Los recogepelotas también juegan
El Roma ha ganado partidos por la rapidez de los chicos de la banda al reponer el balón
Gianluca Caprari sólo tiene 14 años, pero ya ha rendido a su club algún servicio importante. Juega de centrocampista en uno de los conjuntos de la cantera del Roma, categoría giovanissimi nazionali, pese a que es un hincha confeso del Juventus por tradición familiar. Alcanzar el primer equipo todavía es una utopía para él. Sin embargo, ya disfruta del privilegio de ver de cerca a sus ídolos e incluso de prestarles una valiosa ayuda. Gianluca es uno de los 20 elegidos que forman el infantil pero avezado ejército de recogepelotas que operan en el estadio Olímpico cuando el Roma actúa como local. Son los raccattapalle. Gianluca siempre ocupa la misma posición: detrás del vértice que forman las vallas publicitarias, apenas a cinco metros del banderín de córner, entre la tribuna Monte Mario y la Curva Sur. Ni siquiera el bramido de los cercanos ultras le desconcentra de su sagrada misión.
Gianluca no estaba tras las vallas, sino a un metro del banderín y con una pelota...
... ante las narices del linier, la colocó para que el córner se sacara antes. Fue gol.
A finales de enero, en un partido liguero del Roma frente al Palermo, Gianluca tuvo un papel resolutivo y nada tangencial en la victoria de su equipo por 1-0. Corría el minuto 60 y al Roma le estaba costando un mundo batir la portería visitante. Un balón salió por la línea de fondo desviado por un defensor del Palermo. El árbitro señaló el correspondiente saque de esquina. El joven Gianluca no estaba tras las vallas de publicidad tal y como marca el reglamento. Las imágenes televisivas le delataron. Se encontraba pisando el césped, apenas a un metro del banderín y con un balón entre las manos. El mismo balón que, con prestancia y ante las mismísimas narices del árbitro asistente, colocó de manera furtiva en el suelo para que Rodrigo Taddei, el centrocampista brasileño más listo de la clase, sacara rápidamente. La zaga del Palermo aún estaba repartiéndose los marcajes cuando Mancini cabeceó el pase de su compatriota para marcar el único tanto.
La sigilosa y eficaz actuación del recogepelotas tuvo casi el valor de una asistencia. "Es como si hubiera marcado mi primer gol en la Serie A", dijo orgulloso Gianluca a la prensa, que se preguntaba si el chico había obrado espontáneamente o como último eslabón de una pícara maniobra premeditada.
Luciano Spalletti, entrenador del Roma, quiso dar su versión: "Los chavales saben que nos gusta sacar siempre rápido y nos echan una mano. No están aleccionados. Necesitamos a todos para vencer. También a los recogepelotas. Cuantos más seamos, más venceremos".
El reglamento en Italia estipula que sólo seis recogepelotas pueden tener un balón de juego oficial durante el partido, pero siempre colocados tras las vallas, y no están facultados para actuar como hizo el astuto Gianluca.
"La culpa es nuestra por no estar más atentos", dijo Leandro Rinaudo, central palermitano. Pero su volcánico presidente, Mauricio Zamparini, montó en cólera y reclamó ante las autoridades deportivas italianas que sancionaran al Roma con la pérdida del partido. Su quijotesca cruzada fracasó. El juez Gianpaolo Tosel homologó el resultado, ya que el código de justicia deportiva le obliga a inhibirse en decisiones de naturaleza técnica adoptadas por el árbitro. "En Inglaterra o Francia, el encuentro se habría repetido", rugió Zamparini; "ha sido una pillería y los pillos, en Italia, siempre son premiados".
Pero Francesco Guidolin, el técnico del Palermo, parecía manejar las claves de la cuestión: "Me rompe las pelotas perder así porque mis jugadores estaban avisados. Sabíamos que en ciertos momentos el Roma acelera el juego de esa forma, en los saques laterales o de esquina, con la ayuda de sus chicos al borde del césped".
Un secreto a voces que de vez en cuando acaba en gol.
Como le ha ocurrido al Palermo. O como le ocurrió al Manchester United en la pasada Liga de Campeones en una secuencia similar. El árbitro señala un saque de esquina. El balón de juego había quedado rebotado en medio del área inglesa, pero un jugador local se apremia en despejarlo fuera. Ya hay otra pelota que se ha materializado súbitamente junto al banderín de córner. Nueve segundos después, Taddei estaba gritando gol.
El compromiso con la causa de los raccattapalle es absoluto. Sienten que ellos también juegan. Están mamando ese intangible pero acentuado concepto de identidad que el gran Francesco Totti, faro y bandera del Roma, define como romanitá: la mayoría son romanos y del Roma. Por algo el propio Totti fue recogepelotas con su club y con la selección italiana que jugó en Roma cinco partidos del Campeonato del Mundo de 1990. Ahora, sus futuros herederos, los que aspiran a ser como él, guardan celosamente los márgenes del estadio Olímpico.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.