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Crónica:Mundiales de atletismo en pista cubierta
Crónica
Texto informativo con interpretación

¡Vaya vallas!

Gatillazo de Dayron Robles, lesión de Susanna Kallur, caída de Josephine Onyia: la expectación, desbordada por los incidentes

Carlos Arribas

La carrera que debería ser estelar se quedó en un gatillazo, unas lágrimas sobre un medallón de oro y un intento de abrazo. La carrera que debería ser la del récord del mundo y la del nacimiento de una nueva estrella hispano-nigeriana acabó con una lesión previa, con una caída en la última valla y con otro manantial de lágrimas.

A la sueca Susanna Kallur, que recientemente ha batido el record del mundo de los 60 metros vallas, se la esperaba en Valencia no sólo para que ganara su primer título mundial, sino también para que volviera a batir su plusmarca. Se quedó en el camino. Una lesión en los isquiotibiales sobrevenida después de comer, cuando se preparaba para la semifinal, dio cuenta de ella. La noticia, triste, dejaba, sin embargo, un hueco más grande para las posibilidades de Josephine Onyia, la heredera hispano-valenciana-nigeriana de Glory Alozie que había asombrado en la serie matinal (7,84s, a una centésima del récord nacional de Alozie), lo que hizo exclamar al entrenador de ambas, Rafael Blanquer: "Se ha pasado. En el calentamiento, la he tenido que frenar porque es tan impulsiva que sólo sabe hacer todo a toda velocidad. A ver si esto no le pasa factura para llegar a la final". No se la pasó. Llegó a la final y, aunque salió fatal e impulsiva como es, Onyia, de 21 años, a falta de una valla, ya estaba en el podio. Pero la última valla, la quinta, fue fatal. La pisó y tropezó. Suelo, llantos, amargura. Ganó la estadounidense Lolo Jones con 7,80s. La plata de su compatriota Candice Davis valió sólo 7,90s.

Liu salió tan rozando el nulo que Robles se frenó. Tarde se percató de su alucinación
Onya ya estaba en el podio, pero tropezó y cayó: suelo, llantos, amargura
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La carrera de la fe y la pelea

Liu Xiang emprendió hace una semana en China su aventura española con dos objetivos: ver de cerca al fabuloso Dayron Robles, su rival más temido en Pekín, que se ha pasado el invierno rompiendo el cronómetro -el cubano se acercó a tres centésimas del récord mundial y registró nueve de las once mejores marcas del año en los 60 vallas-, y competir con él, sentir su aliento, ver cómo reaccionaba a su cercanía; y, además, para mejorar su salida y la primera fase de la prueba, los ocho pasos que le llevan a la primera valla, la parte más débil del plusmarquista mundial de los 110 vallas. Ambos objetivos, sin embargo, se demostraron incompatibles en la brillante pista cubierta valenciana en una primera ronda en la que los jueces habían colocado a los dos cracks de las vallas altas no sólo en la misma serie, sino al lado, en calles contiguas. Y ahí radicó el problema: Liu salió tan bien, tan rozando el nulo, un muelle disparado a sólo 105 milésimas del disparo de salida -el tope mínimo es 100 milésimas-, que, a su derecha, Robles, un chaval de 21 años, la gruesa cadena de oro al cuello iluminando el pabellón, las gafas de ver pulidísimas sobre sus ojos, creyó haber vislumbrado una salida nula y frenó su esfuerzo nada más salir de los tacos. Tarde se dio cuenta de su alucinación y el resto de la carrera, de los apenas 8s que ocupó el suceso en la mañana, fue una pesadilla convertida en realidad: los demás competidores, el tren de la vida, se escaparon inevitablemente y el atleta de Guantánamo, después de esperar inútilmente un segundo a que alguien le dijera que no se preocupara, que no era sino una pesadilla, se echó a correr como loco para tratar infructuosamente de cogerlo. No era un mal sueño: cruzó la línea Robles y se derrumbó lloroso, las manos sobre la cabeza. Liu, que se sentía culpable -"creo que salí demasiado rápido y se desconcentró, pensó que era salida nula", dijo el as chino-, intentó consolarle con golpes en la espalda. Imposible. Como un niño rabioso, Robles se sorbió los mocos, se quitó la camiseta, lució torso y desapareció de escena. Llevaba en la cabeza, por lo menos, otro argumento para una charla con su psicólogo para cuando regrese a su base; una charla ya repetida, por otra parte: hace un par de semanas, en París, sufrió un lapso de concentración similar. Creyó oír un silbato nada más salir y se paró en seco en un mitin.

La abstracción fatal de Robles abrió dos puertas, la de un título con el que Liu no contaba y que finalmente sería una primicia -había sido bronce y plata antes en pista cubierta, nunca oro: lo ganó con 7,46s- y la posibilidad de que el hispano-ecuatoriano Jackson Quiñónez alcanzara el podio. Capacidad demostró desde por la mañana: el atleta que vive en Lleida fue el más rápido en las series, con 7,58s. Pero, mientras su rendimiento fue a la baja con el paso del tiempo, el de sus rivales -el increíble Allen Johnson, de 37 años y plata con 7,55s, los chicos del Este Borisov y Olijars, bronce compartido con 7,60s- fue para arriba. Quiñónez terminó el séptimo, con 7,66s.

La hispano-nigeriana Josephine Onyia tropieza en la última valla y pierde una medalla segura.
La hispano-nigeriana Josephine Onyia tropieza en la última valla y pierde una medalla segura.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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