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Análisis:EXTRAVÍOS | ARTE
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Geisha

"Kafû no brillaba ni por su caligrafía ni por su poesía de estilo chino", afirma el protagonista de la novela Diario de un viejo loco, de Junichirô Tanizaki, "pero sus novelas forman parte de mis lecturas favoritas". Teniendo en cuenta que quien enuncia esta opinión es un viejo libertino al que ni la inminencia de la muerte le hace renunciar a sus deliquios eróticos es muy congruente que elogiase el arte narrativo de Nagai Kafû (1879-1959), sin duda, uno de los mejores escritores japoneses contemporáneos, pero cuya vida y obra se dedicaron al ejercicio y la exaltación de cualquier clase de hedonismo popular. A pesar de su elevado rango social y su muy esmerada formación, a Kafû sólo le interesaron los acotados barrios de placer y frecuentar el marginado universo de la prostitución, donde extrajo el principal venero para sus historias de ficción. Por lo demás, independiente y solitario, Kafû, junto a su admirador Tanizaki, fue uno de los poquísimos intelectuales japoneses en oponerse al furioso nacionalismo que dominó a su país durante el primer tercio del siglo XX y, por supuesto, a la desastrosa guerra que lo hundió.

En Escena de verano, publicada en 1915 e inmediatamente prohibida, Kafû relata el alienante amor de un próspero comerciante cuarentón por una prostituta, llamada Chiyoka, a la que retira del oficio para su uso exclusivo, inducido en principio por razones prácticas, porque la joven no es ninguna geisha con pretensiones, ni de deslumbrante porte, ni, aún menos, de refinadas maneras, sino, como quien dice, una puta vulgar. Instalada en el lujurioso cubil privado por su dueño y protector, al que una vida entregada casi por completo al trabajo le han hecho descubrir demasiado tarde las mieles del sexo, Chiyoka enciende, casi sin proponérselo, una llama desenfrenada, que resulta tanto más peligrosa cuanto que ella, educada en la entrega de su cuerpo y alma a cualquiera, era muy fácil de abordar, pero casi imposible de monopolizar. De manera que pronto el chamuscado amante descubre que el objeto de su deseo, ahora con más tiempo libre que nunca, no se resiste a cuantas furtivas proposiciones recibe. El giro irónico del relato se produce cuando, tras los correspondientes episodios de desengaño, decide él mismo convertirse en el oportunista ladrón de una Chiyoka mantenida por otro.

Lector apasionado de Zola y Maupassant, lo para mí más interesante del autor de Escenas de verano no es lo escabroso del tema, ni su tratamiento naturalista, sino su capacidad para atravesar toda suerte de prejuicios y, de esta manera, adentrarse mejor en el misterio de la vida, cuya verdad más honda se suele refugiar en lo aparentemente más simple de lo marginado, donde habitan los seres que no pueden recibir sino lo que les dan, y, aun así, sin queja. También, la maravillosa capacidad para aunar en esa búsqueda todo lo que al respecto le pudiera ofrecer la literatura de cualquier país sin perder nunca el pálpito del sofisticado arte milenario del suyo propio. Pienso, por ejemplo, que Escenas de verano tiene algo de la pieza teatral La ronda (1903), del austriaco Arthur Schnitzler, aunque la refinada delectación en mostrarnos magistralmente cómo el deseo acrecienta su insaciable sed ante lo irregular e imperfecto le pertenece a él como su más preciado tesoro. -

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