Otra modesta proposición
Los grandes partidos en liza siguen empeñados en prometer el oro y el m*** (autocensurado) a cambio del voto. Lo que no entiendo es que los pequeños se muestren aquejados de timidez estructural y renuncien de antemano a la frenética competición del quién da más. Y, por si quieren escucharme, ahí va mi propuesta gratis et amore: prometan al personal que, si ganan las elecciones, entregarán a cada español un cheque por 3.000 euros (menos el IRPF) y el libro de su elección (lo que daría a la propuesta un toque distinguido y halagaría al sector). He aquilatado la cifra basándome en los préstamos que ofrecen las empresas de crédito que se anuncian en la tele por las mañanas, y que miro mientras me machaco en la cinta de correr del gimnasio, muy cerca de donde el señor Zaplana (que -advierto- está cuadrado) hace su tabla de ejercicios. Ya sé que para pagar esa cantidad a cuarenta y tantos millones de personas necesitarían intentar, como Goldfinger (ver novela homónima de Ian Fleming, publicada en 1959 y ahora en el catálogo de Punto de Lectura), el asalto a Fort Knox, pero eso es lo de menos porque, a pesar de todo, no pueden ganar las elecciones: el bipartidismo rampante y los nacionalistas seguirán adjudicándose la mayoría de la tarta. Pero, en todo caso, con una promesa semejante incrementarían enormemente el número de sus votantes: muchos españoles económicamente agobiados se inclinarían por quien les ofreciera ese respiro. Tras el recuento, esas formaciones pequeñas (pero audaces) podrían convertirse en partidos-bisagra y, quién sabe, incordiar lo bastante como para ser árbitros del poder durante toda la legislatura. Y todo ello sin soltar un euro, quod erat demonstrandum.
Me eché una siesta que incluyó una pesadilla en la que escapaba de la expresionista e hiperfálica Torre Einstein perseguido por la señora "Cuaresma" Aguirre. Y es que, como decía Jorge Manrique, a cierta edad, 'todo se torna graveza'
Delirio
Tranquilos: a pesar de las apariencias, para inclinarse por la izquierda no hace falta ser entusiasta de Sabina o no serlo de Saint-John Perse, por poner dos ejemplos excluyentes. A mí las canciones del ubetense me ponen los pelos como escarpias (y no precisamente de emoción) y, sin embargo, no estoy dispuesto a que los neotridentinos me amarguen mi porción de libertades civiles y la lenta, lentísima marcha hacia el laicismo ilustrado. De eso y de otras cuestiones hablaba el día de San Valentín, mientras degustaba sabrosa tempura coreana con tres amigas escritoras entre las que había un diábolo, un cilindro y una campana; como, dada mi "talla corporal alternativa" (eso me dijo un estilizado dependiente de Macy's), tiendo a la esfericidad, la verdad es que en aquella mesa los cuatro formábamos un conjunto geométricamente perfecto, como en una pintura de Malevich. (Nota bene: para evitar susceptibilidades me apresuro a señalar que ninguna de las damas era la señora Lindo). Nos reunimos de vez en cuando para nuestro seminario gastronómico-literario, sin duda una sublimación de otras ansiedades no siempre explícitas. Pero esta semana, tras despachar con entusiasmo nuestra lectura de Chesil Beach, de Ian McEwan (¿que todavía no la ha leído?, ¿y a qué espera?), publicada por Anagrama, y que suscitó un titilante turno de palabra acerca de la "primera vez" de cada cual, la conversación continuó por derroteros electorales. Mi interlocutora cilindro, que es la que gana más dinero, sostenía que no todo lo que dice Rajoy está tan mal; que, como afirma Tony Soprano, incluso un reloj estropeado da bien la hora dos veces al día. Las otras dos amigas, más combativas, insistían en que a la derecha ni agua de rosas para que se perfume. Así las cosas, la esfera se echó a rodar por el restaurante y no paró hasta llegar a casa. Y allí, recordando que todo lo sólido se desvanece en el aire, como constata el Manifiesto (que, a lo tonto, este mes cumple 160 añitos), me eché una siesta que incluyó una pesadilla en la que escapaba de la expresionista e hiperfálica Torre Einstein, del arquitecto Mendelsohn (nueva monografía en Taschen a 7 eurillos), perseguido por la señora "Cuaresma" Aguirre. Y es que, como decía Jorge Manrique, a cierta edad, todo se torna graveza.
Lectorazos
Como le sucedía al inolvidable Thomas Gradgrind (Dickens, Tiempos difíciles), yo sólo me atengo a los hechos. Y, en lo que respecta a los hábitos de lectura, mi ración anual me la proporciona el estudio de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE). No es que sea perfecto, pero basta echar un vistazo a los anteriores para comprobar que los cuestionarios han ido afinándose. Perduran algunas contradicciones, pero lo cierto es que en el último estudio se ha hecho un loable esfuerzo para relacionar mejor la lectura con otros hábitos de ocio. Sigo pensando que una de las tareas del muy transferido Ministerio de Cultura que dirige el señor CAM (no confundir con las siglas del Cameroon Anglophone Movement, un grupo autonomista activo en el país africano) debería ser la de emprender, periódicamente y con medios adecuados, estudios y estadísticas culturales que facilitaran el trabajo al sector privado. Mientras tanto, tenemos que conformarnos con los (subvencionados) de la FGEE. El estudio de 2007 exhibe el tono optimista de siempre, tan característico de las intervenciones públicas de la FGEE como lo es el empleo del presente histórico en los comunicados del Samur. Los que no leen nunca o "casi nunca" descienden al 43,1%, mientras los lectores alcanzan la cota del 56,9%. Claro que entre los que leen se sigue incluyendo a aquellos que lo hacen "alguna vez al trimestre": que me expliquen entonces cuándo lo hacen quienes no leen "casi nunca", y que alguien calcule (facts, facts) cuánto tardaría uno de esos renuentes lectores en dar cuenta de, por ejemplo, la muy vendida El corazón helado (Almudena Grandes, Tusquets), que tiene 936 páginas. Otra mejoría es que, entre los libros más leídos, no aparecen sorpresitas difícilmente digeribles como la que nos dejó estupefactos en 2006, cuando apareció entre ellos la venerable Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena, una novela publicada con éxito en 1979 (Planeta) y que, al parecer, el pasado año fue lectura recomendada en algunos institutos. En todo caso, lo que la gente prefiere es la novela y, dentro de ella, y por este orden, la histórica, la de aventuras y la de intriga: mézclenlas y dará como resultado El código Da Vinci y su cansina progenie. En cuanto a la influencia de las reseñas y las críticas en los lectores, los datos son elocuentes: sólo un 17,1% declara obtener en ellas la referencia a la hora de comprar libros, de manera que no sé lo que estamos haciendo los que nos dedicamos a esto. Lo que sigue mandando es el "boca a oreja", que es lo que en el estudio de este año llaman "consejo de amigos/profesores", y en el del año pasado "consejo de amigos/conocidos". Se conoce que la FGEE ha querido mejorar la autoestima del estamento docente.
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