Inglaterra los hizo
Ivy Compton-Burnett y Henry Green son, cada uno a su manera, dos autores de culto. Ambos son estrictos contemporáneos de autores tan asentados como Evelyn Waugh, Graham Greene, George Orwell, Anthony Powell o el mismo E. M. Forster. No sólo coinciden en ser autores de culto y, por ello, minoritarios respecto a su pares sino que ambos son también dos excelentes ejemplos -ella lo es aún más que él- de lo que se dio en llamar la novela-conversación. A ambos se les ha rendido culto dentro de Inglaterra, pero no son muy conocidos fuera de la isla. Y, sin embargo, son dos escritores de una vez.
Las novelas de Ivy Compton-Burnett (1884- 1969) son puro diálogo. Una herencia y su historia (1959 responde con exactitud al título. El asunto es el siguiente: dos hermanos ancianos (Edwin y Hamish Challenor) conviven con la esposa y los dos hijos del segundo en la mansión familiar. La muerte de Hamish deja al hijo mayor, Simon, como futuro heredero de la fortuna Challenor, pero, ante la sorpresa general, sir Edwin decide contraer matrimonio con la mayor de las vecinas hermanas Graham, mucho más jóvenes, y la llegada de un hijo de ambos (Hamish Jr.) altera la línea de sucesión. El hijo de Edwin y Rhoda Graham será ahora el heredero, saltando así por encima de Simon, que finalmente se casa con la menor de las Graham, Fanny, de la que tendrá cinco hijos. Simon, su madre, su esposa, su hermano Walter y sus hijos se ven obligados a abandonar la mansión Challenor, a trasladarse a otra casa y a vivir en una cierta dependencia sin esperanza, dado que el heredero se lo lleva todo; su futuro se dirige al asilo o al orfanato según cada caso, pues todas sus vidas dependían de la herencia.
Una herencia y su historia
Ivy Compton-Burnett
Traducción de Carlos Ribalta
Lumen. Barcelona, 2007
286 páginas. 19 euros
Viajando en grupo
Henry Green
Traducción de Laura Wittner
Lumen. Barcelona, 2008
230 páginas. 18 euros
A partir de esta situación, Ivy Compton-Burnett crea una historia que, por encima de la anécdota, posee todos los ingredientes de la tragedia. La novela es una estricta sucesión de conversaciones cuya primera virtud es la de no ser teatrales sino estrictamente narrativos. La segunda es la recreación de un mundo en el que la represión de los sentimientos se convierte en la única forma de convivencia; es una represión convencida, un modo de entendimiento en el que la servidumbre a las buenas maneras domina y ahoga cualquier forma de espontaneidad. Para ello se vale, con una contundencia expresiva asombrosa, del uso del diálogo. A los personajes sólo los vemos expresarse a través de la contención debida a una idea social del trato que está por encima de cualquier pasión y lo que se muestra, gracias a la prodigiosa habilidad de la autora, es un retrato de la represión consentida, asumida y aceptada a la que de manera hiriente y terrible, como corresponde al sino trágico, todos se someten. Y lo verdaderamente trágico del asunto es cómo todos, resultándoles indeseado y afectado por igual, aceptan su papel en la representación de un mundo seguro y biempensante de patética fragilidad.
Pero lo que a la autora le importa no es tanto el mundo que se extingue como el modo en que se manifiestan esas almas. El diálogo es un cuchillo de fría hoja que entra con disimulada pasión en asuntos como la avaricia, el orgullo, la resignación, el amor, el adulterio, el autoengaño y la misma muerte sometidos a la tiranía de una inhumana convención social que seca y anula todas esas vidas. El diálogo se sustenta en el sobrentendido, la alusión, la insinuación, la represión y, como vehículo expresivo, la dureza de su propia frialdad. El uso de la elipsis es admirable. La lectura deja una sensación final de vidas secas, de máscara imperturbable bajo la que, sin embargo, late la frustración de un deseo vital al cual la autora, con lúcida crueldad, condena a un final sordamente feliz que se convierte en una grotesca realidad a los ojos del lector. El gran crítico V. S. Pritchett dijo de ella con todo acierto que sus personajes "más que hablar, parece que inscribieran epitafios en sus tumbas. Hablan como brillantes esqueletos salidos de sus armarios".
No menor es la lúcida representación de una clase social favorecida y vana que hace Henry Green (1905-1973) en Viajando en grupo (1939). La diferencia está en que Green, de una finura y concisión expresiva no menor, aunque distinta, de la de Compton-Burnett, se decanta por el lado de la comedia. El suyo es un humor ácido y crítico, pero carece de aliento trágico. Los suyos son dramas templados por la finesse de la alta comedia, servidos por diálogos en los que la ferocidad implacable e inmisericorde de Compton-Burnett, propia del Hado fatal, se transforma aquí en una divertida visión de la estupidez de una alta burguesía clasista y ensimismada.
En la novela de Green, asistimos a una situación insólita y característica de la comedia de enredo: un grupo de amigos de la buena sociedad se reúne en la Estación Victoria para emprender un viaje al que los invita un joven millonario indolente y prepotente al que todos se arriman por interés y esnobismo a partes iguales. La niebla cae sobre Londres y todos los trenes quedan bloqueados, de manera que el grupo se refugia en el hotel de la estación mientras la masa de viajeros, obreros y empleados, se apiña en andenes y salas de espera. A medida que pasan las horas, el grupo selecto se dedica a beber y chismorrear mientras la masa se agita cada vez más, lo que les causa a los primeros una creciente mezcla de curiosidad e inquietud. El hotel cierra sus puertas para evitar una invasión y los criados de los viajeros del grupo quedan al cuidado de sus equipajes en la sala de facturación. "Es aterrador -dice uno de los viajeros mirando por la ventana hacia los andenes repletos-, yo no sabía que había tantas personas en el mundo". La novela es circular, como la propia insustancialidad de sus personajes, pero la brillantez e inteligencia de Green convierte la situación en un absorbente disparate que retrata con admirable estilo de alta escuela la imprecisa vivencia de unas vidas inútiles porque lo que relata, en realidad, es la esencia de su inutilidad.
No son libros fáciles para quien no admire el humor y la crueldad británicos ni sepa descubrir por debajo de la apariencia lo que verdaderamente está sucediendo, pero son un regalo para la inteligencia. Inglaterra los hizo así. -
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