La vara de medir a Rajoy
Los partidarios del líder del PP piden que los resultados de estas elecciones se comparen con los 148 escaños de 2004
Decía Mariano Rajoy hace unos días que para que la oposición llegue al poder, hace falta que el Gobierno lo haya hecho mal y que el aspirante sepa mostrarse como es y tenga una idea precisa de lo que hay que hacer. Como el líder del PP no alberga dudas de que el Gobierno Zapatero lo ha hecho mal, incluso rematadamente mal, el veredicto de las urnas lleva aparejado, en su caso, un inevitable juicio sobre la consistencia de su personalidad política.
Cabe pensar sin riesgo a equivocarse que al no acostarse anoche como nuevo presidente del Gobierno de España, no faltarán quienes dentro de su partido, pero, sobre todo, en los aledaños, se pregunten si la derrota no es producto del carácter algo apocado de Mariano Rajoy, el fruto amargo de las lagunas de una personalidad "poco carismática", "demasiado caballerosa y educada", propenso a resolver los problemas a base de posponer la solución.
Rajoy se centró en unir el partido, en atravesar el desierto de la oposición
"Seré un presidente previsible, patriota, independiente y moderado", dijo
Líderes populares se preguntarán si la derrota se debe a su carácter apocado
Son los mismos que añoran el liderazgo firme aznariano y que, adictos a las emociones fuertes y al todo vale, han ensayado a lo largo de la pasada legislatura las técnicas de agitación emocional colectiva que los neoconservadores de Bush aplicaron profusamente.
Pero, el primus inter pares (el mejor entre iguales) que Aznar designó como su sucesor ha reforzado notablemente su liderazgo interno en estos últimos cuatro años. La vara con que va a ser medido, dicen dirigentes y cargos electos, no será la de la derrota, sino los 148 diputados que el PP obtuvo hace cuatro años. Sostienen que por encima de esa cifra, el melón sucesorio no debería volver a abrirse en una formación que, con Rajoy al frente, ha seguido ampliando su base militante.
Aunque ésta no es una posición unánime, conviene tener en cuenta que durante estos meses de campaña, la figura de Rajoy ha ido ganando nitidez y contundencia hasta alcanzar un perfil definido que suscitaba en las bases adhesiones hace poco insospechadas. Es el perfil de un liderazgo templado, menos marcado, pero también menos inquietante que el de Aznar, que se proyecta en un horizonte sin tremendismos.
Pocos, en su partido, le niegan el mérito de haber logrado mantener la unidad tras el trauma de la inesperada derrota de 2004. A él le atribuyen el haber encauzado el problema de las baronías territoriales, los choques intergeneracionales y el cruce de perspectivas, no siempre pacífico, entre las periferias y el estado mayor de Génova.
La cohesión interna adquiere una importancia vital porque bajo las siglas PP conviven moderados y radicales, conservadores, liberales y democristianos, y tampoco faltan solapados elementos de la derecha extrema o de la extrema derecha que esperan su oportunidad. Para una formación que ha hecho de la unidad de España su primera gran bandera aparecer disgregada ante sus bases es el anticipo del fracaso.
El número dos de todas las preferencias acabó erigiéndose en el número uno porque, por encima de todo, ha demostrado que podía conducir a su convulso partido en la travesía del desierto opositor. Aunque la sombra de Aznar no se ha disipado y en su mandato han seguido bullendo los grupos de presión políticos, mediáticos y económicos que, en pos de sus intereses, tratan de impulsar sus propias dinámicas y condicionar el discurso oficial, Rajoy ha conseguido instalarse en el cruce estratégico de numerosas tendencias y hacer de engarce entre el pasado y el futuro del partido. Ha repetido en la campaña que se cree más preparado para gobernar que hace cuatro años y su intención sería convertirse en un presidente "previsible, patriota, independiente, moderado y resolutivo". ¿Qué será de Mariano Rajoy al acostarse de nuevo como líder de la oposición? ¿Hará una tarea opositora más responsable y constructiva? "Ése es mi propósito, aunque dependerá, sobre todo, de lo que el PSOE haga en asuntos vitales como la lucha contra ETA y el modelo autonómico", ha respondido durante la campaña electoral.
El Rajoy resultante de estas elecciones tiene, pues, el compromiso de tratar de desterrar, con la ayuda del otro gran partido, la crispación de una legislatura pasada que él mismo juzga lamentable.
Ni en esto, ni en otras cosas, está por aceptar la teoría de que si el PP ha llegado hasta aquí es gracias a su extrema beligerancia. Aunque este político de gabinete se ha revelado en esta campaña con una desenvoltura desconocida, Rajoy necesita cierta templanza ambiental para asentar su personalidad de natural dialogante.
El líder del PP ha dibujado en el firmamento de la próxima legislatura cuatro puntos centrales de obligado consenso con el PSOE a aplicar indistintamente, ya sea desde el Gobierno o desde la oposición: ETA, el modelo territorial de España, la política exterior y la Seguridad Social.
Convendría tomarle la palabra y poner a prueba esa buena disposición, si se quiere evitar el infierno legislativo de estos últimos cuatro años. Como convendría que este conservador moderado, pragmático y poco doctrinario, condujera a la totalidad de su partido a suscribir con él la frase: "Los dos grandes logros de la Transición son la reconciliación entre españoles y el modelo autonómico", y a adoptar unas formas de comportamiento político que excluyen las descalificaciones personales y los insultos gratuitos.
Al seguir en la oposición, lo que se puede pedir a Rajoy es que sea esclavo de sus palabras y que, sin necesidad de renunciar a sus "líneas rojas", implante en su partido su proclamada disposición al diálogo y el acuerdo.
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