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OPINIÓN
Columna
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Nueve semanas

A nueve semanas de las elecciones legislativas, los sondeos continúan registrando un estrecho margen de distancia entre socialistas y populares. La intención de voto decidido y la cocina demoscópica (recuerdo de voto y simpatía) de los encuestadores aplicada a las respuestas de los indecisos no son los únicos datos pertinentes para formular pronósticos sobre el 9-M. Los registros electorales disponibles muestran que una abstención elevada se halla correlacionada históricamente con la victoria de la derecha. El PP consiguió la mayoría absoluta el año 2000 con una campaña desmovilizadora de bajo perfil, pero la alta participación en las urnas le llevó a ser derrotado por el PSOE en 2004. La elevada densidad de votantes potenciales situados en la franja central del eje ideológico-político izquierda-derecha explica que las elecciones se diriman en ese segmento. Los anunciados debates televisivos entre el presidente del Gobierno y el candidato del PP -no hay más precedente que los enfrentamientos entre Felipe González y Aznar en 1993- pueden resultar decisivos si el liderazgo constituye un factor crucial de las preferencias ciudadanas.

A nueve semanas de las elecciones, los sondeos registran un estrecho margen entre socialistas y populares

El viraje de Rajoy desde la truculencia a la moderación a partir del último verano no sólo pretende reiniciar el inacabable viaje al centro de los populares -a la busca del voto perdido desde tiempos de Fraga-, sino también difuminar la imagen ultratramontana del PP para impedir que los temores al regreso de los jinetes del Apocalipsis capitaneados por Aznar saque a los abstencionistas de izquierda de sus inercias maximalistas y movilice sus votos en beneficio del PSOE. Sin duda, la manta programática-electoral de los partidos no puede estirarse indefinidamente sin dejar al descubierto a una parte de su clientela: los almuédanos encaramados en los minaretes de la Radio de los Obispos llaman a la guerra santa contra el infiel y acusan de traición a los dirigentes populares ante cualquier sospecha de tibieza. Sin embargo, el voto de odio contra el Gobierno promovido por la ultraderecha energuménica no tiene otra urna posible que el PP.

Los socialistas tendrán mayores dificultades para alargar la manta electoral de forma tal que pueda seguir cubriendo a la vez las ilusiones cívico-radicales de la España plural y laica alentadas a comienzos de la legislatura y las rectificaciones sobre política territorial, lucha antiterrorista, aborto y retórica patriótica realizadas durante los últimos meses: el Gobierno corre el riesgo de ser acusado alternativamente de oportunismo de derechas y de izquierdas. Las groseras provocaciones contra el sistema democrático y el ordenamiento constitucional de la Conferencia Episcopal -de nada han servido los viajes a Canossa de la vicepresidenta del Gobierno y las lealtades divididas del pintoresco embajador español ante la Santa Sede- enfrentan al PSOE con un peliagudo dilema: como ocurre con los santos, resulta difícil desvestir a unos votantes irritados por las agresiones episcopales para entregar su ropa a otros electores resignados a tragar carros y carretas. -

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