monopolio de los sepelios; las oficinas, en Arenal, 4. Otro artículo de primera necesidad que tuvo competencia fue la venta del importante producto energético, donde tenían su sede los "Almacenes y ventas al por mayor de carbones minerales Antonio Vidal". Las oficinas se encontraban en Los Madrazo, 25, y las existencias despachadas en Príncipe de Vergara, 4. Había otros anuncios de parecido género, así como de vaquerías, con animales estabulados en la ciudad o cercanías, donde garantizaban la pureza de los productos lácteos, hasta que, por cuestiones de sanidad, fueron proscritas después de la Guerra Civil.

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Con buen despliegue gráfico se exhibían las Cocinas Cañameras, para casas particulares, hoteles, comunidades religiosas, etcétera. La fábrica se encontraba en Barcelona y la sucursal madrileña en Espoz y Mina, 15. Bajo un recuadro, el lacónico título: "Adrián Piera, maderas" que entablaba cualquier cosa, cuya casa matriz estaba en Santa Engracia, 125, con despachos en varias calles más. Se recuerda hoy al Adrián Piera que ha sido presidente de la Cámara de Comercio de Madrid.

En el apartado de la cultura, la renombrada librería y casa editorial Hernando, sita en Arenal, 11, y Quintana, 31 y 33. También exhibía su arraigo la Escuela Berlitz, de idiomas, con método propio.

Pequeño mundo, casi desaparecido, que convertía a la revista El Pilar en un órgano de difusión con excelentes ingresos publicitarios. Allí cabía todo, hasta mi articulillo pedante y amanerado.

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