La cuchara doblada
Lo que más sorprende de la gente que cree en la parapsicología es la falta de ambición. Si un mago hace desaparecer un elefante ante los ojos de la multitud y las cámaras de televisión, inmediatamente dicen -porque así lo piensan- que hay truco. En cambio, si cualquier Uri Geller de turno dobla una cucharilla de café, dicen que el sujeto en cuestión tiene poderes psíquicos que la ciencia aún no comprende.
A todas luces parece mucho más práctica la teletransportación de un elefante, entendida como un primer paso para la teletransportación de humanos, que joder la cubertería de la abuela Jerónima. Es algo parecido a la falta de ambición de la Virgen María, que sólo se les aparece a unos pastorcillos analfabetos de algún país católico y se niega a mostrarse en medio de una sesión de la Bolsa de Wall Street o durante una demostración norcoreana de adhesión al régimen llena de jóvenes perfectamente sincronizados. Tanta humildad se justifica, tanto desde la religión como desde la parapsicología, con el argumento de que el fenómeno inexplicable sólo está al alcance de los creyentes o de la gente predispuesta a creer que no transmita energía negativa. Incluso en las ocasiones (que son muchas) en las que se le ha pillado el truco al embaucador, los pseudocientíficos responden diciendo que no siempre la energía mental funciona por la razón que sea y el sujeto se ve obligado a recurrir al fraude para no defraudar a su público y seguir así su labor de apostolado ultraterreno.
Las cucharillas ideológicas corren el riesgo de ser retorcidas en la avalancha de debates catódicos
Una de las razones más curiosas es la de la inhibición por timidez: el charlatán declara que se siente muy tímido cuando científicos serios le proponen un experimento controlado por jueces imparciales, y por eso Uri Geller no pudo doblar las cucharas que le propuso un presentador americano en sustitución de las que traía consigo el mago israelí. Da igual. El método de deducción es sencillo: si la evidencia en contra no existe, gracias a algún momento inspirado de prestidigitación, deduciremos que estamos ante la verdad; y si la evidencia a favor tampoco existe (este es el ciento por ciento de los casos), de ello no se deduce que estemos ante una mentira. (Toda esta información sobre pseudociencia está sacada de los escritos de Martin Gardner).
En este momento tragicómico de elecciones, las cosas son increíblemente parecidas. No estamos ante política sino ante pseudopolítica. La ambición es igualmente modesta: las pocas cucharillas ideológicas que quedaban en la alacena corren grave riesgo de ser retorcidas en medio de la avalancha de debates catódicos. No hace falta hablar de fraude, pero sí del sospechoso afán de no defraudar al cliente-creyente. Los escépticos ya pueden darse por machacados.
No así Galicia, que ve cómo sus hijos se han ido colocando en la cabeza de la parrilla de salida. Si esto fuera una competición deportiva, habríamos asegurado la presencia de un gallego en la supercopa que se avecina entre Gobierno y Conferencia Episcopal. Tras la victoria de Rouco Varela -que dice no creer en las cucharillas dobladas, pero sí en los pastorcillos- ya no hay especulación posible: España, mañana, será gallega aunque sea con sotana.
Al menos una parte de los españoles estarán bajo las órdenes de un gallego, el cardenal Antonio María Rouco Varela, que vio cómo desaparecía el elefante del Vaticano a manos de un mago alemán. No dio crédito, claro, y volvió al redil para remover la cucharilla nacional, que no local, con la esperanza de doblarla en público algún día. Fue un partido de ida de "clero y no puedo" sin partido de vuelta dado el carácter vitalicio del cargo de Ratzinger.
Nos falta, a día de hoy, la otra semifinal con presencia gallega. La cucharilla de Rouco se encarna en la niña de Rajoy. Una campaña electoral donde no se cuestionan asuntos tan increíblemente graves como la custodia compartida o el fracaso manifiesto de la Ley de Violencia de Género, difícilmente hace creíble que la susodicha niña pueda confiar en un futuro aceptable.
Las cucharillas utilizadas eran de plástico y se han roto. El voto tendrá que ser en positivo: a favor de la desaparición del elefante. Al menos así no nos quedaremos sin cubiertos.
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