Fascismo rojo
Es sabido que en la difusión de las formas de violencia política juega un papel importante el efecto de imitación. El camión bomba inventado por Hezbolá, las quemas de Cámaras del Trabajo en Italia por las escuadras fascistas, los secuestros aéreos o de personas con finalidad política, fueron sucesivos hallazgos criminales que hicieron escuela una vez que quedó probada su eficacia destructora. En unos casos, mal que bien, el Estado intentó poner coto a la barbarie, poniendo en marcha mecanismos de control, molestos para el ciudadano medio, como los que hoy tiene que sufrir al acceder a las salas de embarque de los aeropuertos. En otros, como los atentados suicidas, la entrega del terrorista-mártir, incluyéndose a sí mismo en la lista de víctimas, ha hecho muy difícil la tarea preventiva. Pero no han faltado episodios en los cuales prevaleció durante mucho tiempo una actitud permisiva de quienes dirigían las fuerzas del orden, a veces por complicidad con unos terroristas, o con unos violentos, a quienes les unían afinidades de intereses o ideológicas, otras guiados por el wishful thinking de que se trataba de un sarampión de violencia destinado a curarse por sí mismo.
Sería un ejercicio de dignidad que dirigentes del PSOE, IU, BNG y ERC mostrasen su solidaridad con Rosa Díez
No cabe recordar experiencia histórica alguna de que por una u otra vía la permisividad haya rendido frutos positivos. La más reciente entre nosotros es la del ejercicio de tolerancia hacia la madre política de todas las violencias en Euskadi, Batasuna, y en particular del Gobierno vasco hacia los practicantes de la kale borroka. El resultado fue el establecimiento de un flujo circular muy fluido en que los jóvenes luchadores, bien protegidos, prepararon su futura carrera de terroristas de ETA y los pueblos vascos quedaron sometidos a un control de tipo nazi. Algo parecido sucedió con las SA en Alemania y con el fascismo de combate en Italia. Los enemigos de las autoridades fueron allí los rojos y la inhibición de las mismas hizo posible una conquista del poder en la sociedad, basada en una brutal violencia, prólogo de la conquista del Estado. Con otras características, la connivencia autorizada desde arriba de las camadas negras en el franquismo tardío con la Brigada político-social dio lugar a una escalada de violencias que culminó en la matanza de Atocha. Al cumplir su papel el Estado y la policía, todo aquello acabó.
Conviene recordarlo ahora, cuando se suceden acciones de jóvenes que intentan reventar actos de políticos de los partidos que les desagradan y agredir a los oradores, al modo abertzale: "¡Vosotros fascistas, sois los terroristas!", oí gritar en mi Facultad de Políticas de Madrid, como si estuviera en una ciudad vasca. Las causas de esa enfermedad degenerativa observable en minorías izquierdistas son fáciles de individualizar. Hasta 1989, aun de forma decreciente, el comunismo en sus distintas variantes ofrecía una meta a los proyectos ideológicos radicales. A partir de ahí, sólo quedaron el malestar y las frustraciones. El papel de la violencia antisistémica, ejercida por el entorno de ETA podía servir y sirve de último recurso, más aún cuando los nacionalismos catalán y gallego han radicalizado sus posiciones. Y a partir de ahí, tras el prólogo light de la quema de retratos reales en Cataluña, la secuencia de asaltos a la libertad de expresión en Galicia y en Cataluña, a costa del PP, y en la Complutense a costa de Rosa Díez. Violencia cerril contra democracia. Fascismo puro y duro, fascismo rojo, igual de condenable que el negro o el azul.
¿Qué hacer? La condena no basta. Hay que rectificar. El PSOE nada tiene que ver con la gestación del ataque a Rosa, y la "tensión" reclamada por Zapatero menos -aunque Rajoy intente mezclarlo todo-, pero la campaña de difamación contra ella ha creado un clima irrespirable. Sería un ejercicio de dignidad que tanto dirigentes del PSOE como de IU, del BNG y de ERC, mostrasen públicamente su solidaridad con ella y con otras víctimas de la pseudoizquierda fascista. Por ahora son sólo grupos organizados de unas decenas de jóvenes bárbaros, en su mayoría universitarios. Sólo que según pude ver en la agresión de Políticas, su voluntad de destruir al otro es inequívoca. No hay que esperar a que se inicien los ataques a personas. De seguir la impunidad, su llegada es cuestión de tiempo.
Sería un error por parte de las Universidades ignorar lo que esta escalada de la violencia representa para la vida democrática. Por mi propia experiencia ante unas amenazas en 1997, en el aniversario del asesinato de Tomás y Valiente, gracias a la fácil identificación vi que puede ofrecerse a los estudiantes agresores la posibilidad de arrepentirse. De no hacerlo, sólo hay una salida, coherente con sus gritos: "¡Fuera fascistas de la Universidad!".
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