_
_
_
_
_
Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Almería hace vulgar al Madrid

El equipo de Emery siembra las dudas en el de Schuster, que no encuentra respuestas en el centro del campo

Diego Torres

El Almería anunció que golpeaba y golpeó por donde anunciaba. Acudió puntual a la emboscada con el arma que todos conocían. Una falta en el costado derecho del área de Casillas, lanzada por Corona al segundo palo, sin levantar el balón del suelo casi, cogió desprevenida a la defensa del Madrid. La jugada de estrategia tuvo el efecto de un engaño colectivo. La barrera no existió, y Casillas y Cannavaro rodaron por el suelo. El italiano hizo un despeje agónico. Dio igual. El arco estaba vendido. Juanito recogió la pelota. Remate y gol. Casillas sólo pudo tapar el tiro cuando ya había traspasado la raya. El gol puso fin a la racha de imbatibilidad del Madrid. También agitó una Liga que había perdido encanto.

ALMERÍA 2 - REAL MADRID 0

Almería: Alves; Bruno, Mané, Carlos García, Pulido; Melo, Corona (J. Ortiz, m. 64), Juanito; Juanma Ortiz (Soriano, m. 80), Negredo (Uche, m. 78) y Crusat. No utilizados: Cobeño; Rekarte, Acasiete y Cisma.

Real Madrid: Casillas; Salgado (Baptista, m. 63), Cannavaro, Ramos, Torres; Sneijder (Balboa, m. 75), Diarra, Guti; Raúl, Van Nistelrooy (Higuaín, m. 46) y Robinho. No utilizados: Dudek; Marcelo, Drenthe y Soldado.

Gol: 1-0. M. 15. Juanito remata un saque de falta. 2-0. M. 46. Negredo, de penalti.

Árbitro: Clos Gómez. Amonestó a Melo, Alves, Casillas, Sneijder, Torres, Guti y Soriano.

24.000 espectadores en el estadio Mediterráneo. El Madrid llevó brazalete negro por la muerte de un hijo de Stielike.

El rodillo blanco no funcionó. Sin una idea mejor, se impusieron los pelotazos
Más información
"Esta derrota no nos viene mal"
Van Nistelrooy y Ramos, tocados tras la derrota en Almería
Schuster: 'Era el momento perfecto para perder'

El Almería tuvo oficio para defender y para atacar. También dispuso de la dosis necesaria de coraje. No debería haber nada extraordinario en todo esto. Pero hasta ahora no se han visto muchos equipos capaces de desplegar esta clase de virtudes frente al Madrid. Normalmente se descomponen. Ayer el que dio síntomas de vulgaridad fue el Madrid, que perdió su tercer partido de Liga. Bastó con la presión que ejercieron los centrocampistas del Almería sobre Guti y Diarra. La desconexión fue inevitable. Como una reacción en cadena. Por más que empujaban, por más que se empeñaban en avanzar, los jugadores del Madrid no encontraron la línea de pase. El rodillo no funcionó. A falta de una idea mejor, se impusieron los pelotazos. Casillas, Sergio Ramos y Cannavaro buscaron a Raúl con insistencia. Abusaron. Raúl es una lumbrera. Pero no es Asafa Powell.

El gol tuvo un efecto demoledor sobre el Madrid. La clase de secuela que se apodera de los equipos cuando reciben un golpe que se veían venir. El Madrid vivió la primera media hora entre la precariedad y el asombro. Desde el principio, le cerraron los caminos. Felipe Melo y sus centrales no concedieron ni un centímetro. Sólo Raúl, con una vaselina que se le fue alta, dispuso de una ocasión clara. Intentó aprovecharse de la posición avanzada de los zagueros. No pudo. Robinho tampoco. Intentaron asociarse pero sus acciones no hicieron más que acentuar su condición de náufragos. El centro del campo fue propiedad del Almería.

El partido obliga a revisar las posibilidades reales de este Madrid, el dominio que ejerce en el campeonato local, y sus recursos para afrontar desafíos en Europa. Nadie le discute la preeminencia entre los enérgicos y los audaces. Cuenta con un grupo de jugadores comprometidos y bien disciplinados alrededor del caudillaje de Raúl. El orden y las jerarquías han servido para trazar planes y rendir culto al trabajo en un ámbito en el que hasta hace poco reinaban los autocomplacientes. El vestuario huele a sala de juntas. El equipo funciona como una empresa perfecta. Es cierto. Su gerente general, Raúl González, es un gestor eficaz. Pero quizás con eso no sea suficiente. El Almería se encargó de sembrar las dudas. Le bastó con jugar bien al fútbol. Ni más ni menos. Algo infrecuente en esta Liga.

Si el Almería se hubiera limitado a defender, no habría llegado lejos. No fue el caso. Cuando tuvo el balón, fue un peligro. Corona movió al equipo con aplomo, normalmente sin que ningún adversario lo molestase. Siempre encontró cómplices porque Ortiz y Crusat se movieron constantemente buscando la espalda de los laterales. Dicen que Emery es un gran entrenador. También dicen que pone toda su inteligencia al servicio de las jugadas a balón parado. Pero lo realmente interesante del Almería es lo que hace cuando mueve la pelota. Aparecen todos y en todos los sectores. Todos se apoyan, todos se cubren, todos se entienden. Al menos ayer sucedió así, y al Madrid le faltó lucidez y categoría para reaccionar. El segundo gol del Almería anuló toda esperanza.

El arrebato de orgullo del Madrid en la segunda parte tuvo mucho de alternativa retórica. Fue un imperativo del protocolo adornado con un cabezazo de Raúl y una volea de Higuaín. Paró Alves para recordar que al Almería tampoco le falta un buen portero.

Raúl se lamenta tras un fallo.
Raúl se lamenta tras un fallo.REUTERS

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_