Cantar en la oscuridad
Si hubiese que establecer una lista de excentricidades, quizás el responsable de haber transformado una película de Bergman en musical (A little night music, 1973) o de haber cantado al magnicidio como sublimación del sueño americano (Assassins, 1990) podría ganarle fácilmente la partida a Tim Burton, cineasta que lleva tanto tiempo ejerciendo de niño raro oficial del cine contemporáneo que su pretendida disfuncionalidad ha terminado por ser peligrosamente previsible. Se había hablado con tal insistencia de una posible adaptación a cargo de Tim Burton del sangriento, lírico, nihilista e inolvidable musical Sweeney Todd, de Stephen Sondheim, que la pieza resultante no parece tanto un estreno como un sueño hecho realidad, la materialización de un deseo colectivo que, finalmente, no es tan espléndido como uno podría haberse imaginado, ni tan espantoso como cabría temer. Las diferencias entre la obra teatral y la adaptación cinematográfica son elocuentes: Burton ejerce de fuerza normalizadora, de traductor moderado, empeñado en que nos creamos una ficción que nació distanciada, orgullosa de su tramoya, su exceso y su artificio. Está claro: en el matrimonio de conveniencia Sondheim-Burton, el conservador (o el pragmático) de la pareja es este último.
SWEENEY TODD
Dirección: Tim Burton.
Intérpretes: Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Sacha Baron Cohen, Alan Rickman, Timothy Spall.
Género: musical. EE UU-R. Unido, 2007.
Duración: 116 minutos.
Estrenado en 1979, el musical de Sondheim recogía al Sweeney Todd que el dramaturgo Christopher Bond había empapado de tragedia jacobina en su obra teatral de 1973 para convertirlo en emblema feroz de la estructura profunda del nuevo orden fundado por la revolución industrial: el mundo como lugar para comer o ser comido. Cantar de ciego con surtidores de sangre y coros post mórtem, el original no dudaba en revelar, bajo la piel de sus personajes, cierta condición de grotescos títeres de cachiporra. Auténtico cubo Rubik de melodías intersectadas, Sweeney Todd lograba crear ilusiones tan cinematográficas como el juego de acciones paralelas a través de un lenguaje puramente musical.
La traducción a la pantalla pierde matices y complejidades estructurales, pero el placer está garantizado. Hay más gravedad, menos humor y poco espacio para la invención o la novedad: por suerte, tampoco hay motivos de peso para mesarse los cabellos.En el matrimonio Sondheim-Burton, el conservador de la pareja es este último
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