Ballenas y tragedias en mares exóticos
Hace algunos años pasé un tiempo en Nuku-Hiva, la mayor de las islas Marquesas. Esperaba un velero, el Manutea, que Greenpeace había fletado en San Francisco para viajar hasta Mururoa y protestar contra los ensayos nucleares franceses. El Manutea tenía la radio estropeada, lo que hacía imposible averiguar si estaba por llegar o había pasado de largo. Era una situación inquietante. Cuando la empresa te paga un viaje largo (24 horas en jumbo, 2 horas en bimotor, 1 hora en helicóptero) a un lugar exótico para abordar un velero, conviene abordarlo.
Pasaba el día en una playa llena de basura, oteando el horizonte, y blasfemaba por las noches a causa del lagarto de Nuku-Hiva, un discutible subproducto de la evolución de las especies. No he sentido el impulso de volver a aquel supuesto paraíso remoto y cubierto de nubes.
Sin Nuku-Hiva, en el archipiélago de las Marquesas, Herman Melville no habría escrito 'Moby Dick'
Nuku-Hiva y todo el archipiélago de las Marquesas tuvieron mala fama entre los marinos del siglo XIX. Se creía que los habitantes eran antropófagos. En realidad lo eran, pero poco: sólo en las grandes ocasiones. Sin Nuku-Hiva, Herman Melville no habría escrito Moby Dick. La mala reputación de la isla, por otra parte, condujo a que el pobre George Pollard, capitán del Essex, se comiera a su primo.
La historia del ballenero Essex fue la sensación de su época. El buque, un velero de tres palos y 30 metros, partió de Nantucket el 12 de agosto de 1819. Pollard tenía 28 años y había trabajado en el Essex, pero aquel era su primer viaje como capitán. Los 14 marineros eran novatos, varios de ellos reclutados a la fuerza. Cuatro días después de zarpar, una tormenta dejó maltrecho el barco. Pollard decidió regresar a Nantucket, pero sus dos oficiales, Chase y Joy, le convencieron de continuar hasta las Azores, donde podrían hacer reparaciones. Tras la escala en las Azores pusieron rumbo al Pacífico.
El 20 de noviembre, cuando se hallaban a 1.500 millas náuticas de las Galápagos, una ballena tan grande como el Essex embistió dos veces contra el barco y lo destrozó. Los náufragos cargaron tres botes con provisiones y se pusieron en manos de la fortuna. Pollard ordenó navegar hacia las islas Marquesas, a unas 1.200 millas en dirección oeste, pero sus oficiales, de nuevo, le hicieron cambiar de opinión con el argumento de los nativos antropófagos. Al fin se optó por el rumbo sur, para buscar vientos que permitieran llegar a la costa suramericana.
El 20 de diciembre llegaron a la isla de Henderson, donde apenas pudieron sobrevivir una semana. Tres marineros decidieron quedarse. Los demás partieron de nuevo, y al poco una tormenta separó los tres botes. Los náufragos empezaron a morir, y a ser comidos por sus compañeros. La carne humana funcionó demasiado bien: cesaron las muertes, y fue necesario matar. En el bote comandado por Pollard se hizo un sorteo y perdió un muchacho, Owen Coffin, primo del capitán. Coffin fue ejecutado y devorado.
Dos de los botes, el de Pollard y el del oficial Chase, fueron rescatados a finales de febrero tras recorrer casi 5.000 millas. El otro se perdió. Los náufragos de la isla de Henderson fueron también hallados con vida. El canibalismo del Essex, con sus siete cadáveres comidos, fascinó y horrorizó a la sociedad de la época. Herman Melville, nacido después, en 1819, escuchó, como tripulante del ballenero Acushnet, los relatos sobre el Essex y el ataque de la "ballena asesina". En 1842, durante una escala en Nuku-Hiva, desertó del Acushnet. Escribió Moby Dick en los años siguientes.
La historia del Essex tiene un curioso epílogo. Pollard, el capitán dialogante que se dejaba convencer, volvió a embarcar y volvió a naufragar. Nadie más quiso contratarle, y trabajó el resto de su vida como vigilante nocturno de un almacén. Dicen que fue feliz. El oficial Chase se convirtió en un exitoso capitán, pero acabó enloqueciendo: pasó el final de su vida encerrado en casa, acumulando alimentos en el desván.
El grumete, Thomas Nickerson, escribió un detallado relato de la aventura, pero el texto se perdió durante un siglo. En 1980 fue recuperado por un historiador de Nantucket. Gracias a ese testimonio, y a las declaraciones del oficial Chase a un periodista de su época, Nathaniel Philbrick publicó hace ocho años un relato fidedigno de aquella terrible aventura: In the heart of the sea, the tragedy of the whaleship Essex. Es un gran libro sobre el mar y la condición humana, el mejor que he leído en mi vida.
In the heart of the sea, the tragedy of the whaleship Essex, de Nathaniel Philbrick. Editorial Penguin. 301 páginas.
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