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Reportaje:

El ciclismo busca la tierra prometida

El Tour Down Under, en Australia, abre la vía a la globalización de un deporte que quiere garantizarse el futuro económico

El dinero está en los nuevos territorios. Conquistémoslos.

Hein Verbruggen, ex presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI) y profeta de la expansión económica más allá de las fronteras de la vieja Europa, remachará este mensaje esta semana cuando se reúna con los dirigentes de los principales equipos. Les recordará cómo el Tour de Francia y las otras grandes vueltas organizadas en Europa quieren pisotear los derechos de los equipos. Les hablará del deseo de la Rusia de Putin y de la China olímpica de organizar carreras, bien dotadas económicamente, para los mejores corredores. Les recordará cómo la globalización del ciclismo es también un hecho, como lo demuestra lo sucedido hace una semana en Australia, una imagen de lo que debe ser el futuro del deporte del pedal.

"Esto es mucho más que una carrera", destaca Indurain en Adelaida
"Es una fiesta, un acontecimiento cultural, un estilo de vida"
"China, California... Los equipos irán donde haya dinero", concluye Astarloza

Adelaida, la ciudad de las iglesias, fundada por puritanos británicos a mediados del siglo XIX, es un oasis rodeado por el mar a un lado y por el desierto de Mad Max por los otros tres. Hay minas de uranio, oro y cobre y acogió el Gran Premio de Australia de fórmula 1 durante una década antes de que Melbourne se lo robara. A cambio, tiene una carrera ciclista: el Tour Down Under.

Adelaida, paleta, la menos australiana de las grandes ciudades, es la nueva tierra prometida del ciclismo, el territorio en el que el valor del deporte no es su tradición e historia como en Europa, sino su capacidad de generar ingresos para la economía local.

"Celebrémoslo", dijo Mike Rann, el primer ministro estatal, cuando la UCI concedió a su carrera la etiqueta del ProTour. "Los mejores equipos, los mejores corredores, vendrán en enero. Será tan importante para nosotros como el descubrimiento de nuevos yacimientos de uranio en el desierto". Hablaba de una carrera nacida en 1999 y que servía para que algunos equipos europeos aprovecharan la invitación -gastos pagados para todos-, se concentraran un par de semanas en el cálido verano austral y disfrutaran entrenándose lejos de los fríos del Norte. O para que las promesas locales mostraran sus habilidades a los directores europeos en busca de un contrato que les llevara al centro de la tradición mundial.

Este año ha sido algo más.

En la sala de prensa, una mañana, la globalización del ciclismo consiste en la familia de Miguel Indurain -su esposa, Marisa, y sus hijos- viendo por la televisión Kárate Kid con subtítulos en español.

En el palco de llegada, el ex campeón español, invitado especial de la organización, disfruta del acontecimiento deportivo. "Lo que más me impresiona es que esto es algo más que una simple carrera ciclista", dice el navarro, ganador de cinco Tours.

"Esto es una fiesta, un acontecimiento cultural diario que cada vez atrae a más público. En España, una carrera es una carrera, sin más, pero aquí lo combinan con marchas cicloturistas, promoción turística, conciertos musicales y muchas cosas más. Creo que es buena la globalización del ProTour. No podemos dejar a estos países fuera del ciclismo. El número de aficionados aquí es impresionante y practican el ciclismo mujeres, niños, gente de todas las edades... Aquí, el deporte es mucho más una cuestión de estilo de vida que en otros países como España", añade.

Indurain, miembro de la UCI, no fue el único que consideró los aspectos colaterales como lo más destacado de una carrera ciclista en la que la gran novedad fue que el ganador no se decidió como antaño en una fuga permitida por un pelotón que sesteaba, sino tras una cerrada lucha entre dos sprinters, el alemán Andre Greiper y el australiano Allan Davis, ya que el pelotón, mucho más serio, nunca dimitió de sus obligaciones.

Y, como en un gran Tour, también hubo días de auténtico morbo.

Allan Davis, gran figura australiana, se ve recluido en su país porque su implicación en la Operación Puerto -corrió en el Liberty de Manolo Saiz- le hace indeseable en Europa, víctima de los viejos usos del ciclismo. Culpable de que no ganara en la última etapa fue su hermano Scott, que corre en el High Road de Greiper y se desvivió en favor de su rival.

"La organización es impresionante", dice Pablo Lastras, veterano corredor del Caisse d'Épargne; "vinimos pensando que la carrera sería una buena oportunidad para entrenarse, pero ha resultado ser una competición de verdad, con mucha competencia. Me encanta la nueva fórmula del ProTour, con vueltas en Alemania, Polonia... Me gusta la globalización. Nos permite ver mundo, nuevas culturas, gente diferente... Desde esa perspectiva, es una buena idea".

"Los europeos, los países con tradición, deberían aprender de cómo se organizan las cosas", añade Josean Matxin, director del Saunier Duval.

Y el ganador de hace unos años, Mikel Astarloza, del Euskaltel, resume, fascinado por las posibilidades que los nuevos continentes ofrecen al ciclismo, un deporte fatigado en su lugar de origen: "Esto es el futuro del ciclismo. China, California, Australia... Es donde está el dinero. Y, si está, los equipos irán allí".

El Tour Down Under terminó el domingo pasado. Esta semana, el circo del ciclismo se ha trasladado a Qatar y Suráfrica, allí donde el dinero le llama.

Pablo Lastras, con una cría de canguro, tras una etapa.
Pablo Lastras, con una cría de canguro, tras una etapa.M. H.

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