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Columna
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La izquierda y sus deberes pendientes

No por esperado ha escocido menos en la izquierda el palo recibido en las pasadas elecciones, aunque a nada conduce lamerse las heridas y reconcomerse el coco. A lo sumo, la desolación podrá mitigarse tomando en consideración las circunstancias que han debido afrontarse en esta ocasión y que se han condensado en tres principales inconvenientes: la crisis interna, con el cisma y las lacerantes broncas, el apremio del voto útil para beneficiar al PSOE y frenar la ofensiva derechista, y el descrédito de una oferta programática sosa y confusa, servida por dos salpicones de siglas condenadas a diluirse, acentuando su ya mortificante testimonialismo, o refundarse con otros moldes. Sin ánimo didáctico alguno, pues doctos y con años de militancia hay en el cotarro, creemos que para superar el embrollo son del caso algunas observaciones elementales percibidas entre las resignadas bases partidarias y simpatizantes, tan cualificados -unas y otros- como escasos. Y la primera alude a la necesidad de tomar conciencia del calado del problema que aboca a la mera inanidad a todo este segmento político. El sistema no le ampara, sino todo lo contrario: prima el bipartidismo en torno a un disputado eje centrista y la izquierda queda desplazada al repertorio de las formaciones pintorescas en proceso de liquidación o con etiqueta de prescindibles. Algo obvio y percibido, pero que está por ver qué respuesta provoca entre los grupos concernidos que a menudo dan la impresión de ser insensibles al riesgo que les apremia.

Por lo pronto, apenas si hay indicios del necesario debate no solo en punto al mentado desplome electoral sino también a los ámbitos orgánicos, estratégicos y programáticos.

Entendemos que algunas hipótesis y análisis habrían de elaborarse en términos inteligibles y sensatos, aunque es muy posible que en este aspecto estemos confundiendo los deseos con la realidad y los cuadros partidarios de la izquierda y sus magines pensantes ya han dado de sí todo lo que pueden, que ha sido bien poco hasta ahora. Cierto es que tanto socialistas como populares tampoco son muy fecundos por estos pagos en lo concerniente a la reflexión teórica, pero en su caso pueden aducir que están acomodados en el poder o bien esperan, decimos del PSPV, que algún día cambie por sí sola la veleta.

Mientras se acomete ese debate pendiente ya se podría ir demoliendo algún tópico como el tan manido de las culturas políticas reputadas de distintas que se concitan en la izquierda y que frenan su fusión. No vamos a pisar el charco de la cultura en tanto que concepto y placebo válido para todo, ya sea un roto como un zurcido. No hay a nuestro entender en ese universo culturas diferentes, o a lo sumo sólo una que chirría y es la comunista, tan rígida y amortizada que en realidad navega a su aire -mero eufemismo de su autismo- y constituye un lastre para las restantes. Pero éstas, ya sean nacionalistas, verdes de tonalidad varia o republicanos indefinidos no son otra cosa que componentes de un mismo crisol en el que habría de prevalecer y asumirse la unidad del colectivo. Insistir en la peculiaridad es tanto como abonar la jaula de grillos y garantizar su fracaso en las urnas.

Es posible que superadas las flaquezas anotadas y cumplidos los deberes -entre los que figura elaborar propuestas con un mínimo de imaginación- la nueva izquierda emergente consiga cubrir un objetivo que se le viene escapando o al que ni siquiera apunta y que consiste en rejuvenecer su censo. Se trata de una carencia que, acaso con la excepción del Bloc Nacionalista, delata la caducidad del discurso, la pobreza de la praxis partidaria, la desconexión con el pulso de la calle y el abono de la endogamia. Podría argüirse que le despolitización es un fenómeno general e incluso inducido, pero sería forzar la realidad y, en todo caso, es evidente que afecta incomparablemente más a la izquierda que sobrevive. Anotar que la juventud habría de ser el principal caladero es una obviedad que a menudo olvidan quienes solo o especialmente confían en ensanchar la afiliación dando cobijo a los socialistas decepcionados o cabreados. Que esperen sentados.

Y un acuse de recibo: el domingo pasado quise citar en esta columna el libro Pais complex, pero mencioné el Pais perplex del amigo y gran sociólogo José Vicente Marqués. Un lapsus que los lectores habrán disculpado.

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