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Columna
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Realismo sucio

Se ha acusado a Francisco Camps de preferir el viaje a Roma a presentarse en las Cortes Valencianas, pero cualquier de nosotros, en su lugar, hubiera actuado de idéntica manera. Entre una fotografía saludando a Alfonso Ferrada y otra a los pies de Benedicto XVI, caben pocas dudas a la hora de escoger. Camps se ha comportado como el excelente político que es y, gracias a ello, obtiene un importante triunfo mediático. Ahí están, para confirmarlo, las imágenes de los diarios. Puede que tengan razón quienes piensan que el presidente ha incumplido sus obligaciones, pero se necesitarán argumentos de mayor peso para convencer a los ciudadanos. La visita al Papa le ha proporcionado a Camps una publicidad de valor incalculable. Ya que estamos obligados a pagar su carrera política -como hicimos con Eduardo Zaplana-, alegrémonos de que utilice bien nuestro dinero. Camps sabe hacerlo, y su marcha ascendente en del Partido Popular es la mejor muestra.

Porque es evidente que Francisco Camps no está aquí para gobernar la Comunidad Valenciana, sino para preparar su futuro. Si al presidente le preocuparan los valencianos de un modo efectivo, se comportaría de manera muy distinta a como acostumbra. Pero mientras se gaste 700.000 euros en un torneo de viejas glorias del fútbol, y en Alicante los niños enfermos de cáncer no tengan atención a domicilio, no hay mucho sobre lo que podamos discutir. La comparación puede resultar demagógica, pero sólo en la medida en que la realidad lo es. Aunque, si el lector lo prefiere, podemos hablar de la aplicación de la Ley de Dependencia. De tanto en tanto, conviene volver a los principios por razones de higiene moral.

En cuanto al hecho de sentar en las Cortes a varios imputados, lo considero una decisión consecuente desde el punto de vista de Camps. No la comparto, pero reconozco que el presidente actúa con gran realismo en este asunto. Si las Cortes pretenden ofrecer una imagen positiva de la sociedad valenciana, es natural -yo diría que imprescindible- que sus bancos cobijen a unos cuantos imputados. Dadas las consecuencias que ha tenido la formidable especulación inmobiliaria que hemos vivido, su número todavía me parece escaso, aunque su representatividad esté fuera de duda: se trata, en todos los casos, de ejemplos distinguidos. Que la mayoría de estos imputados sean alcaldes resulta comprensible, pues las alcaldías han sido los centros donde se ha dibujado el nuevo mapa de la Comunidad Valenciana. De aquí han surgido las clases emergentes.

Lo que no acabo de entender es la preocupación que han mostrado algunos diputados de la oposición ante el hecho. Entendería que estas personas se alarmasen si las Cortes Valencianas mantuvieran algo de ese prestigio solemne que tienen los parlamentos en otros lugares, y que es uno de los fundamentos de la democracia. Pero tal cosa no sucede entre nosotros. Las Cortes Valencianas han dilapidado la consideración que un día pudieron merecernos a los ciudadanos. Su actuación y la peculiar personalidad de algunos presidentes, personas, a todas luces, incapaces para desempeñar el cargo, tuvo mucho que ver en ello. Al punto que han llegado las cosas, es forzoso preguntarnos por el futuro de estas Cortes. Porque si el Parlamento no aprueba leyes, si únicamente se reúne de tarde en tarde, y resulta imposible cualquier tarea de control al gobierno, ¿cuál es su papel?

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