Adiós a un amigo
La diplomacia ha perdido ayer a uno de sus mejores funcionarios. El Ministerio se ha quedado sin uno de sus grandes Embajadores. Y yo le quiero decir adiós a un amigo. Delfín Colomé, Embajador de España en la República de Corea falleció anoche después de una vida que muchos hubieran dado lo que fuera por haber vivido.
En Delfín se fusionaban una personalidad arrolladora con un sentido irónico de la vida y del mundo, sobre todo del mundo asiático, que le tocó vivir y observar. Fue una de las personas más inteligentes, cultas, curiosas y creativas que he tenido la suerte de conocer. Tan pronto dirigía una orquesta en Manila, donde también fue Embajador o tocaba el piano ante SS.MM. los Reyes, que se metía en los archivos de la Juilliard School de Nueva York para investigar, para aprender, para conocer las últimas tendencias de la danza moderna, materia sobre la que también era un experto. Musicólogo, compositor, escritor, crítico, diplomático, el Embajador Colomé era un compendio de todo lo atractivo que puede dar de sí una Carrera profesional tan variada como rica en experiencias. He apreciado siempre sus comentarios, sus consejos, sus orientaciones, sus opiniones.
Enamorado de Asia, donde desempeñó gran parte de su carrera, era una persona conocida y respetada en todos los círculos políticos, económicos y culturales de ese gran continente que tanto le atrajo y que tan bien comprendía. Era un gran experto en la amistad y también un entusiasta de la vida y la belleza. Escribió sobre el indiscreto encanto de la danza, siendo él un verdadero encanto como persona, como profesional y como amigo. Hacía del catalán un orgullo y una bandera con la que profundizaba su sentido del Estado y la defensa de los intereses de España en el mundo. Siempre es muy pronto para morir, pero sesenta y un años es demasiado pronto. Hoy es un día triste y quiero unirme a la pena de su mujer, Elena, de sus cuatro hijos, de sus amigos, sus compañeros y de todos cuantos hemos tenido la fortuna de conocer a una persona verdaderamente excepcional. Delfín vivió la diplomacia a través de la música. En realidad, puso música a la diplomacia.
Su muerte me obliga, agradecido, a parar por unos instantes un ritmo frenético de actividad profesional para escuchar en mi cabeza y en mi recuerdo las notas y melodías que son las que dan verdadero sentido a la vida. Y a la muerte. Como el Cant dels ocells de su admirado Pau Casals que, una vez, tuve el privilegio de escucharle interpretar al piano.
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