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Columna
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Pasó lo que pasó

¿Podría ser Beiras el Felipe del BNG y Quintana el Zapatero de los jóvenes nacionalistas gallegos?

Felipe González no es precisamente el líder del club de fans de Zapatero. Todo el mundo lo sabe dentro del PSOE. Sin embargo, el ex presidente ha sido uno de los grandes apoyos de su partido en la reciente campaña electoral, saldada con una clara y rotunda victoria de ZP. ¿Por qué los socialistas españoles son como todos, humanos que se llevan bien y mal, pero a la hora de la verdad se vuelcan con su partido, mientras que en otras fuerzas políticas, sin ir más lejos en Galicia, se desatan tensiones que acaban castigando a las propias personas y a sus siglas?

En la política gallega se dan casos como el de Zapatero y González que, cuando menos, despiertan el deseo de decirles: llevaos bien, hombre, llevaos bien, a sabiendas de que con eso no basta. La verdad es que también hay casos y casos. Casos en los que la crueldad política despierta indiferencia y otros en los que inspira mejores deseos. No vamos a decir que ternura, porque eso no rima con política, pero bueno, dejémoslo en deseos de concordia.

La mala uva de Francisco Vázquez con Javier Losada es, por ejemplo, desagradable; máxime cuando el actual alcalde de A Coruña fue el eterno delfín de ese gran político coruñés que acabó ahogándose en sus propias vanidades y miserias. Sería éste un caso donde es todo tan incongruente y obtuso que causa más distancia que cercanía. Ya había pasado un poco lo mismo cuando Vázquez castigó en el hígado a Emilio Pérez Touriño, cuyo sufrimiento en la política gallega se coronó al menos con la recompensa del poder tardío.

En aquellos momentos, para los poderosos, que (casi) son los únicos que pueden ser generosos, lo fácil era ningunear a Emilio -entonces aún no era el presidente Touriño- y alabar la altura política de Paco, no sólo por contar mejor los chistes, sino porque uno tenía el glamour del poder coruñés y el otro llevaba la pesada carga de aguantar, bajo las lluvias de Santiago, la enésima mayoría absoluta de Manuel Fraga.

Pero hay más casos. Por ejemplo, el de Xosé Manuel Beiras y Anxo Quintana. Aunque la gente que lo conoce por la tele puede pensar que Beiras es un hombre difícil de controlar, arrastrado por un supuesto radicalismo intelectual, seguramente tendríamos muchas dificultades para encontrar a una persona más tierna en la política, acaso compitiendo en eso con el bueno de Fernando González Laxe. Y si Beiras es buena persona, que lo es, al margen de sus ideas, no lo es menos su sucesor, Anxo Quintana, por el que el primero lo dio todo para acabar asumiendo un papel que, francamente, no le va mucho.

¿Podría ser Beiras el Felipe del BNG y Quintana el Zapatero de los jóvenes nacionalistas gallegos? Podría ser, pero no lo es. Y ahí está una asignatura pendiente del BNG, pero también de ambos como personas que se apreciaron y se quisieron. De dos personas que incluso supieron compartir sus amigos y a los que la política ha separado de manera absurda.

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Beiras no fue el González de Galicia por no querer entrar en el PSOE, cuando se lo propuso Enrique Barón. Se quedó con su pequeño PSG y el principito que llevaba dentro no llegó a ser rey, aunque quizá eso tampoco le importe mucho dada su cultura republicana. Si bien carece de sentido darle atrás a la máquina del tiempo, hay tentaciones más poderosas que los bombones: si Beiras hubiera querido, Galicia tendría probablemente hoy una fuerza política similar al PSC, y como no quiso, porque optó por contribuir a algo distinto, hoy tiene una que se llama BNG, que pilota alguien a quien él siempre llamó "O Quin", sin reparar en que -tomando la pronunciación inglesa- casi se estaba refiriendo al rey.

¿Y ya no hay más casos? Claro que los hay. Algunos poco conocidos, como el de Meilán y Mariñas, y otros más populares, como el de Fraga y Barreiro, pasando por el de quien, como Romay, siempre se mantuvo leal a sus chicos, entre los que ahora corretean por Galicia Feijóo y Negreira. Son los amores y desamores de la política, en una muestra más de su tremenda humanidad. Cada uno con sus cosas y quizá con tantos secretos de los que, por ahora, apenas sabemos otra cosa que, como decía don Manuel Iglesias Corral, pasó lo que pasó.

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