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Reportaje:FITUR | INTERNACIONAL

Un póster de Ronaldo en la estepa

Mongolia, una cultura nómada tocada por aires de cambio

Una infinita alfombra ocre o verde y un manto de intenso azul o negro claveteado de puntos luminosos. Es Mongolia, en sus versiones desierto y estepa, día y noche. En el horizonte, unos humeantes puntos blancos anuncian presencia humana. Son las yurtas tradicionales, los gers. Viviendas de 200 kilos que permiten a un pueblo mantener su idiosincrasia desde los tiempos de Gengis Jan: el nomadismo.

Sin embargo, la gran familia de Tsendayush no se resiste a la seducción del siglo XXI. Junto a cada uno de los tres gers, pequeñas placas solares advierten de que algo está cambiando en el seno del millón y medio de personas que componen el grupo de los últimos nómadas de la estepa. Los pósters de Ronaldo y de Britney Spears, camuflados bajo una colección de fotos de caballos -el animal totémico de Mongolia-, demuestran que la juventud nómada ya bebe de las fuentes de la globalización. Con las placas solares ha llegado la electricidad, y con ella, la radio y la televisión. Junto a estos aparatos, hasta la plantilla del Real Madrid forma ya parte de la familia.

También el plástico y la moda occidental van arrinconando la vestimenta tradicional. Los vaqueros se apoderan de la juventud, y el nailon lucha contra la piel de borrego. Sin embargo, ni Tsendayush ni sus cuatro hijos tienen en mente abandonar por el momento una forma de vida que ha definido el robusto carácter de los mongoles, un pueblo acostumbrado a convivir con el extremismo de la naturaleza. Desde los 40 grados bajo cero del invierno hasta el caluroso verano, en el que la oscilación térmica convierte un día en cuatro estaciones. "Cuando los nómadas dejan de serlo, se pudren", afirma el padre de familia. "No hay más que ver en qué se ha convertido Ulan Bator", añade refiriéndose al alcoholismo y a otros problemas sociales en la capital.

Delgerma tiene 15 años y es vecina de Tsendayush, a pesar de que su ger, en el que convive con sus padres y su hermana menor, se encuentra a 70 kilómetros. Hacia las 4.30, el alba se cuela por la abertura de la chimenea y saca a la adolescente de su catre. Es verano, pero el mercurio coquetea con el cero. El aire es puro y llena los pulmones de frescor. Las vacas esperan para ser ordeñadas, la primera labor del día.

Toya, la madre, se despereza y, de un salto, comienza a preparar el desayuno en el viejo hornillo que hace las veces de cocina y estufa. Hoy, como ayer y como mañana, el menú lo componen fideos cocidos en leche de cabra, yogur de leche de yegua y queso de vaca. Los mongoles son pastores por naturaleza, pero rara vez comen carne. Los productos lácteos son la base de su dieta.

La suerte, las crías nacidas

La pequeña Itchko, de siete años, trata de resistirse, en vano, al olor de la comida. Es la última en sacudirse las legañas. Tander, el padre de familia, ya se ha calzado las tradicionales botas de cuero y va en busca de sus caballos. Aunque aquí todavía no ha llegado la electricidad, y ninguna de las hijas acude a la escuela, la familia se considera afortunada. En la estepa, la suerte se mide por el número de crías nacidas, y éste ha sido un buen año.

"El clima está cambiando, y cada vez es más difícil tener suerte con los animales", se lamenta el hombre. "Este año, incluso podremos participar en el festival del Naadam en Ulan Bator [la fiesta nacional por excelencia]". Para sobrevivir necesitarían 70 cabezas de ganado, y Tander dispone de un centenar largo. Son nómadas de clase media. Cuentan con una renta de unos 350 euros al año y un extra, difícil de calcular, gracias al trueque.

Según datos no oficiales, alrededor de 30.000 familias nómadas poseen electricidad, y 20.000 cuentan con televisor y motocicleta. Pero desde la caída de la Unión Soviética ha aumentado el número de familias que disponen de 100 cabezas de ganado o menos, considerado el umbral de pobreza, hasta sumar el 60% del total. El número de pastores ha descendido en la última década de 500.000 a 300.000, mientras que el número de animales se mantiene estable en unos treinta millones.

A hora y media de viaje del ger de Tander, en un todoterreno, llama la atención la antena parabólica del ger de Choijames. En el interior, los tres hijos de la pareja -en cuyo currículo se cuentan varios viajes por Europa, incluso un trabajo en Italia- discuten si disfrutar de la última versión de King Kong en el aparato de DVD o sintonizar el partido de la Premier inglesa. Gana la pelota, y, mientras tanto, los padres preparan la cena. En este caso, la sopa incluye pequeños trozos de pollo. Son las once de la noche y el sol se bate en retirada, pasando el testigo a un espectacular manto de estrellas. Y a trescientos pares de ojos que brillan en la oscuridad. Caballos, cabras, ovejas y alguna vaca esperan en los cercados de la familia.

A casi 2.000 metros de altitud el frío es intenso, pero la atmósfera del ger es cálida. A diferencia de los hogares de las familias anteriores, el suelo y las paredes están forrados con gruesas alfombras en las que retoza una numerosa familia de gatos. La idea del animal de compañía es también una importación occidental. "La vida en las ciudades es estresante y peligrosa", comenta la mujer de Choijames. "Aquí la naturaleza nos proporciona lo que necesitamos, aunque tenemos muy en cuenta la educación de nuestros hijos". De hecho, el mayor, de 16 años, se prepara en Ulan Bator para volar a Australia y completar allí la secundaria. "Hemos recorrido mucho mundo, tenemos algún dinero, pero preferimos seguir con el nomadismo".

Un mundo sepia

Byambsuren no ha tenido elección. Vive en un mundo sepia y extremadamente duro. El desierto del Gobi poco tiene que ver con la romántica imagen de dunas y palmeras. El suyo es un pedregal infinito en el que la arena llega en forma de tormenta. Este año ha sido especialmente desastroso. No ha llovido apenas, y los 70 animales de la familia se encuentran en un estado lamentable. Varias cabras han muerto de hambre, y este hombre de 35 años ha tenido que vender la piel de sus camellos antes de lo previsto para poder seguir viviendo. Quizá los animales no superen el invierno. Sus dos hijos más pequeños han conseguido una plaza en la guardería-internado que Unicef tiene a unos 50 kilómetros, y eso ayuda a su supervivencia. Pero el cambio climático se está cebando en los nómadas del desierto.

Dandijav también sufre los rigores de la contaminación del mundo desarrollado. Sus tres gers, en los que viven los ocho miembros de su familia, se encuentran en la región del Dorongobi. En sus 75 años de vida, Dandijav ha visto cómo degeneraba la vida nómada, ligada a un clima cada vez más imprevisible. Ahora no ve nada claro el futuro de sus nietos. "Esperamos que el Gobierno decida disparar a las nubes para que llueva. El problema es que pasan de largo sin dejar una gota". Él lo atribuye al cambio climático y a la irreflexiva industrialización china. "Lo que tememos", concluye, "es que al final todo esto cabe con nuestra forma de vida. Porque no podremos resistir siempre".

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicos- Prefijo telefónico: 00 976.- Moneda: tugrik mongol (un euro equivale a unos 1.700 tugriks).Cómo ir- Air China Internacional (en agencias) vuela desde Madrid a Ulan Bator (la capital de Mongolia), vía Pekín, a partir de 1.151,32 euros, ida y vuelta, tasas incluidas.- Aeroflot (www.aeroflot.ru; 914 31 37 06) viaja a Ulan Bator, con escala en Moscú, desde 760,41 euros, ida y vuelta, tasas incluidas.Información- Consulado de Mongolia en Madrid (914 35 85 59).- Consulado de Mongolia en Barcelona (934 23 78 87; www.consuladomongolia.com).- Página oficial de turismo de Mongolia (www.mongoliatourism.gov.mn).

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