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Columna
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El arte de la casualidad

Harto de realidad fea y peligrosa, leo que el jueves subastan una acuarelilla de Picasso en Dorchester, Inglaterra, y entro en la página web de la casa de subastas Duke's. La acuarela (9 por 12 centímetros) sale a la venta con dos óleos de pintores de caballos, el genial George Stubbs (1724-1806), y el artista de aristócratas del siglo XX Sir Alfred Munnings (1878-1959). Da la casualidad de que Munnings detestaba la moda Picasso, "repugnante y extranjera". La página con las tres ilustraciones (Stubbs, Munnings y Picasso) resulta bastante sugestiva: cuatro cuerpos desnudos y en armónico movimiento, un majestuoso caballo cano, una yegua irlandesa, y la pareja picassiana abrazándose sobre sábanas blancas en una atmósfera de pinceladas celestes.

Picasso pintó la acuarela en los días azules de 1901 o 1902, cuando trazaba formas doloridas, de una gracia desgraciada, fruto, según algunos, de la debilidad visionaria que le producía la poca comida. El apunte que se vende en Dorschester capta un momento de vida con Odette, amante de entonces, amiga de Germaine, otra modelo de la que el camarada fraternal de Picasso Carles Casagemas estaba mortalmente enamorado. Picasso se llevó a Carles a Málaga en el fin de año de 1900 para curarle la desesperación amorosa, y el viaje fue la despedida definitiva del país natal. Los suyos lo recibieron mal, e incluso quisieron cortar la melena del hombre que en la acuarela abraza a Odette. Casagemas se mataría el 17 de febrero de 1901, que cayó en domingo, igual que en 2008. Citó a los amigos en un café, sacó una pistola, falló el tiro contra Germaine y se disparó en la sien derecha. El café se llamaba El Hipódromo. Allí estaba Odette.

Esta acuarela resume aquel mundo de modelos y pintores que estalló un domingo en El Hipódromo, y ahora sale a la venta con dos caballos, una casualidad que me llama la atención. Hay más casualidades. Stubbs, un apasionado de la anatomía que pasó dos años diseccionando caballos antes de pintarlos, fue un artista que, a base de exactitud, caía en lo alucinatorio. Retrató en 1800 al purasangre Hambletonian, propiedad de un joven noble jugador que lo echó a correr contra Diamond, con 3.000 guineas de bolsa. "En aquel tiempo, un trabajador del campo podía ganar cinco guineas al año", cuenta Robert Hughes. Ganó Hambletonian, cubierto de sangre a golpes de espuela y fusta. No vio la sangre Stubbs, pero sí la espuma en la boca, la lengua rosa fuera. Según Hughes, que celebra la intensidad de la imagen, "su único descendiente sería el caballo del Guernica", comparación que siempre me ha sorprendido, porque poca relación veía yo entre Stubbs y Picasso.

Sir Alfred Munnings, heredero de Stubbs en el culto al caballo, pintó la caballería ya anacrónica de la I Guerra Mundial, y fue retratista de aristócratas y de caballos aristócratas, reyes del hipódromo. Pintó al príncipe de Gales y a la reina Isabel II de Inglaterra. Su relación con Picasso fue de visceral desprecio estético, pero hoy lo acompaña en la subasta artística y lo iguala en el precio de salida, entre 50.000 y 100.000 libras. Y, por otra casualidad, dos días después de enterarme de la subasta por este periódico, el jueves leí en las mismas páginas la divertida confidencia del artista Antonio López a Ángeles García, probablemente compartida por muchos lectores cansados de realidad: "Estoy harto de Picasso, hasta las narices". Coincidía con Munnings en su irritación antipicassiana, aunque a López le cansa lo repetido 100.000 veces, y a Munnings le desagradaba lo nuevo que rompe escandalosamente las costumbres de toda la vida. La última casualidad es que tanto Munnings como López son retratistas de la familia real, aunque las estatuas sedentes de los Reyes de España en Valladolid, que Antonio López hizo en colaboración con Julio López y Francisco López, sean menos inglesas que asiáticas.

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