Los prodigios del medio fondo
Mayte Martínez es cuarta en 800m y deslumbran Soboleva, con récord mundial en 1.500, y el sudanés Kaki
Como es de Valladolid, a Mayte Martínez no le gusta quejarse de casi nada. Así que termina cuarta una carrera en la que ella misma se consideraba favorita para ganar una medalla y, en vez de lamentarse, de maldecir al pie que convierte los calentamientos en una tortura y las recuperaciones poscarrera en una tarea tan ardua y larga que se ha organizado durante los Mundiales una task force específica durante horas y en la que intervienen Christophe, el médico; Basas, el fisio; Juan Carlos, el entrenador, y Julieta, la psicóloga, pone cara de pedir disculpas, se traga las lágrimas y explica: "Lo habéis visto todos. No hay nada que añadir".
Se vio una carrera lenta debido a que la favorita, la eterna María Mutola, no era lo que quería ser y a que la ucraniana Petlyuk, otra a la que le gusta tirar rápido, prefirió esperar. Así que corrieron a tirones, apelotonadas, dejándose las fuerzas en cada codazo. Todo se decidió en la última vuelta, donde la más peleona, la más fuerte, la australiana Tmsyn Lewis, ochocentista con cuerpo, músculos y piernas de cuatrocentista, impuso su velocidad terminal.
"Corriendo a 2m 2s, cualquiera es peligrosa", dijo Martínez, bronce al aire libre, que hoy decidirá qué tratamiento dar a la fascitis plantar que desencadenó un dolor insoportable en el quinto metatarsiano de su pie para que no le moleste en Pekín. "Y me he quedado en el único puesto que no quería, el cuarto". Segunda terminó Petlyuk, que atacó en la campana, pero sin la suficiente decisión, y tercera Mutola, que a sus siete oros y una plata añade un bronce en su novena y última participación.
El fiasco español, la fascinación australiana por una atleta veterana de pasado tormentoso -bulimia, trabajo de modelo, entrenamientos guiados unos años por Sebastian Coe y Daley Thompson- abrieron una última tarde mundialista en la que otras dos pruebas de mediofondo, el 800 masculino y el 1.500 femenino, deslumbraron por prodigiosas, y una tercera, el 3.000 masculino, permitió que se produjera la rareza de que un hermano pequeño sucediera en el palmarés a su mayor.
En la carrera femenina, con tanta intensidad se dedicó la pareja rusa Fomenko-Soboleva a demoler la resistencia de su rival más temida, la bahreiní Jamal, que no sólo acabaron hundiéndola en la miseria del cuarto puesto, sino que, tras un arduo trabajo de relevos a un ritmo infernal, Soboleva acabó en 3m 57,71s batiendo la plusmarca mundial que misma poseía desde el 18 de febrero con 3m 58,24s. Consolarse debería Mayte con su cuarto puesto, pues la espectacular Soboleva fue capaz aquel fin de semana de febrero de lograr también la mejor marca del año en 800, prueba en la que no compitió en Valencia.
Los Mundiales acabaron prácticamente con el triunfo de Tariku Bekele, el hermanísimo de Kenenisa, que logra coronarse en los 3.000 metros, una carrera en la que los africanos derribaron al coloso australiano Craig Mottram, el único blanco que osa amenazar su superioridad en el fondo. Pero antes vivieron su momento de mayor hermosura con el alumbramiento en el 800 del sudanés Abubaker Kaki Khamis, quien hizo revivir la estampa de algunos legendarios: el estilo suave, fluido, de Wilson Kipketer, el mejor de la historia; la potencia descomunal, la maestría en el dominio de la distancia, del cubano Alberto Juantorena. Y, además, el recién llegado desde el país más extenso de África, Sudán, otro gigante que despierta al atletismo, sólo tiene 18 años. Salió por delante y forzó a los demás, entre ellos al surafricano Mulaudzi y al bahreiní de origen keniano Kemal, el hijo del mito Koncellah. Y, después de agotarlos, se marcó un último 200 en 26,53s que le llevó a 1m 44,81s, la quinta marca de la historia y al primer título mundial de una carrera que se adivina legendaria.
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