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Columna
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El sueño extraviado de Millet y Vives

El espléndido oratorio La creación de Haydn, interpretado por el anfitrión de los festejos, el Orfeó Català, culminó el sábado la jornada inaugural del centenario del Palau de la Música de Barcelona, que se celebrará a lo largo de 2008. Se trataba de un concierto al que se asistía por invitación, de manera que no procede una crítica al uso, pero sí alguna reflexión sobre el acto.

El título escogido, en primer lugar. La creación, que viene a ser la versión en papel pautado de la Capilla Sixtina, figuró desde los inicios en el repertorio de la coral, fundada en 1891 por impulso de dos homenots hiperactivos: Lluís Millet y Amadeu Vives. Una de las ideas fundacionales de aquella sociedad cultural fue, en efecto, difundir el gran repertorio sinfónico centroeuropeo, mínimamente escuchado en Barcelona por la época. En un país con graves atrasos, se desató milagrosamente una urgencia de puesta al día, de atraer a Cataluña el mejor arte europeo y combinarlo con las aspiraciones locales. Tarea descomunal, destinada a caer en casi todos los excesos y a provocar rápidos hartazgos (que no dudaron en enterrar el movimiento al cabo de muy poco bajo el epígrafe del "mal gusto"), pero a la que en ningún caso puede negarse una ambición de gran aliento, una aspiración a la excelencia no sólo estética, sino también social. En efecto, el Orfeó Català surge de una profunda vocación de pedagogía civil, un convencimiento sincero de que el canto es uno de los caminos que conducen a una ciudadanía más culta y libre: no se olvide el componente obrerista del movimiento coral, con Anselm Clavé a la cabeza. Su busto esculpido por Pablo Gargallo bajo el sauce de la canción ("Sota un salze seguda una nina / trena joiosa son ric cabell d'or"), a la izquierda de la boca del escenario, es un manifiesto político que se une al grupo de figuras de la derecha, presidido por un severo Beethoven a la sombra de la cabalgata de las valquirias. Tal vez todo ello constituyera un programa demasiado ecléctico y apretado, y tal vez por eso acabó mal, pero como voluntad de representación tenía una grandeza innegable, hoy extraviada.

El Palau de la Música es una sala moderna, pero con una ambición menor que la de hace 100 años

La interpretación de La creación fue muy correcta, pero no excelente. Adam Fischer condujo la orquesta con tempi vivos, más versado en la parte espectacular, teatral, de la obra, que la tiene, que en la intensidad emocional, profundamente humanista, como se desprende del dúo entre Adán y Eva, clímax de la maravillosa aparición de la vida sobre la Tierra. Buen reparto solista: Thomas Quasthoff, Veronica Cangemi, Adam Fischer. Correcto el coro. Pero no es un orfeón de primera división como el que en su día proyectaron Millet y Vives. Tampoco el país es de primera división. La ambición ha dejado paso a la gestión de obras.

Este centenario tendrá en su haber, como un logro importante, si no el que más, la restauración y ampliación del edificio, que luce ahora como no lo hizo siquiera el día de la inauguración. Óscar Tusquets ha combinado sensatamente el patrimonio arquitectónico con las nuevas necesidades de un auditorio moderno, construyendo nuevos espacios, como la sala de cámara. El contenedor cultural es, pues, muy bueno, pero el contenido no luce a su altura. ¿No hubiera sido el centenario un momento de lo más indicado para estrenar una obra de encargo? ¿Tan poca fe queda en la creación de última hora? En lugar de eso, se gestiona la inauguración con una simpática fiesta de Comediants y unos cuantos discursos oficiales.

Por cierto, ni el presidente Montilla ni el alcalde Hereu estuvieron en el concierto del centenario. Presidía el palco oficial el primer teniente de alcalde, Carles Martí, flanqueado por el consejero de Cultura, Joan Manuel Tresserras, y el de Economía, Antoni Castells. Pero había mayoría convergente: Pujol (en platea con su esposa), Mas, Trias, Pere Macias, Jordi Vilajoana et alii. El Cant de la senyera, himno del Orfeó, sonó más a sintonía electoral que a acontecimiento cultural. Es el signo de unos tiempos de gestión más que de creación.

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