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Elogio de la blasfemia

tes, no carecían de sentido del humor.

Jesús (en la versión de Jerónimo) se burló amistosamente de Pedro con un juego de palabras un poco tonto: "Eres Pedro (Petrus) y sobre esta piedra (petra) levantaré mi iglesia". Cuando el Buda estaba a punto de cruzar el desierto, los dioses, para protegerlo del sol, le enviaron parasoles de sus múltiples cielos; para no desairar a ninguno, el Buda se multiplicó cortésmente y cada uno de los dioses vio a un Buda que, sonriente, caminaba llevando en alto su regalo. Según el Midrash, le preguntaron a Moisés por qué Dios (para quien no hay misterios) preguntó "Adán ¿dónde estás?" cuando lo buscó en el Jardín después del asunto de la manzana. Moisés contestó: "Para enseñarnos las reglas de urbanidad, porque es mala educación entrar en la casa de alguien sin haberse anunciado". En el primer tomo del Al-Mustatraf se cuenta que un hombre pobre vino a ver a Mahoma para pedirle un camello para viajar a La Meca. "Te daré una cría de camello", dijo Mahoma. "¡Pero una cría de camello no aguantará mi peso!", se quejó el hombre. "Tú pediste un camello", le respondió Mahoma. "¿Acaso no sabes que todo camello es necesariamente la cría de otro camello?".

La palabra "blasfemia" viene del griego y quiere decir "ofender a alguien". En la mitología griega, la condición de blasfemia depende de la sensibilidad del dios blasfemado. Atenea castiga a la joven Aracne convirtiéndola en araña porque ésta se había ufanado de ser mejor tejedora que la diosa. Para la Iglesia católica de la Edad Media, la noción de blasfemia se confunde con la de herejía, sólo que, por un delicioso intríngulis burocrático, musulmanes y judíos no podían ser acusados de herejía porque no podían ser considerados creyentes. Se los podía, sin embargo, acusar de insultar a Dios y todos sus santos, y no sólo a través de palabras y acciones (diciendo, por ejemplo, que la suerte y no Dios rige nuestras vidas), sino también a través del pensamiento, lo que se llamaba "blasfemar con el corazón". Un edicto del año 538, firmado por el emperador Justiniano, declaraba que el castigo por blasfemar era la muerte, pero la sentencia fue raramente ejecutada.

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En numerosos países, la noción de blasfemia tiene carácter jurídico: en los Estados Unidos, por ejemplo, gracias a la ley prohibiendo la blasfemia, grupos religiosos han logrado hacer prohibir en varias bibliotecas escolares libros que, a su juicio, insultaban a su Dios. Es así como autores tan diversos como Roald Dahl, J. D. Salinger y J. K. Rowling, se han visto compartiendo el exilio con clásicos como Jonathan Swift y William Faulkner.

El célebre décimo sura del Corán declara: "Ningún alma puede creer sin el permiso de Dios". A comienzos del siglo VIII, el ilustre teólogo Hasan al-Basri entendió que esto significaba que "no podemos desear el bien sin que Dios lo desee por nosotros". Los creyentes deben contentarse con la convicción de que la gracia divina los ha elegido, y no insistir en que los otros, aquellos que Dios no ha querido iluminar, compartan su devoción. Eso sería atribuirse (y eso sí es blasfemia) un rol que Dios se ha reservado. Que los otros se burlen. Esto también (si proseguimos el razonamiento) es voluntad de Dios, cuyos motivos son misteriosos.

Los creyentes insisten en que Dios les exige sacrificio y fuerza. Prueba de esto, y sin duda para poner su fe a prueba, Dios ha deseado la existencia de unos pocos bufones en su corte, herederos de Voltaire, de Erasmo, de Rabelais, quienes siguen el consejo de Horacio (otra de Sus excelentes creaciones) de enseñar riendo.

Alberto Manguel es escritor argentino, autor de Historia de la lectura. Su último libro es Breve tratado de la pasión (Lumen).

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