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"El suelo vibra tanto que tengo miedo a salir"

Las obras en una céntrica calle de Sevilla "desesperan" a los vecinos

Gerardo tiene 90 años y siente miedo. A un metro de la puerta de su casa, en la calle Alhóndiga, se ha instalado una "monstruosa" excavadora amarilla.

La calle, entre Santa Catalina y la plaza de San Leandro, está sembrada "desde hace seis meses" -según los vecinos- de zanjas, socavones, camiones y grúas. "Con toda la buena voluntad que tengan, el suelo está tan mal que me da miedo salir de casa", explica Gerardo. Abre con dificultad la cancela de hierro e intenta caminar a pesar del monstruo.

"El caso es quejarse. Al final, dejarán la calle hecha una preciosidad"

Su sobrina, de 70 años, baja con una red en el pelo. "Es para no ensuciarse con el polvo", aclara una vecina. Gerado sólo sale para hacer los mandaos del día, como ayer, que iba a comprar el pan. "Tampoco quiero salir porque, como no hay nadie por la calle, puede venir algún extraño y llevarse lo poco que tengo".

Oliva Cebrián, de 91 años, ata a su perro en la valla que corta la calle. Los ojos se la pierden contemplando el caos de ruido y polvo. "Estoy sorda y vivo en la esquinita, así que a mí no me molesta tanto", sonríe la anciana.

Desde la nube de humo y polvo, como una aparición, triunfa una bata blanca. Es Juan Carlos, el fisioterapeuta del barrio. Este profesional naturista, que no llega a los 40 años y mide 1,90, tuvo una gran idea empresarial hace un año: Abrir un negocio de terapias naturales en la transitada calle Alhóndiga. El problema es que no sospechó que la ubicación elegida estaría bloqueada. "Los mayores, con artrosis, reúma o problemas musculares ya no pueden venir. Y los demás... tampoco", se lamenta. "Se supone que debo proporcionar a mis clientes paz y tranquilidad, ¿y cómo voy a hacerlo, con este ruido?", explica. "Por no hablar de la suciedad...", y se mira de reojo sus zuecos de enfermero. Con barro.

El de Juan Carlos no es el único negocio que está en crisis. Los turistas no hacen demasiadas reservas en el Hotel Marian, en el número 24. "Yo tampoco vendría", se angustia Fátima, la dueña. "Si el taxi no puede ni llegar a la puerta, ¿cómo traen las maletas?". Dolores, de 65 años, regenta el Hostal Argüelles, a 50 metros del hotel. "A día de hoy, si soy sincera, sólo tengo un chico hospedado. Y se va ahora".

Chelo Nocel, divorciada de 58 años que vive en el 36, afirma que ella "está satisfecha" con las obras. "El caso es protestar contra el alcalde. Aquí, en el centro, son todos derechones y no les gusta lo que haga el PSOE. Ni el metro, ni el tranvía ni poner unas tuberías en condiciones. Seguro que esta calle se queda hecha una preciosidad", sentencia. Chelo tiene la suerte de vivir en un piso interior. "La verdad es que yo no oigo nada", reconoce. "Y tampoco tengo ninguna dificultad para sortear las zanjas". c

Uno de los trabajadores de la obra, canta mientras trabaja. Se llama Antonio Jesús y todos coinciden en que es "el más gracioso de la cuadrilla". El que maneja la excavadora, con gafas de sol, decide poner la música aún más alta.

Los obreros trabajan desde las 8.00 hasta las 18.00 horas. Sólo descansan para el bocata. Les contrata Emasesa, empresa de saneamiento que depende del Ayuntamiento. Desde allí explican que las obras comenzaron el año pasado y continúan su curso normal. "Además los vecinos fueron avisados por Emasesa", explica un delegado telefónicamente: "Las obras particulares no son de nuestra competencia y las de canalización estarán terminadas en dos semanas". Los vecinos no se lo creen y acuden al sarcasmo: "¿Dos semanas o dos años?"

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