Candidato Rajoy
No era evidente que un hombre de su personalidad lograra sobrevivir como campeón de la convulsa derecha española en esta legislatura tremenda de oposición implacable y bronca, pero aquí está Mariano Rajoy, cuatro años después de la debacle electoral, otra vez en la línea de salida y con sus posibilidades aparentemente intactas. Pese a su imagen de bon vivant y su aire despreocupado, el candidato del PP es un superviviente nato que ha arrostrado en su vida situaciones dramáticas y se ha escabullido de numerosas celadas políticas.
Lleva semanas sintiéndose zarandeado por la maquinaria electoral, engullido por la vorágine de la campaña y esta tarde, que el Madrid juega contra la Roma, ha decidido que hasta aquí hemos llegado. Camino de Zaragoza, el candidato del PP avista un bar de carretera y ordena parar. El bar Pepito Casanova es un sitio tan bueno como cualquier otro para ver por la tele el esperado triunfo de su equipo favorito. Toma asiento entre los parroquianos camioneros que no desperdician la ocasión de hacerse la foto con el candidato. Bueno, el Madrid no ha jugado mal, pero no ha podido ser. En casa, salvamos la eliminatoria, seguro. Tras 26 años dedicados a la política y cuatro carteras ministeriales, ahora necesita ganar para brillar definitivamente con luz propia en ese firmamento azul permanentemente sombreado por la figura de José María Aznar.
"Tengo la impresión de que vamos a ganar, pero si se pierde (...), salvo catástrofe, que no será el caso, no pienso dimitir"
No ha evitado que Acebes y Zaplana, expertos en el cuerpo a cuerpo, cargaran con el peso de una oposición desaforada
No es un intelectual ni lo pretende. Es un tipo cauto, cachazudo, amigo del buen comer y beber, reflexivo e inteligente
Ha heredado de su padre la timidez congénita, el retraimiento y una austeridad emocional que puede exasperar
En el plano religioso no le busquen el cilicio ni la misa diaria. "Hago lo que puedo", dice
"Aprendí a dar batalla inteligentemente y a no entrar al trapo como un toro bravo, pero me mataron varias veces"
Aunque en las antípodas de Zapatero, tiene en común con él una acusada tendencia a la tolerancia y la cortesía
"Créame. Soy más moderado y más equilibrado que ZP, pero en lo personal no tengo nada contra él"
Se equivocan, sin embargo, quienes creen que el 9 de marzo no le ofrece otra disyuntiva que ocupar la presidencia del Gobierno de España o irse a casa a recuperar su plaza de registrador de la propiedad. Lo dice él mismo, sentado ahora a la mesa del Club Marítimo de Santander, tras una intensa jornada que ha activado la euforia entre los simpatizantes locales. "Me da la impresión de que vamos a ganar, pero si se pierde el día 9, yo me pondré a disposición del partido con el propósito de continuar. Salvo catástrofe, que no será el caso, no pienso dimitir". Es una espontánea declaración de intenciones de la que deberán tomar buena nota tantos primeros espadas del Partido Popular que, velada o explícitamente, aspiran a sucederle en caso de derrota. Porque a estas alturas, después de haber resistido al frente de una formación desquiciada por la traumática derrota de hace cuatro años, Mariano Rajoy ya ha demostrado que está hecho de un material altamente resistente.
Pocos saben que una madrugada de septiembre de 1979, este gallego extremadamente reservado se despertó cubierto de sangre, aprisionado en los restos de un Seat 127 en el fondo de un barranco perdido de Palas de Rei (Lugo), precisamente, el municipio de su gran fustigador actual, Pepe Blanco, secretario de Organización del PSOE. Cegado por la sangre coagulada, el joven Rajoy logró zafarse de su ataúd metálico y, a tientas y gateando, ascendió la ladera y alcanzó la carretera. Descubrió entonces que conservaba la vista y que dormirse al volante tiene consecuencias trágicas, aunque eso no le ha preservado de otros dos accidentes de coche, ni el de helicóptero del 1 de diciembre de 2005 en Móstoles que le ha acrecentado su fobia a volar.
Como no podía afeitarse por las heridas en el cuello y la barbilla -los cirujanos necesitaron 6 horas para recomponerle la cara-, Rajoy cubrió con la barba el secreto de sus cicatrices durante tantos años, que el día en que se le ocurrió quitársela, camino de Grecia, de vacaciones con su novia y actual esposa, Elvira Fernández Balboa, se miró en el espejo y se dijo que, definitivamente, ese tipo ya no era él. ¿Quién es este Mariano Rajoy que asciende ahora desde el barranco de la derrota de 2004 encabezando las huestes de una derecha aguerrida, ansiosa por darse la revancha electoral?
Aunque las razones que llevaron a José María Aznar a designarle su sucesor no han sido suficientemente explicadas, se sabe que no le eligió por afinidad personal. De hecho, pese a tantos años de colaboración estrecha en los que Rajoy ejerció de ministro todoterreno y deshacedor de entuertos, no parece que haya existido entre ellos una verdadera empatía. El castellano de Valladolid y el gallego de Santiago componen, en este caso, temperamentos bien distintos, de acuerdo con los tópicos. Así, la autodisciplina que le induce a Aznar a machacarse con cientos de flexiones, casa difícilmente con la humanidad del actual candidato, amigo de los placeres, que necesita de la vigilancia de su mujer, Elvira, Viri, y de todo su pundonor para no sucumbir a la tentación de una buena cena, un buen vino, una copa y un habano.
Tampoco el modelo ejecutivo de ordeno y mando de Aznar encaja demasiado con el de su sucesor, y es que Rajoy, que se ha granjeado fama de irresoluto, no pone en práctica una decisión traumática hasta asegurarse de que las opciones menos cruentas se encuentran clausuradas. "La jerarquía militar que Aznar estableció en el partido se ha rebajado notablemente tras la llegada de Mariano. Él es mucho más accesible. Con Aznar se despachaba y con Rajoy se discute", indica un miembro del equipo asesor del candidato. Pese al rechazo a los matrimonios homosexuales y al revival de la concepción tradicional de la familia, el trazo grueso que marcaba al PP como partido macho ha perdido algo de consistencia.
En el plano religioso, no le busquen el cilicio, ni la misa diaria. Él y su mujer pertenecen a esa mayoría de españoles católicos poco practicantes. "Hago lo que puedo", dice él. Si Aznar le prefirió antes que a Rodrigo Rato y a Jaime Mayor fue seguramente porque consideró que su carácter conciliador, su eficacia en la gestión de las crisis y su imagen moderada le acreditaban potencialmente como un presidente idóneo para España. El problema es que con la inesperada debacle electoral de 2004, el elegido para sucederle en la presidencia del Gobierno tuvo que ocuparse de la presidencia de un partido aznarizado sin Aznar y con figuras poderosas deudoras del anterior presidente como Acebes y Zaplana que recordaban, precisamente, la pésima gestión del atentado del 11-M que condujo al PP al desastre.
En la recomposición del partido, profunda en otros niveles de la estructura, Mariano Rajoy ha dejado o no ha podido evitar que estos dos duros políticos experimentados en el cuerpo a cuerpo cargaran con el peso de una oposición en ocasiones desaforada y casi siempre implacable. Puede que de esta manera se haya asegurado la paz interna que le ha permitido mantenerse en el timón. A cambio, ha aceptado el sacrificio del ex presidente del PP catalán, Josep Piqué, y de Alberto Ruiz-Gallardón, dos claros activos del ala moderada. Rajoy reacciona como si no hubiera tenido que ver en el asunto, y cierra filas. "Yo soy esencialmente un moderado, el espacio de centro del PP está asegurado". (...) "Es difícil ser presidente del PP en Cataluña". (...) "Ruiz Gallardón sigue siendo alcalde de Madrid". (...) "Le aseguro que Aznar no ha interferido en la vida del partido".
Puede, pero, por muy agradecido que se le pueda estar al pretendido hacedor de presidentes, es difícil creer que la poderosa sombra de Aznar no le resulte, en ocasiones, incómoda. Porque cuando aparecen juntos en público, la figura del ex presidente del PP y del Gobierno eclipsa automáticamente la de Mariano Rajoy. "Vuelve Aznar, vuelve", sigue escuchándose de boca de los militantes. Y eso que, como se comprueba estos días en la campaña, también Rajoy empieza a suscitar adhesiones populares.
Los asistentes a sus mítines se agolpan para tocarle y aclamarle a la entrada y salida de los estadios. Quieren creer, necesitan creer y están decididos a fabricarse el líder que haga falta. "Con Rajoy es posible", rezan los carteles. Todo es posible: el pleno empleo, las autovías y los AVE de conexión directa con Madrid, la reducción de los impuestos... "Es urgente que seas presidente", grita la multitud.
Atención en la izquierda. Hay dos ideas en los discursos de Rajoy que tienen un efecto fulminante: "El PSOE nos ha dejado solos defendiendo la idea de España como una organización de ciudadanos libres e iguales" y "Queremos un presidente que haga de España un país unido y fuerte". El candidato no tiene interés en ver los cortes de sus actuaciones mitineras que recogen las televisiones. No se gusta en esos menesteres y tampoco es vanidoso. Sabe que su figura desgarbada y sus dificultades para vocalizar no son el mejor reclamo electoral frente a la estética más sofisticada de Zapatero. A los expertos en imagen que cuidan su figura les ha costado un triunfo convencerle de que tiene que renunciar a esos trajes anodinos y a las chaquetas a cuadros que le confieren una imagen desfasada. Rajoy no se siente incómodo en esa figura antigua, porque es verdaderamente la suya, aunque por necesidades del guión haya aceptado algo de color en su vestuario.
Por decirlo con sus propias palabras -él emplea expresiones tan añejas como "ni hablar del peluquín", "hasta el tato" y cosas así del habla decimonónica-, todo esto de las servidumbres de la imagen, del juicio de las apariencias, de la dictadura de la moda, le parece, simplemente, una "soplapollez". El solterón de cuadrilla aficionado a ir de bodegas y de copas tuvo que cumplir 41 años para decidir casarse con esa chica de Pontevedra, Elvira Fernández Balboa, 10 años más joven, que había hecho Empresariales. Si sus amigos cierran los ojos y piensan en Mariano, lo ven sentado, charlando con un whisky en la mano.
A estas alturas del reportaje, el periodista cree poder adelantar sus primeras conclusiones. No le vote usted si quiere sentar en el palacio de La Moncloa a un alma exquisita de poeta o a un marido hacendoso, porque a Rajoy no le gusta la lírica y en su casa es un hombre desastrado que ni ayuda ni cocina. Su máxima contribución a la creación gastronómica sigue siendo los espaguetis con mejillones de lata con que se prodigaba en sus años de estudiante en Santiago. No le vote tampoco si sueña con un aventurero audaz, un héroe romántico o un esteta frívolo al frente del Gobierno de España.
El líder del PP no es un intelectual, ni lo pretende. Es un tipo cachazudo, amigo del buen comer y beber, cauto y reflexivo, inteligente, emotivo, pero con una acusada incapacidad para las efusiones, y tan tímido, que a sus 52 años todavía enrojece ante determinados elogios. ¿Quiere usted regalarle una tarde feliz? Déjele repanchingarse ante la televisión, póngale un partido del Real Madrid, del Depor o del Celta, y permítale que se fume un habano. Si está con su hijo mayor, Mariano, de nueve años, y puede comentar con él los avatares del juego y aleccionarle sobre los héroes de todas las disciplinas deportivas y las reglas del baloncesto que practicó en su juventud, entonces nuestro hombre ya estará en la gloria. Como idolatra a su progenitor, tan ausente, el niño Mariano castiga al Mariano grande con reproches que acentúan la mala conciencia del candidato. El teléfono no es la solución. "Sí, sí, papá, muy bien, ya me lo contarás cuando vuelvas. Adiós".
En la literatura, Rajoy siempre ha preferido las vivencias personales a la narrativa social, siempre cultivó más a Flaubert, Stendhal y Guy de Maupassant que a Zola o Balzac. Lee de todo, sobre todo a los clásicos, ensayo y novela, pero sin mucho distingo. En una misma tarde pueden pasar por sus manos Ortega y La catedral del mar. Vista la lectura que ocupó su tiempo durante el vuelo Oviedo-Madrid del pasado domingo, tampoco les hace ascos a las revistas del corazón. Aunque sabe de teoría política, no presume, entre otras razones, porque hace mucho que dejó de creer que las grandes corrientes ideológicas liberales, conservadoras, democristianas, no hablemos del comunismo o del socialismo, tienen siempre y en todo lugar la receta adecuada.
Éste es un político pragmático enemigo de las grandes idealizaciones que sólo confía ciegamente en el trabajo y el sentido común, un individualista desordenado, incluso caótico, con alma de opositor acostumbrado a pelear en solitario ante el problema. Aunque coordina lo justo y a veces multiplica gratuitamente las tareas, sumiendo en el desconcierto a sus colaboradores, es un gestor eficaz. Él corrige todos los textos, no dice nada que no lleve su impronta, su sello.
Rajoy ha sido desde su infancia un chico de aspecto mayor, sólo que ahora en la cincuentena ha terminado por adquirir la estampa de un caballero antiguo. Dicen sus amigos de juventud y sus compañeros de la infancia: Jorge Varela, Blanca Rodríguez, Ramón Artime, Susana Ameijeiras, Fernando Bécquer... que esa figura seria, reservada, muy alta para su edad y con gafas ha permanecido inalterable a lo largo de los años tanto como su humor socarrón, su bonhomía, su carácter afable, leal con sus leales, seguro, sereno. Hijo mayor en una familia conservadora de padre juez y cuatro hermanos, todos ellos opositores exitosos a registradores de la propiedad o notarios, Mariano fue siempre un niño responsable y un estudiante empollón dotado de una memoria formidable.
"Él respondía por nosotros ante nuestro padre. Cogía el duro para pagarnos el corte de pelo y nos llevaba y traía de la peluquería", cuenta su hermano menor. Enrique Rajoy guarda como detalle particularmente entrañable de la influencia protectora de Mariano el recuerdo de la primera noche que los hermanos pasaron en un internado de los jesuitas a raíz de uno de los traslados de destino de su padre. "Yo tenía 10 años y no podía dormir porque era una situación desconocida para mí. Me levanté de la cama y salí al pasillo. Afortunadamente, allí estaba mi hermano mayor".
El candidato del PP ha heredado de su padre la timidez congénita, el retraimiento y una austeridad emocional que en ocasiones puede resultar exasperante y que contrastaba poderosamente con el carácter de la madre, una mujer extrovertida que falleció víctima de leucemia hace año y medio. Mariano lloró en el funeral, pero no llegó a derrumbarse. Reflexivo y analítico, éste no es un hombre que pueda ceder fácilmente a las emociones o a las pasiones. Incluso la política, por la que renunció a la seguridad vitalicia del trabajo muy bien remunerado que le brindaba su plaza de registrador de la propiedad, es, en su caso, una pasión fría. "No soy un político profesional, señorías. No me da igual una cosa que otra. Yo estoy aquí para defender unos principios", ha proclamado en sede parlamentaria.
En su casa no se hablaba de política, pero a los 22 años, cuando preparaba las oposiciones, Mariano ya ponía carteles por la noche para ayudar a un primo de su cuñado que se presentaba como candidato por Alianza Popular. "Notaba el gusanillo de la política. En mi familia había una tradición de derecha moderada liberal porque uno de mis abuelos formó parte de la Unión Regional de Derechas y fue uno de los redactores del Estatuto de Autonomía de Galicia. Aunque no estuvo con el Movimiento ni con la República, sufrió represalias tras la guerra", apunta Mariano. Los amigos de juventud del líder del PP no recuerdan que mostrara pasión por la política, pero sí que tras hacer la mili en Valencia, la región militar en la que campeaba el golpista Milans del Bosch, comenzó a mostrar un mayor interés por el futuro de España.
Ingresó poco después en Alianza Popular y su ascensión fue meteórica hasta alcanzar la presidencia del PP gallego. "Es que en Pontevedra éramos cinco militantes en total", explica Rajoy. A los 26 años ya era diputado, y a los 28, presidente de la Diputación. El hecho de haber sobrevivido a los caciques locales de la derecha, a las mafias político-económicas de la región y al genio autoritario de Fraga es una demostración mayor de los recursos de este hombre acostumbrado a resolver las crisis a la gallega, un método que combina el no darse por enterado y el cierre de filas. Únase a eso la habilidad para aplicar la diplomacia vaticana a las negociaciones -suyos son muchos de los acuerdos autonómicos- y una elevada alza de miras estratégica que le permite ver más lejos que la mayoría.
"Aprendí a dar la batalla inteligentemente y a no entrar al trapo como un toro bravo, aunque tampoco es que sobreviviera, porque, de hecho, me mataron varias veces", indica. Pero cuando Fraga le destituyó fulminantemente de la presidencia del partido para dársela a Barreiros, él ya tenía un pie en Madrid y la confianza de José María Aznar. Esa confianza se acrecentaría posteriormente ya en los sucesivos gobiernos con su disposición para lidiar por encargo todas las patatas calientes: las vacas locas y el Prestige -aquellos "hilillos" que salían del pecio-, la huelga de pilotos de Iberia y la guerra de nervios y no sólo de nervios desatada durante el compás de espera abierto por Aznar cuando anunció que deshojaba la margarita sucesoria. Puede, sin embargo, que el mayor logro de Rajoy en el PP haya sido la renovación de las organizaciones municipales que a primeros de los años noventa dieron a su partido un crecimiento espectacular. Él convenció a Rita Barberá para que disputara la alcaldía de Valencia, colocó a Valcárcel en Murcia y liquidó la organización canaria del PP implicada en prácticas de corrupción.
El opositor sobresaliente licenciado en Derecho que con 23 años se convirtió en el más joven registrador de la propiedad de España se encuentra en los antípodas personales y políticas del astro ZP, que domina la otra gran constelación nacional, pero ambos tienen en común cierta disposición natural a rehuir el enfrentamiento directo y una acusada tendencia a mostrarse tolerantes y corteses. No deja de ser curioso que con los cinco años de edad que les separan -Rajoy tiene 52 años-, los dos candidatos pasaran en su tierna infancia por el mismo parvulario de las Discípulas de Jesús en León y que sus padres -decano del Colegio de Abogados de León, el de ZP; juez de Primera Instancia, el de Rajoy- mantuvieran una relación cordial.
También Mariano y José Luis activaron una corriente alterna de reconocimiento mutuo en los tiempos anteriores al vuelco electoral. "Rajoy me gusta, me gusta su talante", comentaba Zapatero un año antes de que José María Aznar le designara su sucesor al frente del PP. Es dudoso que el presidente del Gobierno en funciones pueda hoy reproducir estas lisonjas, entre otras razones, porque en las bochornosas sesiones parlamentarias de esta legislatura, Rajoy llegó a llamarle, por ejemplo, "bobo de solemnidad", en respuesta al "patriota de hojalata" que le había regalado ZP. ¿Qué ha pasado en la política española en estos últimos cuatro años para que los adversarios corteses se comporten como enemigos?
"Créame, soy más razonable, más moderado y más equilibrado que ZP", sostiene el candidato del PP. "En lo personal no tengo nada contra él, simplemente, creo que no ha estado a la altura de sus responsabilidades". Aunque nos encontremos en campaña y la moderación cotice al alza, puede que Rajoy esté verdaderamente convencido de sus palabras. Lo que no puede negar, lo admiten los miembros de su familia, sus amigos y sus colaboradores más cercanos, es que él ha cambiado notablemente en estos cuatro años de oposición. "La adversidad le ha enseñado mucho, le ha dado madurez. Si hubiera ganado en 2004, quizás le hubiera faltado el hervor necesario para liderar", comentan sus próximos.
Es un cambio que valoran también los más endurecidos sectores del PP, que aprecian mucho la renovada belicosidad dialéctica del líder. "Mariano ha cambiado", festejan en la radio de los obispos y repiten con regocijo los medios afines. Es bien cierto que el candidato de la derecha se está mostrando en los actos públicos con una soltura desconocida. Un político tan refractario a las efusiones mitineras como él, salta ahora en el escenario brazos en alto, como si ensayara un imposible mate electoral, al compás de los gritos fervorosos que le aclaman como el nuevo presidente de España.
"¿Ustedes se fían del señor Rodríguez Zapatero?, ¿les da seguridad?, ¿es bueno para España que siga otros cuatro años?", pregunta, provocador, para que las masas respondan a coro con un sonoro: "¡Noooooo, noooooo, noooooo!". Mariano lanza besos, se abraza con los militantes, estrecha las manos del público y cada jornada que pasa va sumando rasguños y contusiones a sus manos castigadas por el roce de las sortijas y los apretones. ¿Son las llagas de gloria que anticipan la reconquista del poder?
Después de haber despreciado en el pasado a la oposición socialista pancartera, no se le ha visto precisamente sufrir por las grandes manifestaciones de la AVT, de los obispos, del Foro de la Familia..., que han jalonado la trayectoria opositora del PP. Al contrario, Rajoy parece ahora disfrutar del espectáculo, sentirse a gusto incrustado en la multitud. Él mismo ha adoptado una actitud tonante y de desafío. El PP ha dado la impresión de no haber digerido enteramente su derrota, pero, además de eso, cabe preguntarse qué ha pasado para que a ojos de muchos ciudadanos, incluso los muy críticos con la actuación gubernamental, este partido haya aparecido como una formación desagradable, insidiosa, insufrible. ¿A qué ha respondido esa sobreactuación tremendista, esa estridencia, esa descalificación permanente, ese ataque en tromba aplicado sistemáticamente, con razón o sin ella, viniera o no a cuento?
Se lo pregunto, y Mariano Rajoy dice que "ésta ha sido una legislatura lamentable". Lo expresa como si el asunto no hubiera tenido mucho que ver con él, como si no hubiera ocupado la presidencia del partido en estos cuatro años, como si la explicación anidase exclusivamente en la fatalidad o en el PSOE. Contra quienes suponen que el PP reaccionó así desde el minuto uno de la oposición para evitar que las dinámicas disgregadoras internas y los protagonismos cobraran fuerza en el caldo de cultivo de la derrota, él sostiene que el PP temió quedarse fuera de las grandes cuestiones de Estado, aislado del juego democrático y orillado por los pactos del PSOE con el nacionalismo radical, que situaban a su partido en la condición de apestados. "Lo que pasa es que en estos cuatro años se nos ha obligado a hacer oposición en cuestiones vitales como la concepción misma de España y la negociación con ETA".
Llegado a este punto, el periodista siente la necesidad de exponerle al líder de la oposición una anécdota, tan sorprendente como inquietante, de la que fue testigo hace unos meses, en Madrid. "En una de esas tascas que tienen barra de bar y unas pocas mesas de comidas, entraron media docena de profesionales de traje y corbata. Pidieron unas cañas a la espera de que les preparan la mesa y con el desparpajo de quien no descubre nada nuevo, uno de ellos comentó en voz alta: '¿Pero no sabes que ése es un sitio dominado por los rojos? Nosotros, los azules, no tenemos nada que hacer ahí".
Mariano Rajoy asiente ligeramente con la cabeza y aprieta los labios en ese gesto tan suyo que transmite a la vez pesar y preocupación. Tras un breve silencio, repite que esta legislatura ha sido lamentable y dice que el origen de esta situación ha sido la ruptura unilateral por parte del Gobierno socialista del acuerdo implícito sobre la organización territorial de España y del consenso básico en la lucha contra ETA, una decisión agravada, a su juicio, por el intento de engañar a la oposición. "Resulta penoso ver publicadas en los periódicos de nuestros días las esquelas por los muertos de 1936. Nunca había pasado nada semejante y no tiene por qué volver a pasar", indica.
"Estoy seguro de que la gente es mucho más sensata que todo eso y que ni los políticos ni nadie debemos jugar a dividir y a crear líos innecesarios. Mire, yo me he encontrado con que 14 portavoces parlamentarios me han tildado de anticatalán por sostener que el Estatuto que han aprobado es un disparate que atenta contra la Constitución". Los dos hijos de Rajoy, Mariano y Juan (tres años), han nacido en Barcelona, y el primero tuvo el carné del Barça. Tras haber sufrido un aborto, su madre decidió ponerse en manos del especialista Santiago Dexeus, que tiene su clínica en la capital condal. Aunque desde su partido se promovió activamente la demencial dinámica de acción-reacción que desembocó en el boicot al cava catalán, Rajoy dice abominar del cruce de descalificaciones gratuitas que abundan en la España de hoy.
-¿Y no le parece que propalar la teoría de la conspiración en un asunto como el del atentado del 11-M atenta contra la salud democrática de un país?, le pregunto.
-En estas cuestiones, me gustaría mirar al futuro. Yo no he presentado ninguna pregunta parlamentaria sobre este tema.
-Pero sí lo han hecho dirigentes de su partido, y como líder de la oposición quizá debería haber atajado estas intoxicaciones.
-He pasado cuatro años muy complicados y creo que he acreditado cierta independencia de criterio.
-Se supone que como líder del partido su responsabilidad va más allá de la actitud personal.
-Yo no mando en ningún medio de comunicación y ningún medio de comunicación manda sobre mí. El que se presenta a las elecciones soy yo.
-¿Pero usted alberga alguna duda al respecto?
-Al principio sí, como todo el mundo. Luego, me di cuenta de que no era así. Pido que miremos al futuro. Creo que todos los españoles queremos mirar en otra dirección.
El periodista interpela a Mariano Rajoy sobre el pasado boicoteo que el PP declaró a los medios del Grupo Prisa en respuesta al comentario "acabamos de ver una manifestación que es el franquismo puro y duro", que el fallecido presidente de la corporación Jesús de Polanco realizó en una junta general de accionistas. Es el momento más tenso de esta charla de sobremesa. El candidato del PP encaja la cuestión sin abandonar su flema gallega. Sólo el movimiento rítmico reflejo de su pierna izquierda, que se ha activado inesperadamente, denota incomodidad.
Dice que la dirección del PP se quedó "helada" al conocer las declaraciones de Polanco y que decidió abstenerse de atender a los medios que les "insultaban". Quiere recalcar que respeta a la prensa de tendencia -a su juicio, resulta evidente que EL PAÍS es un periódico de centro-izquierda que apoya al PSOE-, y que él siempre ha procurado mantener relaciones cordiales con los medios de comunicación.
Sostiene que nunca ha llegado a poseer la certeza de que la operación política, mediática, judicial que trató de llevar a la cárcel a Jesús de Polanco y al consejero delegado Juan Luis Cebrián y arruinar al Grupo Prisa fuera urdida desde el Gobierno de Aznar. "En la capilla ardiente de Jesús de Polanco le dije a su hijo que queríamos tener unas relaciones normales con Prisa, y, efectivamente, hemos normalizado las relaciones".
A la salida del restaurante, ya de madrugada, el candidato del PP se da prácticamente de bruces con medio centenar de jóvenes que, botellón en mano, abandonan el paseo marítimo de Santander. Sobre el papel, la situación parece potencialmente conflictiva: la noche, el alcohol y el líder de la derecha a cielo abierto con un puñado de acompañantes. Sin embargo, los jóvenes festejan el encuentro convocando a Rajoy a una bulliciosa serie de fotos en grupo.
Eso pasa en Santander y no tiene por qué ser igual en otros puntos de España, pero uno se despide del opositor candidato con la impresión de que este hombre tiene peligro, ahora que acomete el examen supremo de las urnas con la seguridad de haberse ganado el derecho a conquistar la plaza que Aznar creyó haberle regalado. -
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