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Reportaje:OPINIÓN

Europa, en deuda con George Bush

Su diplomacia habilidosa y paciente ayudó a reunificar Europa. Ahora, en cambio, mientras la OTAN se reúne en Bucarest, su hijo llega al fin de su mandato con un fracaso generalizado

Timothy Garton Ash

Los futuros historiadores escribirán que Europa tiene una gran deuda con el presidente George Bush. Contarán cómo, con una labor paciente y digna de estadista, ayudó a alumbrar la histórica unificación del este y el oeste de Europa. Su forma de tratar con Rusia fue prácticamente una obra maestra. Y al mismo tiempo construyó una impresionante coalición internacional para derrotar a Sadam Husein.

Estoy hablando, por supuesto, de Bush, padre, George H. W. Bush. Qué lástima lo del hijo. Ahora que el presidente George W. Bush acaba de hacer la que seguramente será su última visita oficial a Europa, con la asistencia a una hostil cumbre de la OTAN en el megalomaniaco "palacio del pueblo" de Nicolae Ceausescu en Bucarest, resulta doloroso pensar en cuánto hizo el padre por Europa en cuatro años y qué poco (por decirlo suavemente) ha hecho el hijo en ocho.

Creo que la guerra contra Al Qaeda y los talibanes en Afganistán está completamente justificada
No seamos demasiado negativos. Esta cumbre de la OTAN ha servido para traer al redil a Croacia y Albania

En Bucarest han salido a relucir, de manera formal o informal, muchos de los puntos cardinales de su política europea. La defensa antimisiles, por ejemplo. Bush hizo su primera visita oficial al Viejo Continente en el verano de 2001, decidido a convencer a los europeos de la importancia de la defensa antimisiles; él, por lo que parece, sigue convencido todavía. Por eso sigue empujando este proyecto futurista -hijo, o ya, a estas alturas, nieto de la "guerra de las galaxias" de Ronald Reagan- con la ayuda de unos polacos y unos checos cada vez más reacios. Lo malo es que, para hacer frente a los principales problemas de seguridad en el mundo posterior al 11-S, es un instrumento irrelevante. Bush hace la profunda observación de que "un misil puede volar hacia el norte igual que puede volar hacia el oeste", con lo que está señalando a Irán al mismo tiempo que a Rusia. Pero la idea de que la mejor forma de defenderse a sí mismo y a sus aliados contra un posible Irán nuclearizado y otros Estados sin escrúpulos, o contra terroristas internacionales dotados de bombas sucias, es crear una versión actualizada de lo que imaginó hace 20 años Ronald Reagan como defensa contra la vieja Unión Soviética y sus armas nucleares, da tanta prueba de inteligencia como sujetar un paraguas sobre la cabeza en una inundación, mientras las aguas te llegan a la altura del muslo y las pirañas te mordisquean los talones. Son otros tiempos y se necesitan otras respuestas.

Está también Afganistán, donde las democracias occidentales corren peligro de perder una guerra que, en un momento dado, creíamos haber ganado. A diferencia de algunos representantes de la izquierda europea, yo creo que la guerra contra Al Qaeda y los talibanes en Afganistán está completamente justificada. Pero se trata de uno de los lugares más inhóspitos de la Tierra, y la batalla tenía forzosamente que ser implacable, por lo que necesitaba gran atención, capacidad de resistencia y una coalición multilateral dirigida con talento y habilidad. Eso es lo que Bush, hijo, no ha sabido hacer.

Recordemos que, después de los atentados del 11-S, la OTAN invocó por primera vez en la historia su famoso artículo 5 -uno para todos y todos para uno- y ofreció sus servicios en Afganistán. El entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, despreció aquella oferta de solidaridad de los aliados europeos y canadienses. El cronista de corte de Washington, Bob Woodward, resume la reacción de Rumsfeld durante una reunión de altos responsables en la Casa Blanca: "La coalición tenía que adaptarse al conflicto, y no a la inversa... A lo mejor no necesitaban ninguna fragata francesa". Siete años después, Washington se deshace en ruegos para lograr un millar de soldados franceses que apoyen la valiente lucha de los canadienses contra los talibanes en pleno resurgimiento.

La razón más importante por la que estamos en esta situación desesperada es que, antes de que se secara la sangre en las montañas de Afganistán, el Gobierno de Bush emprendió una aventura injustificada, mal calculada y, al final, desastrosa, en los desiertos de Irak. Cinco años más tarde, incluso quienes sostienen que la guerra de Irak estaba justificada, se muestran de acuerdo en que su ejecución fue de una incompetencia monstruosa. Un jefe militar retirado estadounidense y un antiguo alto funcionario del Consejo Nacional de Seguridad me han explicado con detalle cómo este rey George (II) no fue capaz de escoger entre las estrategias alternativas que le proponían sus poderosísimos barones del Pentágono, el Departamento de Estado y la oficina del vicepresidente (el barón Dick). EE UU siempre contó con dos o tres estrategias distintas para Irak y, por tanto, con ninguna.

En pocas palabras, la W de George W. Bush quiere decir weak (débil). A pesar de toda la chulería tejana demostrada -"vuestro hombre [Blair] tiene cojones", y ese tipo de cosas-, este Bush ha sido, en todas las cuestiones que importan al mundo, un presidente débil. Mientras que George Bush, padre, con su aspecto educado y modoso, fue, en las cuestiones que importan al mundo, un presidente fuerte; es decir, ejerció en la práctica el papel de hombre de Estado internacional. Según dicen, Bush, hijo, tiene una relación complicada con su padre, algunos incluso dirían que tiene algún complejo paterno. Se puede hablar de Edipo o de lo que se quiera; el caso es que el padre fue mejor.

No es que lo hiciera todo bien. Las virtudes de la realpolitik de Bush, padre, llena de paciencia y voluntad de consenso, fueron también sus defectos. Al no llegar hasta Bagdad, para mantener intacta la coalición, dejó que se creara un hervidero de problemas para sus sucesores, igual que con su alianza, demasiado "realista", con la Casa de Saúd, mientras sus clérigos wahabíes predicaban el odio en las mezquitas ante nuestras narices y financiados con petrodólares. Y su visita a Ucrania en 1991, con su tristemente famoso discurso del "pollo de Kiev", en el que pidió a los ucranianos que no buscaran la independencia -algo que tenían perfecto derecho a hacer y seguramente iban a hacer de todos modos-, fue un momento poco afortunado.

A pesar de lo que dicen muchos en Europa e incluso, últimamente, en Washington, estoy de acuerdo con Bush, hijo, en su crítica implícita (¿podríamos decir que edípico-kantiana?) de la poca visión que mostró su padre con su supuesto realismo en lugares como Arabia Saudí y Ucrania; en su afirmación -como seguidor improbable de los pasos del filósofo Emmanuel Kant- de que, al final, la expansión de la democracia liberal es la mejor garantía de paz, y en su insistencia en que ni Vladímir Putin ni su sucesor tienen derecho alguno a dictar a los vecinos de Rusia a qué alianzas deben incorporarse. Lo que es desastroso es la ejecución, lo que falta por completo es la capacidad de actuar como un estadista.

Comparemos la Alemania de 1990 y la Ucrania de 2008. Se puede leer, en un excelente relato histórico de dos jóvenes miembros del Gobierno de George Bush, padre, Philip Zelikow y Condoleezza Rice (la misma), con qué habilidad logró aquél que varios aliados reacios, como Gran Bretaña y Francia, aceptaran la unificación alemana y con qué brillantez convenció a Mijaíl Gorbachov de que aceptara la presencia de la Alemania unida en la OTAN.

Hoy, Bush, hijo, se enfrenta a una rebelión pública de la Alemania unida y Francia por su propuesta de abrir el camino a Ucrania para que acabe entrando en la OTAN, con el llamado Plan de Acción hacia el Ingreso. No hay duda de que Vladímir Putin es más difícil de persuadir que Gorbachov, de cuyas generosas concesiones está aún resintiéndose Rusia; pero no hay que perder de vista tampoco que el momento escogido por Bush para esta campaña es especialmente torpe: justo antes de que Putin entregue el poder a su sucesor. Y la mayoría de los ucranianos ni siquiera quiere que su país entre en la OTAN. Si Bush hubiera aprendido algo de su padre, o al menos de lo que escribió Condi; si hubiera llevado a cabo una labor diplomática intensa y privada con sus aliados y con Moscú, además de la labor diplomática pública en Ucrania; si se hubiera cobrado favores que le debían; si hubiera escogido mejor el momento; si se hubiera preocupado menos por la forma que por el contenido, entonces es posible que Estados Unidos, de aquí a unos años, hubiera logrado el resultado deseado, en colaboración con los aliados europeos. Lo que ha conseguido, por el contrario, ha sido volver a crear un lío unilateral.

Pero no seamos demasiado negativos. Al fin y al cabo, esta cumbre ha servido para traer al redil a Croacia y Albania. Puede que no sea equiparable a lo que consiguió el padre con Alemania, pero es algo que figurará en los libros de historia, ¿verdad? Que digan lo que quieran sobre George W.; a él siempre le quedará Albania. -

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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