Legislatura
La campaña electoral es fatigosa, reiterativa, hosca, cómica a veces. Lo que viene después es peor: atravesamos el desierto, el equivalente político de la pretemporada futbolística. Noticias conjugadas en futuro e hipótesis más o menos verosímiles. Hay que hablar del espectáculo aunque no haya comenzado todavía. Cada medio hace sus quinielas ministeriales y sus previsiones de legislatura. Será más civilizada que la anterior, dicen unos. Todo lo contrario, dicen otros. Veremos.
Quizá en esta próxima legislatura tengamos ocasión de demostrar de qué pasta estamos hechos y qué sociedad hemos fabricado en las tres décadas democráticas. Algo parece evidente: la economía no es lo que era. La construcción dejará de producir crecimientos portentosos. Y, por primera vez en nuestra historia, podemos encontrarnos con centenares de miles de inmigrantes en paro. Durante años, la construcción ha engullido mano de obra extranjera a una velocidad asombrosa. Ahora empezará a escupirla de forma aún más rápida. El inmigrante se verá en la calle. En la calle de verdad, la puñetera calle. Sin unos ahorrillos que alivien el golpe, sin unos padres que echen una mano. Sin otro currículo que los callos en las manos y una pasada intimidad con el ladrillo.
Cuando se acabe el subsidio (que no todos tendrán), no sólo sufrirá el inmigrante: sufrirá su familia entera, la que pueda haberse reunido con él y la que sigue en el país de origen, dependiente del envío mensual. Esto va a ser desagradable. No será un problema "de ellos". Nos enfrentaremos a la tentación de la mezquindad y la xenofobia, a dilemas que desconocíamos. Si las previsiones económicas se confirman, se nos planteará una cuestión política de gigantesca envergadura moral. ¿Qué haremos? Tras tanta milonga sobre la nación, la nacionalidad, la nación de naciones, el Estado, la historia y el destino, en esta legislatura podemos averiguar por fin qué somos. Si somos generosos o si somos miserables.
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