El modelo catalán
Mientras que el sistema español de partidos ha ido avanzando hacia el bipartidismo, el sistema catalán ha evolucionado hacia el multipartidismo. Esta diferencia de modelo da cuenta de la distinta estructura social y política de Cataluña y de España. La primera se articula políticamente sobre dos ejes: nacionalismo / no nacionalismo y derecha / izquierda. La segunda, dado que el nacionalismo español no es cuestión en la medida en que tiene Estado, se articula de modo simple en torno al eje convencional derecha / izquierda. Podríamos decir que a mayor complicación de la escena política, mayor número de partidos. Después de haber tenido que aguantar en las últimas legislaturas un bipartidismo cada vez más embravecido, merece la pena preguntarse si sería posible la transferencia del modelo catalán a la política española. Las dificultades de supervivencia de Izquierda Unida, cada vez más disminuida, auguran tiempos difíciles para quien intente romper la estructura bipolar. Y en la derecha, el estallido de UCD pesará siempre como un freno a cualquier intento de complicar un poco el mapa político.
Dice el tópico que es el sistema electoral -la combinación de las circunscripciones provinciales y la ley de Hondt- el que hace imposible el multipartidismo. Como ocurre siempre con los tópicos, que se imponen como verdades de modo totalmente acrítico, las cosas no están tan claras. ¿Qué pasaría si la derecha se escindiera entre una extrema derecha y una derecha liberal? ¿Qué pasaría si Ruiz-Gallardón, visto que en el PP se la tienen jurada, se decidiera un día a dar el paso y a crear un partido de centro derecha, sin servidumbres provenientes de la herencia del franquismo o de la influencia de los legionarios de Cristo y otras formas de catolicismo integrista? La respuesta conservadora dice que sería un desastre y que, por efecto de la ley de Hondt, no habría quien echara al PSOE del poder. No es tan evidente. El peso de la extrema derecha en el PP ahuyenta a un sector del electorado que vota el PSOE como recurso, pero que podría sentirse más cómodo en un partido liberal. Y la existencia de este partido aumentaría en mucho la posible combinatoria de alianzas, tanto a su derecha y a su izquierda como con los partidos periféricos. Los ciudadanos verían aumentadas sus opciones y, por tanto, estarían menos impelidos al recurso vergonzante al voto útil. Y probablemente la pluralidad real del Estado encontraría más posibilidades de expresión y más equilibrio en el reparto de las cuotas de poder.
Quizá el problema es que la derecha española está encantada de ser como es, y que la fantasía de una derecha liberal está sólo en la cabeza de sus adversarios. Quizá necesiten acumular unas cuantas derrotas para que se planteen siquiera la posibilidad de cambiar, en bloque o en parte.
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