Henri Salvador, legendario 'crooner' francés
Seguidor de Sinatra y Nat King Cole, cantó con Ray Charles
Su risa era contagiosa. Una risa con infinitos registros que él manejaba con arte y que, de joven, le valía para entrar sin pagar en los teatros cómicos de París. Henri Salvador afirmaba no sentir nostalgia del pasado. "Soy optimista. Se nace así, es algo natural. No puedes entrenarte. Incluso espero no morirme", dijo en octubre de 2006 en una entrevista para EL PAÍS. Pero ayer, en su domicilio parisiense, dejó de reír.
Henri Salvador (Cayena, Guayana francesa, 1917) era uno de los 10 inquilinos de la lujosa y exclusiva plaza Vendôme -solía recibir a la prensa en el bar del Ritz- y le sacaba punta: "Hay que tener cuidado cuando bajas a comprar el pan porque el precio del brazalete de diamantes está por las nubes". Había cumplido 90 años el pasado 18 de julio y estaba retirándose de los escenarios. En diciembre se había despedido de París en el Palacio de Congresos, pero ya tenía firmados varios contratos para cantar en sitios como Cartagena. En febrero de 2001 recibió los premios Victoires de la Musique al mejor disco del año y como mejor cantante masculino. "Ya era hora, un poco más y es póstumo", soltó riendo en la ceremonia.
Tenía una risa contagiosa con infinitos registros
Salvador escribió canciones junto a Boris Vian -los primeros rock and roll en francés, que firmaba con el nombre de Henri Cording-, trabajó con Orson Welles en Río de Janeiro, cantó con la orquesta de Count Basie dirigida por su amigo Quincy Jones y a dúo con Ray Charles, puso voz a canciones de películas de Disney y adaptó al francés -Mais non, mais non- el Mhana mhana de los Teleñecos. Aunque para buena parte de sus compatriotas era el hombre que les hizo reír desde la televisión con sus disparates y sus carcajadas, disfrazado de conejo, de zorro o de Juanita Banana. Hasta que llegó el disco Chambre avec vue: según Caetano Veloso, la grabación de bossa nova más bonita de los últimos años. Ninguna compañía importante quiso publicarlo. Sólo se pudo editar en 2001 gracias al empeño de un joven admirador y al dinero del creador de un lucrativo videojuego. Y las discográficas que lo había despreciado tuvieron que ver cómo se vendían dos millones de ejemplares. "La inteligencia, la delicadeza y la generosidad no son cualidades muy extendidas en este negocio", comentaba Salvador en la hilarante autobiografía Attention ma vie. Le hacía feliz el éxito de Chambre avec vue porque siempre soñó con ser un crooner. Sus dos ídolos: Nat King Cole y Frank Sinatra. Él se consideraba un músico de jazz. En 1929, un primo le hizo escuchar discos de Louis Armstrong y Duke Ellington y se pasaba 15 horas al día estudiando guitarra. Llegó a tocar con el legendario Django Reinhardt en un local de Montparnasse.
Nadie que le escuchara cantar sin conocerle podía imaginarse que aquella voz suave, cálida y flexible fuera la de un cantante octogenario. Él explicaba que había trabajado mucho la respiración y que ésa era la base de todo. "Respirar es una profesión muy difícil y la mayoría de la gente no sabe", afirmaba. Campeón de petanca, Salvador se cuidaba: no fumaba, se acostaba temprano, comía sano y practicaba yoga.
Llegó a París con siete años de edad. Y no se le vio mucho por la escuela: "La puerta estaba ahí y yo pasaba por delante. Sin embargo, me dieron el certificado de estudios diciéndome 'ande, váyase". Su padre esperaba un hijo médico o abogado, pero él aseguraba que, de haber sido médico, todos sus pacientes estarían muertos y, como abogado, los clientes en la cárcel.
Un pequeño galo irreductible le debe su existencia a Henri Salvador. En la escuela de la Guayana, el profesor de piel rosada enseñaba a 20 niños negros y mulatos que sus antepasados fueron los galos. Salvador le contó la historia a Boris Vian y éste le puso letra a Faut rigoler (Nos ancêtres les gaulois). La canción la oyeron por la radio Goscinny y Uderzo que andaban buscando una idea para un cómic. Así nació el popular Astérix.
El autor de Dans mon île -grabada por Caetano Veloso-, Maladie d'amour o Une chanson douce se había convertido en uno de los personajes más queridos por los franceses. "Nunca creí, cuando caminaba por las calles de París con tres monedas en el bolsillo, que un día sería Caballero de la Legión de Honor. Yo, que no he hecho más que tonterías".
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