Las edades de la música
Si hay un lenguaje universal en el que todos podemos comunicarnos, sin distinción de generación, etnia o cultura, es la música. Todas las llamadas altas culturas conocen y usan este vehículo de transmisión de emociones y mensajes. La música clásica es un elemento constitutivo de la cultura occidental.
Si se prescinde de la inaguantable musiquilla de fondo, contaminación acústica que nos acosa por doquier, la música en segundo plano es una compañera ideal del trabajo, de la lectura, del descanso. De vez en cuando tenemos que levantar la cabeza para prestar atención a algo que evoca un momento de emoción o bien a un pasaje que nos sorprende por su novedad. En las noches de insomnio Radio Clásica es un punto de encuentro; muchas veces algo desconocido te espabila y te encuentras tomando nota de lo que es; así descubrí hace años los Wessendonk lieder de Wagner y los Gurrelieder de Schoenberg.
En Galicia tenemos dos grandes orquestas que semana tras semana nos hacen disfrutar
Pero lo mejor es escuchar atentamente. Los actuales sistemas de reproducción ayudan a apreciar matices y detalles de interpretación que los vinilos usados y las agujas de zafiro gastadas enmascaraban. Los cascos, imprescindibles para percibir cada instrumento, son complemento asiduo de los jóvenes de todas las edades que oyen música mientras caminan, hacen deporte, trabajan o velan junto a la pareja dormida.
Hay algunos raros melómanos que prefiere las grabaciones; yo soy decidido partidario de la audición en directo. En las salas de conciertos, si el público está atento, quieto y en silencio, sin tragar saliva, es porque lo que está sucediendo sobre el escenario ha capturado el alma de todos; por el contrario, las toses y los movimientos inquietos revelan cierta desconexión entre los intérpretes y el público.
El interés por la música puede surgir en cualquier edad, como un enamoramiento súbito pero, qué duda cabe, si el ambiente de la infancia es musical constituye una buena base para amarla, entenderla y quizá aprenderla. Siendo estudiante tuve la suerte de poder asistir a muchas representaciones de ópera, porque unos amigos disponían de un abono; embutido en el smoking que daba un calor tremendo temía siempre que, a la salida, mis colegas sesentayocheros de la Escuela de Arquitectura me sorprendieran de aquella guisa, pues por entonces era un deporte bajar a la Rambla para silbar al público del Liceo. Allí pude escuchar en vivo y en directo a Mario del Monaco, Franco Corelli, Ivo Vinco, Renata Tebaldi, Fiorenza Cossotto, Montserrat Caballé y muchas otras figuras de la lírica del siglo pasado.
Una de las virtualidades de la música es que parece acompasarse a la edad. Cuando uno es joven el renacimiento y el barroco -aquellas magníficas grabaciones de la colección Archiv-, centran las preferencias, alternando con los Bartok y con la potencia mal asimilada de Beethoven, que volverá de modo recurrente a lo largo de la vida. Los treinta son la apoteosis de Mozart y la emoción de Bach, el creador más universal, el gran arquitecto de una cantidad ingente de obras, todas ellas parecidas y sublimes sin excepción. A los cuarenta llega la hora de Brahms y sus magistrales sinfonías e irrumpe el impresionismo de Debussy y Ravel.
A los cincuenta nos vamos haciendo más y más eclécticos, toda música vale si es buena, pero apreciamos los poemas sinfónicos y las maravillosas óperas de Richard Strauss y, por fin, nos rendimos ante Wagner y su esplendoroso connubio del sinfonismo y la voz humana. Pero el verdadero placer es la relectura: vuelve Beethoven para descubrir el equilibrio sinfónico que tan bien sabe interpretar Claudio Abbado, en la estela de Otto Klemperer; el repertorio de cámara, las voces de Schubert, el piano de Schumann, el mejor Chaikovsky, los contemporáneos... Y siempre Mozart y Bach.
En Galicia tenemos, por suerte, dos grandes orquestas que semana tras semana nos hacen disfrutar de buena música, sobre todo cuando las condiciones acústicas, como en el auditorio compostelano, son excepcionales. Parece que los grandes directores y orquestas son cada vez más difíciles de traer y, aunque se empieza a recuperar la música de cámara, se echan en falta los ciclos de solistas.
Pero no solo se vive de música clásica. Están los ocasionales conciertos de los mitos del pop, las músicas de raíz, los viejos y nuevos cantautores,... and all that jazz.
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