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Reportaje:EN PORTADA | Exposiciones

Casi todo por hacer

Coinciden en varias ciudades españolas importantes muestras complementarias del arte chino contemporáneo

Sabemos más del arte chino contemporáneo que de sus protagonistas. Reconciliar el fetichismo de las altísimas cotizaciones de sus obras con el fantasma de la estética Mao les ha hecho anónimamente más atractivos, más populares. Los rasgos de la maniera china, sus huellas estilísticas, son hoy perfectamente reconocibles: grandes formatos, estética de realismo socialista, colores planos y estridentes; manufacturas realizadas con extrema paciencia (cientos de empleados para un solo trabajo componen la poco costosa mano de obra), antiintelectualismo y proyectos megalomaniacos, como el implacable Apocalipsis de carrocerías y lobos salvajes huyendo al galope por la espiral del Guggenheim, obra del artista Cai Guo Qiang, considerado la gran firma china del milenio. Lo cierto es que Qiang no ha sido incluido en la exposición Rojo aparte. Obras de la colección Sigg, de la Fundación Miró. De lo contrario, lo más probable es que hubiera necesitado el edificio de Sert al completo y toda la montaña de Montjuïc para anatemizar a sus colegas artistas.

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La mirada del titán

Lo que pragmáticamente demuestra esta selección a cargo de Martina Millà es que el arte chino de nuestros días es pragmáticamente soportable. Es más, quien quiera saber a conciencia cómo ruge el formidable tigre asiático tendrá todo en la olla de la fundación barcelonesa. Seguramente estos 80 trabajos, entre pinturas, esculturas, instalaciones, fotografías y vídeos, son lo más salvable entre las más de 2.000 piezas del coleccionista suizo, y puede que representen lo mejor del arte hecho hoy en China. Todo ello sin entrar a valorar el principal supuesto que subyace bajo los precios inflacionistas, el de si el trabajo del artista tiene sentido más allá de su propia promoción.

De los 51 autores escogidos por Millà, probablemente sea el artista, comisario y editor Ai Weiwei (Beijing, 1957) quien finalmente gobernará en la ínsula occidental. Su participación en la Documenta XII (La migración de la forma) demostró que las energías sociales e históricas chinas están a disposición de las nuevas generaciones de artistas, sólo falta saber conectarlas con las interiores, y él lo hace escrupulosamente. En la pieza titulada Emblanquecida, Ai Weiwei ha estampado el logotipo de la Coca-Cola sobre una urna de la dinastía Han (10.000-4.000 antes de Cristo), una forma de confrontar el pasado con la globalización actual. La imagen de Uli Sigg aparece en otra de sus instalaciones: se trata de una figura de poliéster hecha a tamaño real, sentada en una escalera frente al grupo de esculturas clonadas a la manera de los guerreros de terracota de Xi'An, obra de Yue Minjun, uno de los representantes del llamado Realismo cínico.

La imaginería icónica del gran conductor de la revolución es el mejor rostro de la publicidad que tiene la pintura china hoy, como se muestra en los trabajos de Yu Youhan, Yin Zhaoyang, Gao Brothers o Shi Xinning.

Rojo aparte no tiene principio ni fin. Lo que importa es lo del medio, y éste servirá en adelante para establecer algo así como un punto de partida para la retrospección de un arte que todavía es prematuro. Los niños gozarán con estos trabajos, ya que todos son una especie de huida infantil que, por otra parte, salvarán a las miradas adultas de perderse en su fatuo compromiso con la realidad.

La misma sensación tendrá el espectador frente a la colectiva The Real Thing, una exposición importada de la Tate Liverpool para el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM). En ella, Ai Weiwei sigue siendo el artista más deliberadamente provocativo. Con él, Cao Fei y Yang Fudong hablan de la utopía con dos perspectivas muy diferentes, el primero desde la particular fantasía de los trabajadores de una fábrica de bombillas (¿De quién es la utopía?); el segundo, explorando la impotencia de una vida sin trabajo (Siete intelectuales en un bosque de bambú).

La colectiva comisariada por Simon Groom pone el acento en las grandes instalaciones y el vídeo. Y aunque resulta difícil contemplar estos trabajos fuera de los espacios posindustriales al estilo de la Corderie de Venecia -la infamia del cubo blanco- la mayoría son capaces de hacernos revivir parte de la superlatividad para la que fueron creadas.

En definitiva, Rojo aparte y The Real Thing demuestran que el arte chino es hoy el gran persuasor que los artistas confirman; esa persuasión actúa como una exaltación del medio por encima del mensaje. Al contrario que en el arte occidental, donde los más poderosos agoreros han decidido que todo ha ocurrido y que no puede haber nada nuevo, en algún otro rizo de este compulsivo desplazamiento histórico, el nuevo arte chino se contempla a sí mismo confiado en que todavía todo está por hacer.

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