Juegos contaminados
Occidente debe olvidarse del boicoteo y presionar para que China dialogue con el Dalai Lama
La historia del olimpismo muestra cómo deporte y política están ligados. Por mucho que se afirme lo contrario o que incluso se aconseje sensatamente separar una cosa de otra. Los Juegos Olímpicos de Pekín tienen visos de que van a estar tan contaminados como lo fueron los de Moscú, Los Ángeles y, si se quiere aunque en menor grado, Berlín. Es justo reflexionar, aunque resulte hoy del todo ocioso, sobre la conveniencia de que el Comité Olímpico Internacional (COI) decidiera hace seis años conceder a la República Popular China la organización de un evento que debe ser manifestación de paz y armonía entre los pueblos.
El COI dijo en su momento, y su presidente, Jacques Rögge, lo ha reiterado múltiples veces, que los Juegos servirían como estímulo para la democratización y el respeto de los derechos humanos en el país más poblado del planeta. Hasta ahora no ha servido para nada. Para China, en cambio, el acontecimiento de este verano es considerado como una ventana única de reafirmación como indiscutible potencia económica mundial. Las democracias occidentales apoyaron, y apoyan, Pekín 08 porque ante todo no quieren en absoluto comprometer sus relaciones comerciales con China. Eso es algo que conviene no olvidar al valorar los gestos, un tanto cínicos y ridículos, de los países europeos y Estados Unidos a la luz de los disturbios que vienen ocurriendo en el Tíbet.
Los boicoteos han demostrado servir de poco; si acaso para castigar injustamente a los deportistas inscritos. El rechazo de la Administración de Reagan a que EE UU participara en los Juegos de Moscú en 1980 no sirvió para que la URSS saliera de Afganistán. Y aún más inútiles parecen las insinuaciones de las que se ha hecho abanderado Sarkozy de que Francia no desfile en la ceremonia de apertura el próximo 8 de agosto. Cosa diferente es la actitud que puedan adoptar a título personal jefes de Estado o de Gobierno que no se sientan obligados a bailar el agua a Hu Jintao fotografiándose amistosamente con el líder chino.
Si de lo que se trata es de transmitir a Pekín el rechazo por su continuada política represiva en el Tíbet, lo más eficaz es una presión firme y sostenida de las potencias democráticas para que dialogue con el Dalai Lama, en línea con lo acordado ayer por los ministros de Exteriores de la UE.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.