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Columna
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Cataluña en la T-4

Jesús Ruiz Mantilla

El universo T-4 sigue regalándome sorpresas a punta pala. Ese monstruo de 100 cabezas no deja de alucinarme y mira que lo tengo pateado a fondo. Pero lo que me ocurrió el pasado lunes ya traspasa todos los límites y nos abre a otra dimensión que anula la razón de Estado y buena parte de los conflictos fronterizos y nacionalistas de los últimos tres siglos.

Resulta que Cataluña se ha ganado la independencia. Como lo oyen. Lo que durante los últimos años no han sido capaces de conseguir Carod Rovira dando la brasa, ni a las argucias de Pujol, lo han logrado los puntos Iberia dándole un corte de mangas a la historia. Ha sido en Madrid. En el corazón de la T-4. Ante mis propias narices. Si les cuento lo que me pasó...

Los puntos Iberia y el ahorro de costes deja sin argumentos a los nacionalistas moderados

Había madrugado y buena parte de mis movimientos eran todavía mecánicos. Marcaban las ocho de la mañana en el reloj de una mañana de trajín por el comienzo de las vacaciones. Eso me hizo afrontar la espera, las colas y el coñazo de la seguridad con más pereza que de costumbre. Peor cara traía Ana Mato. La niña bonita de Aznar en el PP, deambulaba por la línea previa a los registros y los escaneos como una zombi, con cara de circunstancias. Además, todos los niños andaluces que caminaban por el aeropuerto ese mismo día y a la misma hora no eran analfabetos, lo que acrecentaba su pesar por una metedura de pata que pasará a los anales del disparate. Suele pasar cuando alguien exagera y la realidad se empeña en quitarle la razón con las evidencias.

Aun así, me alegré de que no volara en el mismo avión que yo a Barcelona. Le hubiera dado un pasmo. Empecé a sospechar lo que se avecinaba cuando vi que las puertas de embarque estaban en la zona satélite, habitualmente reservada a los vuelos transoceánicos. Monté en el trenecito y al subir por las escaleras ocurrió lo que me temía. Me esperaba el control de pasaportes...

A medida que me aproximaba por la cola, saqué las tarjetas de embarque. Nada más. ¡Coño, es que volaba a Barcelona! El policía extendió la mano, comprobó lo que le entregaba, me miró y me dijo: "Pasaporte o carné de identidad, por favor". Le contesté: "Voy a Barcelona". Se sonrió y añadió: "Da lo mismo. Esto es una frontera".

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Me costaba hacerme a la idea de que aquel guardia, en aquel puesto, con una actitud de trámite que no tenía nada de excepcional, estuviera echando abajo la cuestión territorial -con todo el mareo que ha supuesto la pasada legislatura- de un plumazo. Menudo subidón para algunos, pensé. Ahora, que si a Esperanza Aguirre y a los defensores de la sacrosanta unidad de España les meten alguna vez en este fregao, que se tomen un Lexatín. Pensé en Ana Mato. Confieso que ahora con algo de rabia. Hubiese pagado una cena por contemplarla en ese brete.

"¿Ya han declarado oficialmente la independencia?", pregunté. "No, es que su compañía, para ahorrar, les ha metido en un vuelo internacional. Pero no se preocupe, para la independencia, les falta esto", contestó juntando dos dedos de una mano. "Pase. Buenos días".

La experiencia me dejó de piedra. Lo que no ocurra en la T-4 no pasa en ningún sitio. Ya les veo haciendo algo similar con los vuelos a Bilbao o a San Sebastián. Claro, hombre. Fuera complejos. A la mierda el plan Ibarretxe. Lo que es Iberia, en puntualidad no da una, los últimos vuelos que he cogido a su vera han ido casi todos con retraso. Pero en la articulación del Estado es que lo clavan. A eso llamo yo propuesta arriesgada. Los puntos Iberia, el ahorro de costes, ha dejado sin argumentos a los nacionalistas moderados y a los tarugos pero, sobre todo, veo que va a poner a prueba el futuro del PP. ¿Qué serán capaces de inventarse con un caramelo semejante? España rota por la competencia del bajo coste.

La divertidísima farsa del Chiquilicuatre no es nada comparada con el universo paralelo de la T-4. Creí que había terminado ahí la cosa, pero la historia quedó rematada en el Prat. Al llegar también tuvimos que enseñar los documentos. Lo malo es que al montar en el taxi todo recobró una baldía sensación de normalidad. El colega tenía puesta la Cope. Ahí terminó la pesadilla. Perdón, empezó. Ya es que no sé ni dónde estoy, ni quién soy, ni lo qué me digo, ni en qué idioma hablo...

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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